lunes, 30 de marzo de 2009

Revista LIFE y Picasso


Una amplia galería de fotografía de Pablo Picasso descubrí por casualidad. Buscando imágenes en google para el blog, no me percaté que lo estaba haciendo en la versión en ingles de google images. En su portada se anunciaba que la legendaria revista LIFE había donado al mundo parte de su archivo fotográfico. Por ahora aprecio que son algunas de las miles que imagino que tienen. Entre las que me llamaron la atención, está sin duda las fotografías de Picasso. Quienes deseen verlas, solo deben hacer clic aquí.
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Por último, les dejo un enlace de la misma revista en las cuales podrán ver las 100 fotografías que cambiaron al mundo.

Neologismos: ¿qué tan útiles son?

Neologismos. Neologismos para decir lo que antes no existía, pero que ahora existe. O neologismos para decir lo que existe, pero que no se sabe cómo se decía. Ya sea mouse para nombrar al aparato que nos ayuda a navegar en la red, y ya no el roedor; o ya sea cualquiera de las palabras que cualquier hablante de nuestra lengua encuentre adecuado para expresar lo que está pensando, o cabeceando porque en la cabeza está el pensamiento. Serán útiles solo si nuestro receptor los entiende, serán oficiales si son útiles y los hablantes los adoptan por su funcionalidad. Los neologismos son la prueba de que en la lengua se basa en la creatividad; ahora que algunos profesores de lenguaje en aras de proteger el lenguaje condenen estas palabras no impedirá que estos sigan existiendo. La validez de su utilidad se discute en el siguiente artículo de la Revista Ñ.
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El Centro Pierre Auger, en Malargüe, se encarga de medir las miles de partículas de rayos cósmicos que golpean la Tierra a cada segundo. Si algún observatorio se propusiera hacer lo mismo con las palabras que viajan de una lengua a otra o con las que nacen en cada una de ellas, probablemente los continuos golpes harían colapsar el sistema que los capta. Y, sí, las lenguas son fábricas de neologismos que, apenas salidos del horno, se diseminan por todos lados: notas periodísticas, avisos publicitarios, SMS, novelas, ensayos, paneles de críticos o mesas de opinólogos, tiras diarias. Como son sociables, inquietos y, por lo común, dan cuenta del presente, se les asigna un gran protagonismo y se los asimila rápidamente. Por eso, de entrada o luego de transcurrir un tiempo, en la mayoría de los casos las palabras nuevas revitalizan el idioma, hayan surgido en él o no.

Hace poco, en una columna, Beatriz Sarlo acuñó la locución aduana lexicológica para referirse a la actitud de quienes, por un "complejo de inferioridad lingüística", se niegan a creer que las "importaciones y contaminaciones de vocabulario forman parte de la vida de las lenguas, que demuestran su fuerza en la medida en que son capaces de incorporar lo que viene de afuera". [...] Resetear una computadora equivale a decir que se vuelve a cero para que ella comience nuevamente sus operaciones. Carezco de una palabra mejor y resetear me suena perfectamente integrada al sistema del vocabulario castellano".

Sin embargo, a pesar de que estos intercambios contribuyen a la vitalidad del idioma, a su perduración, como lo prueba la lectura de cualquier historia de la lengua o de los diccionarios que incluyen en los artículos la datación de sus entradas e incluso de cada una de las acepciones, no toda palabra nueva, sobre todo si es recibida como préstamo, se integra apropiadamente al sistema en el que se gesta o ingresa. Para Humberto Hernández, catedrático de Lengua Española en la Facultad de Ciencias de la Información (Universidad de La Laguna), un buen número de neologismos se utiliza por una razón esnobista y puramente mimética. "Se han oído –dice– de boca de otros en quienes se reconoce cierto prestigio, se reproducen sin ningún tipo de control y se convierten en clichés intolerables; y estos son muy frecuentes en los medios de comunicación. Aparecen de este modo acepciones neológicas como vendedor agresivo, o voces extranjeras, absolutamente innecesarias como compact, feedback o feeling".

Acerca de este tipo de palabras, el lingüista español Fernando Lázaro Carreter decía que tal vez fuera conveniente "despegarlas de su original foráneo y ponerles etiqueta propia". El tiempo, o quizá el trabajo paciente de quienes impulsan este pensamiento, en muchísimos casos le ha dado la razón a Carreter: hoy es más frecuente el uso de los equivalentes disco compacto y retroalimentación. También resetear, el verbo citado por Sarlo, es una asimilación del préstamo inglés reset. Esta adecuación se denomina híbrido porque integra en una palabra formas de distinta procedencia; en esta circunstancia una raíz inglesa y un sufijo castellano de derivación. (Véase el recuadro sobre algunos procedimientos de formación de neologismos).

¿Y qué va a pasar con feeling? ¿Cuál es el equivalente castellano más próximo a la locución verbal tener feeling con alguien? Tener piel, quizá, otro neologismo con algunas décadas; o uno más reciente como la locución verbal tener onda.


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¿Cantar del Mio Cid arabe?

El Cantar del Mi Cid pudo tener un origen árabe. La idea no es descabellada si recordamos que la cultura española le debe mucho a los árabes, inlcuso me aventuraría a afirmar que en general el occidente le debe una parte importante de sus avance cultural. Por años, la tesis que más se difundía sobre el origen del Mio Cid no puso en duda la autoría castellana; inclusive la relacionada con el célebre Per Abat. Lo cierto es que Dolores Oliver ha puesto en debate la tesis de la génesis árabe del poema. Los detalles y argumentos, gracias a la Revista Ñ, a continuación.


El "Cantar del Mío Cid" habría sido escrito por un poeta árabe, según una académica española Luego de varios años de investigación, la catedrática Dolores Oliver sostiene que el poema épico fue escrito por el jurista árabe Abu I-Walid al-Waqqashi, como una obra de propaganda política. El Cantar del Mio Cid está considerada la primera obra extensa de la literatura española en lengua romance.

El Cantar del Mío Cid, considerada la primera obra extensa de la literatura española en lengua romance y que relata las gestas del célebre héroe castellano en plena Reconquista, no es tan español como se ha creído siempre, sino que fue creado por un poeta árabe, según una académica española.

La profesora de Estudios Arabes e Islámicos Dolores Oliver sostiene en su libro El Cantar del Mío Cid: génesis y autoría árabe, que se presenta hoy en la Casa Arabe de Madrid, que fue el poeta y jurista árabe Abu I-Walid al-Waqqashi quien ideó el famoso poema épico como una obra de propaganda política."Hay un pacto entre ellos" –afirma Oliver en una entrevista con la agencia Efe– según el cual el poeta crea el poema "para inmortalizar" al Cid y éste, a cambio, se compromete a "respetar las creencias de los musulmanes" de Valencia, conquistada por Rodrigo Díaz de Vivar a los árabes y de donde es nombrado señor.

Al Waqqashi, al que cronistas cristianos y musulmanes describen "como uno de los hombres más inteligentes y sabios de su tiempo", compone en la corte valenciana la obra, que "se empezó a recitar en el 1095", después de que el Cid entrase en la ciudad, que había estado bajo dominio árabe desde el siglo VIII, según esta tesis.Oliver comenzó a estudiar la autoría del poema anónimo de forma "casual", tras ser invitada a participar en 1984 en un seminario."Entonces me puse a leer el Cantar, que había leído en mis años de estudiante, y a medida que lo iba leyendo, empecé a decir: 'Esto ha salido de la mente de un árabe'", relata Oliver, que confiesa que ni ella misma se creía en principio esta teoría y que, incluso, estuvo durante dos años sin tocar el tema "porque le tenía miedo".

Pero la tesis del autor árabe volvía de forma recurrente a su labor investigadora hasta que se embarcó en el reto de demostrarla convencida de que "la única respuesta a todos los contenidos del Cantar era un poeta árabe al servicio de un señor castellano"."Como poeta, su nacimiento y formación le permitía describir preciosas batallas, como son las del 'Cantar', y tocar tópicos de la poesía beduina", afirma la profesora.

Entre los argumentos a favor de su teoría destaca, a juicio de la autora, el clima religioso descrito en el poema."Un poema donde los cristianos no son los buenos y los musulmanes no son los malos, tiene que ser escrito en época de tolerancia, en época del Cid", afirma Oliver, que destaca que, tras la muerte del Campeador, en 1099, "empieza a haber un sentimiento de animadversión" hacia los musulmanes.

Por ello, desde su punto de vista, el Cantar no pudo ser compuesto ni en 1207, que tradicionalmente se ha considerado la fecha oficial, ni en 1140, como defendía el filólogo e historiador español Ramón Menéndez Pidal.Otro argumento esgrimido por Oliver es que la existencia de poetas en las cortes que cantaran las gestas de los señores es una costumbre propia de Al Andalus (denominación de la zona de España ocupada por los árabes en la Edad Media), donde todos los soberanos "tienen un poeta que cante sus glorias".

"El Cid, que había estado en la corte de Sevilla, en la de Zaragoza ¿va a ser tan tonto de no aprovecharse de ese arma política?", se pregunta la autora.Un tercer razonamiento es el arte de la guerra descrito en el poema, donde aparece una técnica ecuestre de lucha "que solamente realizaban con éxito los almorávides", definido en el Cantar como una "arrancada" y que, en opinión de Oliver, no es otra cosa que una "haraka".

Oliver bromea sobre la recepción que ha logrado con su tesis –queha sido "muy bien aceptada por medievalistas o gente que no se ha pasado la vida estudiando al Cid"–, aunque reconoce que también a ella le costó "muchos años" creerla.

Fuente: Revista Ñ

Juan Manuel Robles: Que pase Laura Bozzo

Juan Manuel Robles es una de las voces principales de unas de las mejores revistas del Perú: Etiqueta Negra. Hace poco leyendo uno que otro artículo en la web, descubrí la polémica que este estupendo cronista ha generado a partir de la publiación de su crónica en la revista colombiana SOHO titulada: Que pase Laura Bozzo, donde cuenta detalles, una vez más, poco santos de nuestra política peruana.
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El show "Laura en América", uno de los más amarillistas y más vistos en América Latina, llevó a su presentadora a convertirse en la más famosa del Perú. El cronista Juan Manuel Robles habló con esta mujer que presentaba personajes desdentados por montones mientras ella luchaba por fingir su mejor sonrisa.

Seamos justos: Laura en América fue un programa legendario. La fina construcción de sus escenarios, la domestica hondura de sus entuertos, la procaz ironía de sus diálogos, la indigencia documental de sus invitados, los llantos precisos, el milimétrico control de los tiempos de cada una de las rabietas de la conductora, la ira incontenible, todo eso era el insumo de una producción que dio al Perú y a su gente la oportunidad de ser famosos en más de veinte países. Porque no hay que ser mezquinos, Laura fue célebre y puso al Perú en el ojo del mundo. De Bogotá a Caracas, de México a Miami. Hasta en La Habana de los hermanos Castro circulan hoy DVD que compilan los mejores episodios de un espacio que, como una gran terapia en vivo, logró que los peruanos sacaran a flote sus más íntimos traumas.

Era julio de 2004 y yo estaba ansioso por verla. Laura Bozzo vivía entonces en la cúspide de la fama, su drama insólito —una mujer encerrada en su propio estudio de TV— concitaba la atención de reporteros de la BBC de Londres, la CNN, Televisa, el New York Times. Todos venían en avión a entrevistarla, a capturar este valioso fragmento de su biografía novelada, a fotografiarla con alguno de los innumerables vestidos de Roberto Cavalli que guardaba en el armario. Ahora era mi turno. Fui a su casa, que era al mismo tiempo el set de grabación y la cárcel en que purgaba condena. Un policía vigilaba en la puerta. Los custodios personales de la diva me pidieron esperar. Luego recibieron la orden. Suba. Laura Bozzo me esperaba en su estudio. Había una foto de Eva Perón, la foto clásica, la que posee una admiradora snob, advenediza, novata. Laura no llevaba maquillaje: tenía el cachete hinchado y eso le daba una asimetría estremecedora que invitaba a frotarse los ojos.

-El dentista acaba de irse, me duele la muela así que termina rápido.
Encendí velozmente mi grabadora, nervioso e intimidado. Era el vozarrón de una diva, el mismo rugido de su frase más célebre: ¡Que pase el desgraciado! Dialogamos y tomé apuntes. De vez cuando, se llevaba la mano a la mandíbula y entrecerraba los ojos, de dolor. En ese entonces, me concentré más en las declaraciones y no le di demasiada importancia al instante del que era testigo, un instante que, con los años, he llegado a considerar poesía pura.

Ella, la mujer que con los panelistas de programa difundió en el mundo la leyenda de que los peruanos no tenemos dientes, estaba sufriendo inenarrables penurias dentro de ese apagado volcán que era su boca cerrada. Por lo general, los panelistas de su reality llegaban al estudio de televisión con ventanitas graciosas en lugar de incisivos y caninos, encías al aire, rosadísimas, libres, porque cuando la vida es dura nadie se anda preocupando por pequeñeces odontológicas: los colmillos se pierden porque no hay para Colgate ni para Listerine, y si un asalto con golpiza incluida no te arranca los dientes, sin duda el tiempo, la miseria, o las pinzas oxidadas de un odontólogo barato lo harán.

Recordé otra vez aquel instante, Laura con dolor de muela, cuando hace unos meses un noticiero de México difundió imágenes de la supuesta caída de la dentadura de la conductora, en una transmisión en vivo por la mañana. Reproducido en cables de decenas de países, aquel no era, sin embargo, el primer papelón de una vida llena de bochornos, cámaras inoportunas y sapos.

En el Perú, hay un congresista suspendido 120 días por grabar a sus colegas sin que ellos lo sepan. Ponía cámaras en la oficina. Luego llamaba a la prensa. También le atribuyen la difusión de un video privado en que el comandante general del Ejército de Perú dice: "Chileno que entra, sale en cajón". El hecho provocó un incidente diplomático con Chile. Ahora, el señor Gustavo Espinoza Soto aprovecha el castigo para tomarse un largo descanso en su vivienda campestre. Hace sol. Espinoza Soto es hoy famoso por ser un "loco camarita", una especie de aprendiz de Vladimiro Montesinos (el jefe de Inteligencia de Fujimori). Lo que nadie sabe es que este hombre se estrenó en el arte de la extorsión espía con la hoy célebre doctora Laura Bozzo, hace más de veinte años. El congresista Espinoza se ríe, él no usaría esa palabra tan fea, extorsión, qué es eso, no sea malo.

—Yo solo quería que Laura aprendiera a respetar —dice.

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Premio Alfaguara 2009: Andrés Neuman

El premio Alfaguara este año cayó en manos de un escritor argentino. Su nombre es Andrés Neuman y pertenece al grupo de escritores jóvenes que no pasan de 39 años. Años antes, el premio Alfaguara fue ganado por Santiago Roncagliolo por su novela Abril rojo. Lo que sabemos del premio y del ganador 2009, lo hemoos extraído de la página de Alfaguara. Como dato, al final del post les dejo las primeras líneas de la novela El viajero del siglo gracias a El País.

Andrés Neuman gana el Premio Alfaguara

El escritor ha sido galardonado por la novela El viajero del siglo. El escritor Andrés Neuman ha sido galardonado con el Premio Alfaguara de Novela 2009, dotado con 175.000 dólares (unos 133.306 €) y una escultura de Martín Chirino, por la obra El viajero del siglo, presentada bajo el seudónimo Von Stadler. El jurado, presidido por Luis Goytisolo y compuesto por Ana Clavel, Carlos Franz, Julio Ortega, Gonzalo Suárez y Juan González, ha destacado «la ambición literaria y la calidad de una novela que recupera el aliento de la narrativa del siglo XIX, escrita con una visión actual y espléndidamente ambientada en la Alemania post-napoleónica». El fallo de la XII Edición del Premio Alfaguara se ha celebrado en el Salón de Actos del Grupo Santillana en Madrid.
Andrés Neuman nació en 1977 en Buenos Aires. Es español y vive en Granada desde los 14 años. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, donde ha sido profesor de literatura hispanoamericana. Actualmente es columnista en el suplemento cultural del diario Abc, en el diario Ideal de Granada y en Sur de Málaga. Mediante una votación convocada por el Hay Festival, fue elegido entre los más destacados jóvenes autores nacidos en Latinoamérica, siendo incluido en la selección Bogotá-39. A los 22 años publicó su primera novela, Bariloche (Anagrama, 1999, reeditada en bolsillo en 2008), que fue Finalista del Premio Herralde y elegida entre las diez mejores del año por El Cultural del diario El Mundo. Sus siguientes novelas fueron La vida en las ventanas (Espasa-Calpe, 2002, Finalista del Premio Primavera) y Una vez Argentina (Anagrama, 2003).

El viajero del siglo es un ambicioso experimento. Propone volver a mirar el siglo XIX con la perspectiva del XXI. Buscando una posada para pasar la noche, Hans detiene su coche de caballos en Wandernburgo, una ciudad entre Sajonia y Prusia. Se queda un día más y, al siguiente en la Plaza del Mercado, se fija en un anciano que toca el organillo. Emocionado por la música, se acerca a dejarle una propina y a conversar con él. Pronto entablan amistad y la estancia de Hans se alarga indefinidamente. En una recepción de personalidades y familias importantes, conoce a unos apasionados contertulios y, sobre todo, a Sophie, la hija de uno de ellos. Aunque la joven está comprometida, surge el amor al que amenaza un enmascarado asesino que ronda la ciudad.

El viajero del siglo es un diálogo entre la Europa de la Restauración y los planteamientos de la Unión Europea; entre la educación sentimental actual y sus orígenes, entre la novela clásica y la narrativa moderna. Comparando el pasado y nuestro presente global, el relato analiza los conflictos actuales: la emigración, el multiculturalismo, las diferencias lingüísticas, la emancipación femenina y la transformación de los roles de género. Todo ello en un intenso argumento, no exento de intriga y humor, y con un estilo rompedor que ofrece a tan profundos asuntos un sorprendente cauce.

Las primeras líneas del libro a continuación:

¿Tie-ne frí-o-o?, gritó el cochero con la voz entrecortada por los saltos del carruaje. ¡Voy bie-e-en, gra-cias!, contestó Hans tiritando.

Luciérnagas desenfocadas, los faroles se agitaban al ritmo del galope. Las ruedas escupían barro. A punto de partirse, los ejes se torcían en cada bache. Los caballos inflamaban las mandíbulas, despedían nubes por las bocas. Sobre la línea del horizonte rodaba una luna opaca.

Hacía rato que Wandernburgo se dibujaba a lo lejos, al sur del camino. Pero, pensó Hans, como suele pasar al final de una jornada agotadora, aquella pequeña ciudad parecía desplazarse con ellos. Encima de la cabina el cielo pesaba. Con cada latigazo del cochero el frío se envalentonaba y oprimía el contorno de las cosas. ¿Fal-ta-a mu-cho?, preguntó Hans asomando la cabeza por la ventanilla. Tuvo que repetir dos veces la pregunta para que el cochero saliera de su ruidosa atención y, señalando con la fusta, exclamase: ¡Ya-a lo ve us-te-e-ed! Hans no supo si eso significaba que faltaban pocos minutos o que nunca se sabía. Como era el último pasajero y no tenía con quién hablar, cerró los ojos para descansar la vista.

Cuando volvió a abrirlos, vio una muralla de piedra y una puerta abovedada. A medida que se acercaban, Hans percibió algo anómalo en la robustez de la muralla, una especie de advertencia sobre la dificultad de salir, más que de entrar. A la luz ahogada de las farolas divisó las siluetas de los primeros edificios, las escamas de unos tejados, torres afiladas, ornamentos como vértebras. Tuvo la sensación de ingresar en un lugar recién desalojado, de que los golpes de los cascos y las sacudidas de las ruedas sobre los adoquines producían demasiado eco. Todo estaba tan quieto que parecía que alguien los espiaba conteniendo la respiración. El carruaje giró en una esquina, el sonido del galope se ensordeció: ahora el suelo era de tierra. Atravesaron la Calle del Caldero Viejo. Hans divisó un letrero de hierro balanceándose. Le indicó al cochero que parase.

El cochero descendió del pescante y al pisar tierra pareció desconcertado. Dio dos o tres pasos, se miró los pies, sonrió con extravío. Acarició el lomo del primer caballo, le susurró unas palabras de gratitud a las que el animal replicó resoplando. Hans ayudó al cochero a desatar las cuerdas de la baca, a retirar la lona mojada, a bajar su maleta y un gran arcón con manijas. ¿Qué lleva aquí, un muerto?, se quejó el cochero dejando caer el arcón y frotándose las manos. Un muerto no, sonrió Hans, unos cuantos. El cochero soltó una carcajada brusca, aunque una ráfaga de alarma le cruzó el rostro. ¿Usted también va a pasar la noche aquí?, preguntó Hans. No, explicó el cochero, yo sigo hasta Wittenberg, ahí conozco un buen sitio para dormir y hay una familia que necesita ir a Leipzig. Después, mirando de reojo el letrero que chirriaba, agregó: ¿Seguro que no quiere seguir un poco más? Gracias, dijo Hans, aquí está bien, necesito descansar. En realidad voy a Dessau, pero me gusta parar por el camino. Como quiera, señor, como quiera, dijo el cochero antes de carraspear varias veces. Hans le pagó, rechazó las monedas que sobraban y se despidió de él. A sus espaldas sonó un latigazo, el estremecimiento de la madera, la percusión de los cascos alejándose.


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domingo, 29 de marzo de 2009

UNA HORA SIN ENERGÍA ELECTRICA

















Con las velas listas, un tablero de ajedrez y un radio de pilas, mi hija y yo esperamos que el reloj marcara las ocho y treinta de la noche para cerrar la llave general de la luz. Minutos antes habíamos visto algunas imágenes de ciudades como el estadio de Sydney, el Nido de China y la torre Effiel en imágenes paralelas. Es decir en un antes, encendido en su totalidad, y un después, en la contribuyente oscuridad con la que estos lugares, y otros en el mundo, se solidarizaban con la campaña mundial "Hora del Planeta".
Es verdad que estas obras de arquitectura contemporánea resaltan su belleza con su apabullante iluminación. Más aun, la vida moderna en general es visualmente seductora cuando las luces multicolores de sus noches llegan a su plenitud. Pero más de cuatro mil ciudades de ochenta y ocho países, lo que implica más de mil millones de personas de este golpeado planeta tenían la necesidad de manifestar su preocupación por el futuro de nuestro mundo. Nadie está contra del desarrollo, siempre y cuando no se destruya el fututo de las próximas generaciones.
Llegada la hora cortamos la energía, y antes de disfrutar de una hora de placentero juego de alfiles y torres, nos dimos una vuelta por las calles del vecindario de Magdalena. Si bien no todas las casas, ni todas las tiendas, sí debo confirmar que un mayoritario número de ventanas lucían su solidaria oscuridad. Junto al aire con aroma a mar de Magdalena, ahora se percibía una tranquilidad peculiar. Luego me han llegado datos de que no fue así en todo sitio, que muchos ciudadanos ignoraron olímpicamente la campaña y hasta esbozaron una burlona sonrisa de conmiseración. ¡Ni modo! Incluso una amiga me contó de que en Miraflores hubo no solo poca recepción, sino, peor aun, que había un anuncio que promovía la campaña "60 minutos por la Tierrra" totalmente encendido a esa hora. ¡Qué es eso!

Leo en un diario que el director del centro de reflexión Consensus Center en Copenhague, Bjorn Lomborg declara que "Aunque mil millones de personas apaguen las luces, el acontecimiento equivadrá a cortar las emisiones de China durante sólo seis segundos". Debe ser. Pero el asunto no iba por el ahorro de energía, sino como acto simbólico que haga entender a quienes este año se van reunir para hablar del planeta, que queremos mucho más que palabras y declaraciones.
Por la página de radio Programas, ahora leo que las luces de la Plaza de Armas de Lima fueron apagadas como muestra de que el Perú se unió oficialmente a la campaña del Foro Mundial de la Naturaleza (WWF) y que fue imitada en otras ciudades de todo el Perú. Las luces de Palacio de Gobierno fueron las primeras en ser apagadas, seguido de la Catedral de Lima y luego el Palacio Municipal, además de algunos negocios aledaños. Como parte de la campaña cuyo objetivo es sensibilizar a los políticos, empresas, asociaciones y a la sociedad en conjunto sobre la amenaza del cambio climático. En otros lugares públicos como las plazas de distritos de la capital también se pudo apreciar muestras de apoyo a la campaña cuando negocios, viviendas y hasta autos apagaban sus luces en un acto de consciencia de los efectos del calentamiento global sobre el planeta.

Perdí el juego de ajedrez, nos acabamos la media botella de vino que me quedaba, acompañé a mi querida hija a buscar taxi que la lleve a su domicilio. Antes de despedirse me dijo, un tanto en broma y otro poco en serio, que estuvo feliz de compartir una de esas tantas locuras en la que anda gente como yo. Entonces le respondí, mientras cerraba la puerta del auto y le daba un beso en la mejilla, que al menos esa noche los locos habíamos sido más de mil millones.


En las fotos, la Plaza de Armas de Lima con el frontis del Muncipio apagado (foto RPP) y en la otra, obviamente, la Torre Effiel (foto El País).

viernes, 27 de marzo de 2009

POR LA VIDA, APAGUEMOS LAS LUCES ESTE SÁBADO POR LA NOCHE

El Fondo Mundial para la Naturaleza ha invitado al mundo a apagar las luces y desconectar todos los aparatos eléctricos para este sábado, desde las 8:30 y hasta las 9:30 de la noche como parte de la campaña 'La Hora del Planeta'. Los organizadores enviarán así un mensaje a los líderes que se reunirán a finales de año en Copenhague, Dinamarca, para firmar un acuerdo sobre el cambio climático, enfocado en la necesidad de reducir la emisión de gases de efecto invernadero.
Más de 1.700 ciudades de 80 países del mundo se unirán a esta propuesta y apagarán sus luces. ¿Servirá realmente? Los líderes del mundo, ¿asumirán su responsabilidad? Muchos escépticos creen que no, que ya es tarde para todo, que aquellos que realmente podrían hacer algo no tienen la menor intención de hacerlo porque su sordera, su ceguera y, más aún, su estupidez es definitiva. Tal vez. Sin embargo considero que es peor quedarse en la orilla observando mansamente nuestra destrucción.
El cambio climático es imposible de ocultar y debe ser imposible de ignorar. Los 10 años más calurosos de los que se tengan registros han ocurrido desde 1990. El hielo en el Ártico ha descendido a su nivel más bajo y un estudio plantea que dos terceras partes de la población de osos polares desaparecerá antes del año 2050. No obstante, no solo es cosa osos polares y de capas de hielo. Algo más está en riesgo – el cambio climático amenaza toda la vida en nuestro planeta. El cambio climático es el problema número uno que enfrenta el medio ambiente en el siglo XXI. Y países como Estados Unidos están entre los principales contribuidores de gases de efecto invernadero, con emisiones de dióxido de carbono que representan casi cinco veces más las emisiones del promedio mundial (datos tomados de
La Hora del Planeta).

He recibido una buena cantidad de correos de amigos que van plegarse a este modo de protesta. Es cierto que apagar la energía un sábado a las ocho y treinta es cortar la viada del fin de semana; pero, ni modo, no tendría mucho valor cerrar la llave de la luz a las doce de la noche de un día domingo. Prenderemos algunas velas, abriremos una botella de vino y, recordando a Giovanni Boccaccio y su Decamerón, nos turnaremos para contar historias de todo tipo. Eso sí, en todas esas historias estará implicito el deseo de que la vida no termine tan pronto en este nuestro planeta.

DIA MUNDIAL DEL TEATRO ¡FELICITACIONES!

Una noche, al principio de los tiempos, un grupo de hombres se reunió en una cantera para calentarse alrededor de una hoguera y contar historias. De repente, a uno de ellos se le ocurrió levantarse y utilizar su sombra para ilustrar su historia. Usando la luz de las llamas hizo que sus personajes aparecieran más largos que en la vida real sobre los muros de la cantera. Asombrados, los demás reconocieron uno a uno al fuerte y al débil, al opresor y al oprimido, al dios y al mortal”. Había nacido el teatro. Este fragmento que le pertenece a Robert Lepage, dramaturgo canadiense, fue de uno de los tantos merecidos discursos dados como parte de las celebraciones por el Día Internacional del Teatro.
Mis más cálidos saludos a la gente de teatro, saludos respetuosos no solo a los indómitos actores, productores, dramaturgos y directores sino a todos los demás, lo que incluye también a los espectadores quienes se dan el tiempo para ser cómplices de esta maravillosa dimensión artística milenaria.
El teatro, que ha estado presente en la cultural humana aun antes de que se inventara el lenguaje, se ha mantenido contra viento y marea en la vida del hombre, y muchas veces se ha encargado de enrostrarnos nuestras miserias sociales o de resaltar nuestras momentos más felices.
Si tomamos en cuenta los bailes de las sociedades primitivas, las ceremonias religiosas más antiguas, ya encontraremos los rastros del teatro. Si observamos a un grupo de muchachos jugar a buenos y villanos, allí también percibiremos la esencia misma de la representación teatral. El fenómeno dramático precede, en todas las culturas, al fenómeno literario o al de las artes plásticas, porque el hombre, para satisfacer su afán de creación y de imitación, utilizó antes que nada, el material disponible más próximo: el de sí mismo, el de su cuerpo.

Desde 1961, el Instituto Internacional del Teatro, consideró que, dada la importancia de este género literario. Así, escogió el día 27 de marzo para celebrar el arte más antiguo de los creados por el hombre. Desde entonces, cada año, el 27 de marzo, antes de empezar, en cualquier lugar del mundo, la función, es leído un mensaje escrito por alguna de las destacadas personalidades del teatro. Este años, en Lima, el homenaje a la gente de teatro cayó en ilustres personas como la actriz Delfina Paredes y el incansable Edgardo Guillén. Un abrazo cálido para ellos y para todos los que viven para el teatro en en este difícil país.

Ah, les paso la voz que las actividades por el Día del Teatro van hasta el domingo 29 en el que se llevará a cabo La Gran Maratón Teatral, de manera totalmente gratuita, desde las 4:00p.m. en el Parque de la Muralla, el Pasaje Santa Rosa, la Alameda Chabuca Granda y el Parque Universitario, con la participación de los destacados grupos teatrales Artimaña, Lunasol, Carlitos Chaplin, Waytay, Haciendo Pueblo, Eureka Teatro y Tuquitos Teatro, quienes interpretarán divertidas obras relacionadas con la protección de la naturaleza y el cuidado del medio ambiente y aptas para toda la familia. Ni hablar. Hay que darse una vuelta por algunos de esos lugares, o por todos, si aguanta el cuerpo.

Foto tomada del blog de Danicasalla

martes, 24 de marzo de 2009

LAS ELÍPSIS DE HEMINGWAY

Las primeras lecturas de las novelas de Hemingway las tuve en una etapa muy temprana de mi vida en la que devoraba todo libro que encontraba. Por quien doblan las campanas me absorbió inmediatamente y no tuve ganas de buscarle las razones que la hicieran tan visual, sencilla y, a la vez, tan penetrante en cuanto a la agonía espiritual de Jordan. París era una Fiesta fue otro encuentro intenso con una historia seductora y narrada con una contundente eficiencia, pero que parecía contada con excesiva sencillez.
Confieso que en aquellos tiempos de lecturas desordenadas y de fascinaciones juveniles por las novelas que desbordaban recursos técnicos, claves secretas y construcciones verbales casi de laboratorio lingüístico, Hemingway me pareció peligrosamente sencillo y pasó al segundo nivel en la lista de mis escritores de cabecera. Sí, lo reconozco, en aquel tiempo de adolescente lector, la sencillez se relacionaba con la simpleza y ésta con falta de profundidad. Solo tiempo después, muchos fuimos descubriendo que la sencillez narrativa del autor de El viejo y el mar era resultado de una gran destreza técnica. Quiero decir que, si se es capturado por una historia, de manera que olvidas todo rebuscamiento literario y compartes la vida de los personajes y sus conflictos, entonces se ha hallado una formidable novela.
Encuentro un artículo de Javier Ocaña, en el diario El País, que creo conveniente anotar en esta mi libreta virtual de paso. En dicho artículo, Ocaña explica una de las habilidades narrativas más destacables de Hemingway: las elipsis narrativas.
Meto mi cuchara un poco. La elipsis, en término fríamente gramaticales, consiste en suprimir en la frase una o más palabras que, aunque necesarias para que la estructura esté completa, no lo son para que se entienda lo que se dice. Por ejemplo, “Para casarse, Luis vendió su vieja moto y Ana, su máquina de coser”. En la segunda parte se he suprimido el verbo. Es es la elipsis gramatical.
Ahora bien cuando se trata de asuntos literarios, se habla de elipsis narrativa cuando se suprime una acción en su totalidad o un fragmento íntegro del acontecer de la historia. Hay una parte que no se muestra, no se cuenta, pero debe dejarse las claves para sobrentenderlo porque la importancia de ese hecho suprimido va a ser determinante para el conjunto de la historia. Más fácil es decirlo que trabajarlo en un relato. En esto, Hemingway fue un maestro.

Un hombre sabe que va a morir. Los que muy pronto se van a convertir en sus asesinos están cerca. Sin embargo, la resignación ha ganado la partida definitiva. No intenta huir, tampoco defenderse. "Una vez hice algo malo". Ésa es su respuesta. Lacónica. Sencilla. Es la larga escena inicial de Forajidos, obra maestra del cine negro dirigida en 1946 por el alemán emigrado a Estados Unidos Robert Siodmak, basada en el relato de Ernest Hemingway Los asesinos. ¿Qué lleva a un hombre a dejarse matar? A responder a esa ardua cuestión se dedica el resto de la película, que no el cuento. El texto de Hemingway culmina justo ahí. Es la imaginación del lector la que debe rellenar el vacío argumental. De modo que Siodmak y sus guionistas (oficialmente, Anthony Veiller en solitario, aunque extraoficialmente se sabe que también trabajaron John Huston y Richard Brooks) se apropian del papel de la imaginación y nos sirven el núcleo (prodigiosamente) escatimado por Hemingway.
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lunes, 23 de marzo de 2009

MAS DE UN MILLÓN DE LIBROS DIGITALIZADOS

La noticia es, de todas maneras, impresionante. Leo en el diario Abc que los usuarios del lector electrónico Reader, de Sony, podrán acceder de forma gratuita a más de un millón de libros exentos de derechos de autor y disponibles en Google, según informó ayer la compañía de productos electrónicos.
En situaciones como ésta es cuando cabe, perfectamente, aquello de que la vida es muy corta para todo lo que se quisiera hacer (o leer en este caso). El acceso a esos títulos se realizará a través de la librería virtual de Sony, eBook Store, y requiere al usuario tener una cuenta con ese servicio y descargar un programa informático, que también es gratuito.
El catálogo de Google incluye títulos tradicionales como "The Awakening", una novela corta de Kate Chopin o "Black Beauty", de Anna Sewell, entre otros, además de materiales de autores que son de mas difícil acceso público. También se ofrecen títulos en idiomas diferentes al inglés, incluido el español, y pueden ser seleccionados por temas, títulos o autores.
Ahora bien, el asunto no es tan sencillo, ni tampoco tan grato. Hace unos días leí en el blog de Iván Thays que se están digitalizando una enorme cantidad de libros y que los autores tienen que avisar que no quieren ser “digitalizados, de lo contrario se daba por sobrentendida su aceptación
Ivan escribe: Soy un creyente convencido del libro digital y del futuro de los e-books. Pero aceptar que Google digitalice tus libros es una peligro porque sabe Dios qué hará con ellos después. Google es una anarquía absoluta pero, al mismo tiempo, un negocio muy bien pensado que ejerce su poder ahí donde los derechos de los otros son ambiguos. Por ejemplo, la campaña que ha lanzado para digitalizar millones de libros es una trampa. No es el proceso habitual, en el que una empresa muestra interés particular por tu libro y luego se contacta contigo, sino lo contrario: quiere que los autores se contacten con ellos para evitar ser digitalizados. Si no lo hacen en un plazo relativamente breve, que ya se vence, dan por "sentado" que el autor está conforme en ser digitalizado y pueden hacerlo libremente y, además, no tienen ningún reparo en hacer negocio luego con esa versión.
¡Cuando no! Las grandes contradicciones de estos tiempos de apabullante tecnología. La delgada línea que separa lo bueno, de lo oportuno, o de los oportunistas, en todo caso. Qué delirante mundo éste en donde se puede tener al alcance de la mano la cultura del hombre contemporáneo en un artilugios pequeños, casi de magia. Y que lamentable que detrás de aquello, oscile la siniestra sombra de los de siempre, de los que - inversamente - convierten el agua en vinagre; de aquellos que hicieron una rifa con los retazos de los santos sacrificados; de estos que ahora pretenden confiscar la propiedad intelectual de los creadores en nombre del libre acceso a la cultura siempre y cuando, claro, haya un negocio rentable que los beneficie.
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sábado, 21 de marzo de 2009

BUSCANDO A CORTÁZAR EN PARÍS

Encontré en la revista Etiqueta Negra un artículo de Ana Laura Lissardy a propósito de la novela Rayuela del gran Julio Cortázar. La autora del artículo recorre el París contemporáneo buscando encontrar algunas huellas dejadas por el personaje central de la novela, Oliveira. Por supuesto que el París de los años sesenta, ha desaparecido por causas naturales, si acaso alguna vez existió más allá del universo de la maravillosa novela del escritor argentino a quien se recuerda mucho ahora que su cumplen los veinticinco años de su muerte.
Para quienes hayan leído la novela, será un nostalgico guiño que busca la complicidad. Para quienes no la hayan leído aún, será una invitación para adentrarse en el universo de ese juego que por aquí llamábamos "mundo", y en donde Oliveira es un poco de cada uno de nosotros saltando voluntariamente los cuadrados apáticos por donde pareciera nos lleva la vida inevitablemente.
INSTRUCCIONES PARA BUSCAR UN PERSONAJE DE CORTÁZAR Y NO ENCONTRARLO
¿Por dónde andarás, Oliveira, en estos días de calor y olores rancios? Me pregunto si estarás fumando galoises debajo de un puente en París o si andarás contando los pesos en Buenos Aires. Ahora que lo pienso, a vos nunca te importaron los pesos. ¿O sí? ¿Cómo saberlo? Sos ese tipo de persona que no se traga las líneas que le quieren hacer recitar. Si fueras Adán, no morderías nunca la manzana. Pero, ¿cómo saber quién es Oliveira cuando Oliveira no es? Cuando estás solo y no sos escrito. Cuando no tenés siquiera tus palabras, tus noemas, tus no-pensamientos. Tal vez estás sentado en el cementerio de Montparnasse, fumándote un cigarrillo junto a la tumba de tu amigo Julio. Yo estuve ahí y no te encontré. No estabas tampoco en el Pont des Arts, y eso que te busqué. No estabas en la rue de Seine, ni en el Quai de Conti, ni en el boulevar de Sébastopol. Tampoco en la rue des Lombards (donde no estaba ni siquiera madame Léonie). Y lo más extraño es que no te encontré en la rue de la Huchette. Subía un fuego sordo, sí, de voces que quieren pero no pueden, de silencios incontenidos y vocales deformadas. Pero no había más. Y el más y el menos son simples mapas mentales, estrategias para… ¿Para qué era, Oliveira? Son muchas las preguntas que quisiera hacerte. Tal vez por eso, cuando ya había recorrido la rue de la Huchette varias veces, para arriba y para abajo (arriba y abajo que, como decís vos, son simples denominaciones, zanahorias que ya no engañan al burro; y agregaría: ni al perro, ni siquiera hubieran engañado a la oveja Dolly) un hombre me paró para preguntarme «Pourquoi es-tu tellement triste?». Y así, al improviso, me di vuelta pensando que eras vos. Porque no se puede lanzar una pregunta así a un desconocido si no se es un poco Oliveira. Si no se te conoce, al menos. O quizás se puede. En tu París sí que se podría. ¿A que sí? «Je cherche à une personne», j’ai dit avec mon pauvre français. «Alors, sorriut!». Sonreí sin ganas, porque no había nada de qué reír. Porque caminando por la París-Oliveira, buscando señales, símbolos, ranas o, cuanto menos, algún caracol, encontré calles de burgueses, turistas, fast foods e internet points. Encontré una París de final de comedia hollywoodiana. ¿Quién sabe cómo era entonces? ¿Cómo era esa París de los años sesenta? Esa París tan naïf, donde uno era la ciudad y la ciudad era uno mismo. Quién sabe si no eran tus anteojos (¿usabas anteojos, Oliveira? ¿Lentes, lentes usabas? Una de las tantas cosas que no sé y querría saber), si no eran tus gafas de miope o astigmático que te hacían ver esas callejuelas de cemento, turistas y «entre, entre, nous avons du bon vin», como las otras que supiste des-andar en busca de la Maga. A propósito, de la Maga ni sombra. La busqué incluso en la librería de la rue de Verneuil, donde iba a jugar con el gato. Pero no había gato, ni Maga, ni siquiera librería. Sólo un camión de basura y un nene cayéndose del monopatín, porque la calle estaba llena de tubos amarillos, bolsas de arena y dragones de plástico. Imagino que la librería donde la Maga pasaba sus tardes fue sustituida por algún restaurante vietnamita o indio, o un negocio de artículos para la casa, porque era lo único que se veía por ahí. Y el señor del gato, ése que sabía tanto de historiografía y libros, estará jubilado o empleado como cajero en alguno de esos supermercados «Proxy» de luces de neón y leche en oferta especial 3×2. Pero de la Maga, nada. Tampoco de vos.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Casa de César Vallejo será remodelada

Es una buena noticia que se remodele la casa de César Vallejo en Santiago de Chuco. Ahora que PromPerú ha lanzado la segunda guía de rutas literarias, El norte de César Vallejo, es una buena ocasión para aquellos turistas nacionales y extranjeros quienes por los feriados de Semana Santa puedan darse un salto por el norte del país. La ruta incluye Santiago de Chuco, Huamachuco y Trujillo, con especial énfasis en las haciendas y lugares por donde Vallejo vivió. Recordemos que fue en Trujillo, cuando estuvo preso, que escribió su obra más experimental, Trilce. Gracias a la pluma y conocimientos sobre viajes de Rafo León, toda persona que crea que la literatura y el turismo son dos campos perfectamente compatibles podrán conocer esos lugares del poeta mayor del Perú. Como último dato, la primera guía tiene como tema "La Lima de Vargas Llosa". Haciendo clic en el título, pueden verla y empezar a caminar por la realidad de la ficción.

Trujillo (El Comercio Norte).- Cuando uno llega a Santiago de Chuco inmediatamente se percata de la relación que hay entre esa provincia y el gran poeta César Vallejo Mendoza: la plaza, el hospital, el colegio y la avenida principal llevan su nombre. Sucede que, sin duda, este es el hijo más ilustre de esta localidad. Su casa, por tal motivo, se convirtió en un santuario para los santiaguinos y todos los seguidores del vate.

Por eso ahora, tras varios años de abandono, el inmueble será remodelado, a fin de evitar que colapse, ya sea por las lluvias o por la desidia.
Con este propósito, ayer se entregó el expediente técnico para la restauración y puesta en valor de la casa del connotado poeta, que se gestionó gracias a la intervención del Arzobispado Metropolitano de Trujillo, en especial de monseñor Miguel Cabrejos Vidarte, en colaboración con la Municipalidad de Santiago de Chuco, el Instituto Nacional de Cultura INC-La Libertad y la minera Barrick.

Según se explicó, el trabajo estuvo a cargo del mismo equipo profesional que hizo el proyecto de la iglesia de Angasmarca, encabezado por el arquitecto Humberto Palacios Miró Quesada, en coordinación con la arquitecta Ana Elisa Berengel y los ingenieros Manuel Cárdenas y David Gutiérrez.
El alcalde de Santiago de Chuco, Ábner Avalos Villacorta, indicó que, de acuerdo con lo conversado con el equipo técnico, se necesitarán alrededor de US$300 mil a fin de evitar que la infraestructura se venga abajo.

“Para nosotros esta es una gran noticia. La remodelación del inmueble permitirá potenciar la provincia con los otros atractivos turísticos, más aun ahora que se viene mejorando la carretera que llega hasta nuestra localidad. Esto se está buscando desde hace muchos años. Este es un gran día para los santiaguinos”, dijo emocionado el burgomaestre.

Ahora el expediente técnico se encuentra en manos del INC La Libertad. Ellos tendrán, en un plazo no mayor de dos semanas, que dar la viabilidad al proyecto.

Según indicó Silvia García, encargada de administrar la entidad cultural, este documento ahora será revisado y luego enviado a Lima, donde darán el visto bueno. “Solo se detendrá la obra si tiene alguna observación, pero creemos que no será así porque se elaboró con nuestra asesoría”, sostuvo.

Si bien aún no han dado fecha para su culminación, se sabe que la remodelación concluiría este año.

lunes, 16 de marzo de 2009

Augusto Effio, mención honrosa Caretas

Augusto Effio Ordóñez (Huancayo, 1977) es autor de Lecciones de origami (Matalamanga, 2006). Obtuvo el Copé de Plata en la Bienal de Cuento organizado por Petroperú (2004). Ha colaborado con las revistas Vórtice, Caretas, Etiqueta Negra y Hermanocerdo. Sus cuentos han aparecido en las antologías Encuentro de Escritores Peruanos (UCSUR, 2005), Nuevos Fuegos, Otros Lances (Editorial Recreo) y Disidentes. 


En estos treinta años de servicio, el menor de mis suplicios ha sido redactar memorandos y estatutos con la servil sintaxis de mis superiores. Aún así, jamás se me ocurrió hacerles notar la maraña de pelos que hallé en la sopa de formulismos y lugares comunes con los que, tan solo, alimentaron la ignorancia de otros escritorios.

No reniego de las horas de trabajo que dediqué a afilar precisos consejos en la sombra de los escalafones medios, aún cuando más tarde los viera salivados como atolondradas instrucciones en la boca del jefe de turno. Nunca respondí con una queja o protesta a la insignificancia de los encargos encomendados. Por el contrario, navegué con la frente en alto por las brumas de la administración pública sabiéndome el único tripulante con un remo entre las manos. En ocasiones, he contribuido, lleno de rigor y minuciosidad, a remendar los asuntos de Estado para ocultar sus costuras menos amables: convertí balbuceos de subsecretario en argumentos de estadista, tomé vaguedades de portapliegos para improvisar argumentos de tribuno, arropé la indigencia de informes repletos de cicatrices normativas con los bríos del cinismo jurídico. Acepto mis culpas con dignidad, y no pienso en la jubilación como el purgatorio donde pasearé un arrepentimiento que mi espíritu ya desechó como quien cercena una carnosidad inmunda. Roma gana las guerras, pero nosotros hacemos los refranes. Después de padecer la estrechez y demás penurias del servicio gubernamental, eso es todo lo que me queda: un consuelo de cartaginés. A diferencia de las personas que hoy apuran el trajín de firmas y registros de mi renuncia, me gusta visitar la desnuda quietud de los libros en busca de alguna frase tempestuosa que me mantenga a salvo del “sentido común” que imponen los horarios de oficina. A dos días de abandonar mis labores en la trastienda del poder, di con esta turbulencia: Roma gana las guerras, pero nosotros hacemos los refranes.

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Jaime Bayly los lunes en Perú.21

Les dejo un dato sobre Jaime Bayly, ahora que leo Perú.21 un lunes. El periodista y escritor Jaime Bayly escribe una columna todos los lunes como hoy y como lo dicta su inclinación por la literatura no lo hace con un análisis político, sino con relatos breves que dan muestras claras de un escritor de oficio.  


No me pregunten cómo he terminado con El Tano y su novia en una isla desierta de las Bahamas.

No sé mucho del Tano, lo conocí la otra noche en un hotel de Nassau, me pidió la laptop en el bar del Compass Point para leer sus correos, me dijo que su hija estaba en las Galápagos y que no sabía nada de ella, la novia del Tano me preguntó por qué llevaba boina y chalina en Nassau y luego me preguntó sin esperar mi respuesta si yo era canadiense y le dije que sí, que soy de Montreal.

Todo lo que sé del Tano es que es argentino, vive en Nueva York desde que tenía veinte años (y ahora tiene cincuenta) y alquila cincuenta departamentos amoblados en esa ciudad. Todo lo que sé del Tano es que es dueño de cincuenta departamentos de lujo en Manhattan, que le dejan un millón de dólares al mes. Está claro que el Tano es un maestro porque además me cuenta todo eso como si me estuviera contando que está resfriado.

Todo lo que sé de la novia del Tano es que es sueca y bastante menor que yo y está siempre un tanto borracha y coqueteando, lo que no parece molestarle al Tano, porque el Tano es un grande y nada parece molestarle a estas alturas.

Tan grande es el Tano que se ha comprado una isla virgen en las Bahamas por doce millones de dólares y me ha dicho para ir a visitarla y cuando le dije aquella noche en el bar del Compass Point que sí, que iríamos al día siguiente, estaba seguro de que todo era mentira, su isla de la fantasía y mi entusiasmo por conocerla, pero ahora un avión bimotor ha acuatizado frente a una isla desierta más grande que Key Biscayne, a la que hemos llegado volando cuarenta minutos sobre un mar tan transparente que podías ver los tiburones.

El Tano, la sueca y yo hemos bajado de la avioneta, saltado al mar y, con el agua rozándonos el ombligo, hemos caminado hasta la orilla de la isla del Tano, que a lo mejor no es del Tano, pero que él reclama como suya, y nos hemos sentado a la sombra de un árbol y era como estar en un capítulo de Lost esperando a que viniera una criatura monstruosa a devorarnos y arrojar nuestras extremidades en las copas de los árboles.

Solo he visto en la isla a dos criaturas vivas, sin contar al piloto que se quedó cuidando la avioneta y bebiendo cerveza (yo pensaba: si la avioneta falla y no enciende y nos quedamos a pasar la noche acá y el moreno tiene hambre, nos come a los tres crudos y sin sal): una mariposa naranja y un numero indeterminado de moscas más grandes que las moscas domésticas peruanas que me son familiares, tan grandes que el Tano ha dicho que no eran moscas, que eran tábanos y venían por nuestra sangre.

Le he dicho “Tano de mierda, la puta que te parió, no tenemos nada que comer ni tomar en esta isla, todas las islas desiertas son iguales, para qué carajo me has traído acá si estoy enfermo, y ahora me dices que nos van a comer unos tábanos, no me jodas y larguémonos de acá y llévame a un restaurante donde podamos comer como gente civilizada”. La sueca por suerte se ha amotinado conmigo y ha dicho que se muere de sed (cómo no va a tener sed, si está con una resaca feroz) y que vayamos a no sé qué isla perdida en el archipiélago de las Bahamas, donde dice ella que sirven unos pescados fritos deliciosos.

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domingo, 15 de marzo de 2009

Marco García Falcón, mención honrosa Caretas

Marco García Falcón obtuvo una mención honrosa en el reciente concurso del cuento de las Mil Plabras organizado por la revista Caretas. Estudió Lingüística y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha obtenido los primeros premios en los Juegos Florales de la PUCP (1991), en el primer Concurso de Cuento Jurídico organizado por la revista Thêmis (1995) y en el Gran Premio Adobe de Cuento otorgado por la Universidad Ricardo Palma, Adobe Editores y el diario Expreso(1999). Asimismo, ha recibido la mención de finalista en la X y XII bienales del Premio Copé (1998, 2002), así como el tercer premio en la XI versión de dicho concurso (2000). En el 2002, la Serie Ficciones del Fondo Editorial de la PUCP publicó su primer libro, París personal, que recibió una muy buena acogida por parte del público y la crítica.


Marco García Falcón

¿La señora Bronstein? –llamó la enfermera.

–Soy yo –dijo una mujer de edad poniéndose de pie y caminando hacia el consultorio con una elegancia y una altivez poco usuales para sus años.

–Pase, por favor –le sonrió la enfermera–. El doctor la está esperando.

La señora Bronstein entró al consultorio y el doctor Gutiérrez se paró un instante de su escritorio para darle la mano.

–Qué gusto verla –le dijo–. Tome asiento, por favor.

La señora Bronstein se acomodó en la silla, un poco sorprendida con la intensidad con que el médico, un hombre casi tan viejo como ella, la observaba.

–¿Cómo se encuentra? –preguntó al fin el doctor.

–Con achaques. Pero digamos que, en general, bien.

–¿Sabe? –dijo el médico en un tono como de confesión–. No quiero importunarla ni ser malinterpretado por esto, pero desde la primera vez que la vi quise comentarle algo. Le encuentro un aire a una persona muy famosa...

–¿Famosa...? –repitió inquisitivamente la señora Bronstein, interesándose por lo que el doctor decía.

–Sí –continuó él–. Usted tiene unas facciones y unos ojos muy parecidos a los de una mujer que hace muchos años fue muy conocida: la Miss Mundo del 57. ¿No se lo han dicho antes? Era una finlandesa que, si la memoria no me falla, se llamaba María Lindahl. Yo me acuerdo de ella porque justo ganó en el mismo año en que Gladys Zender obtuvo el Miss Universo...

–Se llamaba Marita... –precisó la señora Bronstein– Marita Lindahl..

–Es cierto –se entusiasmó el médico, contento de que su paciente le siguiera el hilo de la conversación–. Me imagino que es algo que siempre le han dicho...

–No siempre –se sonrió ella levemente–. Y menos ahora que estoy vieja. Pero ya que lo menciona, le diré que yo soy Marita Lindahl..

El doctor Gutiérrez se quedó asombrado, sin saber qué decir. En su momento había admirado, como muchos otros jóvenes de su generación, la singular belleza de aquella mujer. Atesoraba, incluso, algunos recortes periodísticos en los que ella aparecía retratada.

Llevo el apellido de mi esposo, de mi segundo esposo –prosiguió la señora Bronstein–. Es lo usual aquí, ¿no? Lo que sí no he dejado de usar es mi nombre Marita...

–Así que tenemos a una de las primeras Miss Mundo en esta clínica –proclamó el médico tratando de recuperarse de la sorpresa–. ¿Está de visita por el Perú? Habla muy bien el castellano. Casi no se le nota el acento...

–Vivo aquí desde hace quince años. Mi esposo era judío pero nació acá. Nos conocimos en Helsinki; él tenía unos negocios por allá. Hemos vivido en muchos países, pero al final nos vinimos para acá...

–No estaba al tanto –se excusó con cierto pesar el doctor Gutiérrez–. En realidad, nunca he sabido que le hayan hecho una entrevista o algo así, y usted debería ser tratada como toda una celebridad...

–Una celebridad de hace cincuenta años –ironizó ella–. Pero no. Nadie sabe de eso. Yo aquí soy la señora Bronstein...

–Pero en todo este tiempo me imagino que alguien más la habrá reconocido...

–Un par de veces, hace varios años. Pero lo negué. Además yo casi nunca salgo a la calle. No me gusta la vida social...

–O quizá lo que no le gusta es Lima...

–No mucho, la verdad, aunque el Perú sí. He ido a algunos pueblos muy bonitos, pero en general no soy una persona que se apasione por las cosas. Los finlandeses somos así, melancólicos por naturaleza. Dicen que somos la nación con la mayor tasa de suicidios... Además, me he ido quedando sola...

–¿Falleció su esposo...?

–Hace diez años... Fue algo duro. Pero lo más terrible fue haber perdido antes a mi único hijo. Murió muy joven, haciendo alpinismo...

–Entiendo, ningún padre está preparado para eso –reflexionó con voz comprensiva el médico–. Pero, dígame, ¿en qué ocupa ahora usted su tiempo?

–Leo. Leo mucho. Me gustan las novelas. Antes iba a las librerías a comprarlas, pero ahora las pido por internet. Es más fácil..

–Es más fácil, sí, pero de vez en cuando es bueno hacer algo de ejercicio...

–Sí, sí; lo sé. Yo hago yoga. Me relaja mucho. Una instructora muy buena viene a mi casa una vez por semana...

–Pero no todo tiene que hacerlo en casa. No tiene por qué quedarse encerrada...

Encerrada... –repitió pensativa la señora Bronstein–. Quizás ése sea un buen calificativo para mí... ¿Sabe? Desde que gané el concurso me he sentido como encerrada; como si, aunque nadie me viera, tuviera que comportarme como una reina. Mi primer matrimonio fracasó por eso: me tenían como un adorno, casi como un trofeo... Luego vino mi segundo esposo, que fue como un respiro hasta que murió mi hijo. Sí, a veces es como si estuviera encerrada, encarcelada en el pasado. Supongo que la muerte será una suerte de liberación...

–Créame que eso es algo que sentimos todas las personas mayores –trató de alentarla el doctor Gutiérrez–. Lo que tenemos que hacer es saber disfrutar del presente, darnos cuenta de lo nuevo...

–Bueno... ese dolor en la espalda por el que vine era algo nuevo, doctor... –aprovechó la señora Bronstein para retomar el motivo de la consulta–. ¿Cómo salieron mis exámenes?

El médico buscó los resultados en su escritorio y por primera vez los revisó. No había tenido tiempo de hacerlo antes. Después de algunos minutos, habló.

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Beto Ortiz sobre Guillermo Thorndike

También se fue Guillermo Thorndike de quien se ha dicho mucho sobre su labor periodística. En la revista Caretas del jueves se puede leer una nota muy sentida de Raúl Vargas y Enrique Sileri sobre sus inicios en el periodismo y sobre ese olfato que los periodistas de antaño que curtieron en las calles hace ya tantas décadas. También una de las pérdidas más profundas que se tiene con su muerte es su obra más importante que quedará inconclusa: la biografía novelada y detallada de Miguel Grau, de la cual solo le faltaba el libro final, sobre la tragedia de Angamos.


Me llevaron ante él como se lleva a un monaguillo frágil ante un papa tremebundo. Yo era un estúpido de 21 años, estaba aún en la de Lima y solapeaba un poco mi almita nerd con un corte de pelo Soda Stereo, un polito de Tracy Chapman, las mismas All Star de caña alta que ahora se ponen los emos y el mismo estudiado aire sombrío que me otorgaba ese innecesario sobretodo negro hasta el tobillo que el film Matrix pondría de moda una década después. Por esos días yo era una especie de negro humorístico, me cachueleaba –como ahora– escribiendo payasadas: historietas aptas para todos, falsos horóscopos, chistes absurdos que otros dibujaban y firmaban. Un día, mi jefe –Alfredo Marcos, el inagotable men de Los Calatos– vino a decirme que había puesto mi nombre en una lista de jóvenes que serían convocados para trabajar en un diario que estaba a punto de aparecer. Me recomendó que buscara lo más presentable que hubiera escrito porque, ese lunes de enero a las diez, tenía cita con Guillermo Thorndike. Yo –en mi presunta condición de humorista cachorro– sabía perfectamente quién era él. Sabía que debía sentirme, digamos, David del Águila siendo fichado por Emilio Estéfan. Sabía bien que se me estaba apareciendo la Virgen. Lo que no sabía era de qué modo quedaría sellado mi destino. Ese lunes de enero a las diez, los mismos ojos endemoniadamente azules con que Thorndike lo había visto casi todo, vieron en ese absoluto atorrante al germen de un reportero. 

Con tanta luminaria junta, el vestíbulo de la bonita casona de Javier Prado a la que habíamos sido citados parecía la antesala de una audición de Broadway. Músicos, poetas y locos, todos los antihéroes de mi adolescencia disfuncional estaban allí: Rafo León, Jorge Pimentel, Eloy Jáuregui, Rocío Silva Santisteban, ”scar Malca, Goyo Martínez, Jorge Frisancho y, con ellos, una caterva de imberbes cuyos nombres sonarían fuerte años después: Phillip Butters, Elsa Úrsula, Iván García y, sin ir más lejos, Andrés Edery, (el dibujante que hoy ilustra esta página y al que, en aquel entonces, una unidad móvil del diario recogía a la salida del colegio) and last but not least, otro nene hiperactivo de melena rubicunda que se la pasaba hueveando por la naciente redacción, cabalgando sobre el lomo de un giant terrier: Augustito Thorndike. Cuando llegó mi turno de comparecer ante su mítico papá, chapé mi sobre Manila y se lo entregué, algo tembleque pero siempre pegándola de autosuficiente. Era un recorte del suplemento “NO”, un relato en el que –con suma crueldad– detallaba las vicisitudes de un pobre niño gordo y pavo que se había meado en la cama hasta los doce años: yo. La estentórea risotada de Guillermo resonaba en aquella casa semivacía como si alguien hubiera hecho estallar bombardas de Navidad. Leía un párrafo, se carcajeaba, se congestionaba todo, sudaba, bufaba, hacía una pausa para respirar y continuaba con la lectura, absolutamente absorto. Con la cara toda colorada como una manzana acaramelada, aquel gigante tierno al que yo había creído tan temible se estaba divirtiendo como un niño. Poco le faltaba para tirarse al suelo de la risa. “La chamba es mía”, pensaba yo, alucinándome el nuevo Sofocleto pero cuando Thorndike terminó de leer, me escrutó unos segundos por encima de los lentes que tenía puestos siempre a media nariz y su mirada de entomólogo me convirtió en un bicho, un chanchito de tierra al que acababan de clasificar:

- Muy bien. Vas al dominical. 
- ¿Sección de humor?
- No. Humoristas ya tengo. Necesito grandes reportajes. ¿Has hecho reportajes?
- Nunca.
- ¿Crónicas?
- Tampoco.
- No importa. Aquí los va a hacer. ¿Cuántas palabras tienen estos relatos tuyos?
- Unas seiscientas.
- Aquí vas a escribir, mínimo, siete mil palabras. 
- Glup…
- Grandes historias con mucho despliegue gráfico, seis páginas cada domingo, ¿podrás? 
- Sí, claro, normal. 

¿Sí?, ¿claro?, ¿normal? ¿SIETE MIL palabras? Ni siquiera juntando todo lo que había escrito en mi vida –composiciones escolares incluidas– hubiera podido sumar siete mil palabras. Acababa de firmar mi sentencia de muerte. Más temprano que tarde aquel ogro reilón me iba a terminar devorando con zapatos y todo. Si siempre me había tomado veranos enteros completar las mil palabras con las que perdía todos los años el concurso de cuento de Caretas, ¿de dónde iba a sacar siete mil fuckin’ palabras CADA SEMANA? ¿Cómo se me ocurría aceptar semejante encargo? Y además, ¿para qué me metía a escribir cosas en serio si yo no quería ser reportero ni cronista?, ¿acaso lo que quería no era convertirme algún día en el Nicolás Yerovi del 2000?

- ¿Ya tienes algún tema para tu primer reportaje?
- No.
- ¿No hay algo sobre lo que quisieras escribir?
- Bueno, yo…
- No importa. Escribe sobre el quechua.
- ¿El-que-chua?
- Sí, el quechua. Un reportaje sobre el quechua.
- Pero… ¿qué pasa con el quechua?
- No sé. Averigua.

Pruebe el lector a escribir no siete mil sino ¡siete!, escriba apenas siete palabras sobre el quechua, a ver qué le sale. Nada, claro. Y eso fue lo que me salió durante los siguientes días desesperados: nada. Alentado por el sensei Kike Sánchez, a la sazón mi estoico editor, entrevisté a todos los especialistas, a todos los filólogos, a todos los quechuistas que existen sobre la tierra, pero a la hora de sentarme ante la máquina de escribir, lo único que me salía eran unas parrafadas intragables, dignas del peor Bruño. Boté montañas de papel al tacho, me acabé varias cajetillas de Premier y una lata entera de Nescafé, me amanecí de miércoles para jueves masacrándome los dedos contra las teclas y como el jueves se pasó volando y no había terminado, me amanecí también de jueves para viernes. El reloj dio las cinco de la tarde, La hora H había llegado. Thorndike tomó entre sus manazas el fajo de papeles tachoneados, los leyó sin hacer ni un solo comentario, sin reírse, sin mover una ceja y cuando hubo terminado de leer, aquel gigante temible al que yo había creído tierno rompió, iracundo, mi artículo y lanzó los pedacitos por los aires.

-Esto es una buena mierda. Escríbelo otra vez.

Y como cuando se escribía a máquina, no había control + s ni USB, escribirlo todo otra vez significaba exactamente eso: empezar desde cero. Lo escribí todo de nuevo, claro. Varias veces, hasta que, por fin, la versión número cuatro o cinco le gustó. Y así, mi primer reportaje salió publicado en la primera edición dominical de “Página Libre” bajo el título que, por supuesto, él le puso: El turno del ofendido. Aquí lo tengo bien enmarcadito, colgado en la pared de mi escritorio para no olvidarme nunca –NO PAIN, NO GAIN– de aquella severísima lección de amor. Es difícil escribir bien pero se aprende.

Gracias, Guillermo.

Gran Torino, lo último de Clint Eastwood

La próxima semana se nos viene esta película que tal vez sea la última en que Eastwood actúe. Sin embargo, aun podremos apreciar el talento único para contar historias del muchas veces ganador del Oscar (Million Dolar Baby, por ejemplo). Para los que no desean esperar les doy el dato que hoy domingo estará en preestreno en muchos cines limeños.  

(Por Miguel Moreno) Confluyen en esta cinta muchos factores bien conjugados: Un Eastwood con un papel que le sienta como un guante, una historia simple, pero, una vez más, efectista (y ni falta que le hace más) y la vasta experiencia en dirección que rebosa oficio, mucho oficio. 

Cabe destacar que como siempre, las historias de este director siempre te dejan pensando en los títulos de crédito, te remueven y tienen significado importante, y esta es una más. Se la podría calificar de obra menor (que para nada lo es bajo mi punto de vista) porque siempre se tienen grandes expectativas de Eastwood como director, como he leído en otras críticas, pero mi aportación es diferente. La cinta queda compensada en otros aspectos si el guión no es todo lo rotundo que cabe esperar. Y Clint sabe compensar, sabe dirigir, sabe contar, sabe emocionar, sabe crear. ¿Gran Torino cae en tópicos? ? Y qué si lo hace tan brillantemente, sabiendo como sabe Clint que esos tópicos encajan tan bien? No todos los que manejan una cámara manejan eso.

Excelentemente retratado ese choque frontal entre culturas, ese Walt que se va abriendo poco a poco cuando estaba cerrado a candado, esa mirada que solo él sabe poner, esos remordimientos que sabe se llevará a la tumba por recuerdos del pasado, esa no aceptación de que el mundo ha cambiado y uno no quiere cambiar con él aunque al final esté obligado en cierta manera, y ese humor tan característico (atención al amigo peluquero) que viene tan bien además. Y ese Gran Torino, esa máquina perfecta y atesorada que es el nexo de unión entre dos mundos distintos, dos culturas tan diferentes. Todo esto empaquetado siempre, por la mano maestra. 

Con algunas escenas memorables (ese apuntar con la mano no lo hace cualquiera) y una interpretación soberbia por su parte, se aprecia todavía más esa guinda en los créditos finales donde este señor se atreve a cantar la excelente canción que escuchamos, con esa voz inconfundible, y ese sosiego que es saberse uno de los grandes.

Sobre el Museo de la Memoria

Aunque ha pasado ya una semana de la publicación de esta argumentación vargasllosiana, creo que es importante leerla y no solo haber escuchado que nuestro mayor escritor ha generado una polémica con el ministro de Defensa, Antero Flores Aráoz, en donde una vez más un político no hace más que desprestigiar con ignorancia y argumentos débiles, por no decir de una ficción fronteriza, una necesidad nacional.

El Perú no necesita museos

Por Mario Vargas Llosa (El Comercio)

El autor de esta teoría —que el Perú no necesita museos mientras sea pobre y con carencias sociales— es el señor Ántero Flores-Aráoz, ministro de Defensa del Gobierno Peruano. No se trata de un gorila lleno de entorchados y sesos de aserrín sino de un abogado que, como profesional y político, ha hecho una distinguida carrera en el Partido Popular Cristiano del que se separó hace algún tiempo para representar al Perú como embajador ante laOEA (Organización de Estados Americanos). ¿Qué puede inducir a un hombre que no es tonto a decir tonterías? Dos cosas, profundamente arraigadas en la clase política peruana y latinoamericana: la intolerancia y la incultura.

Para situar el úcase del ministro en su debido contexto hay que recordar que, entre 1980 y 2000, el Perú padeció una guerra revolucionaria desatada por Sendero Luminoso cuyo salvajismo terrorista provocó una respuesta militar de una desmesura también vertiginosa. Cerca de 70 mil peruanos, la inmensa mayoría de los cuales eran humildes campesinos de los Andes y habitantes de los pueblos más pobres y marginales del país, murieron en ese cataclismo.

Al terminar la dictadura de Alberto Fujimori (a punto de ser condenado en estos días por los crímenes contra los derechos humanos perpetrados durante su régimen), el gobierno democrático nombró una Comisión de la Verdad y la Reconciliación para investigar la magnitud de esta tragedia social. Presidida por un respetado intelectual y filósofo, el doctor Salomón Lerner, ex rector de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la comisión elaboró un documentado estudio de esos años sangrientos y un cuidadoso análisis de las causas, consecuencias y el saldo en vidas humanas, destrucción de bienes públicos y privados, torturas, secuestros, desaparición de personas y de aldeas de la violencia de esos años. Un vasto sector de opinión pública reconoció el valioso trabajo de la comisión, pero, como era de esperar, sus conclusiones fueron criticadas y rechazadas por círculos militares y por las pandillas sobrevivientes del fujimorismo que, de este modo, se curaban en salud de su complicidad con un régimen autoritario que, además de cleptómano y corrompido hasta los tuétanos, detenta un pavoroso prontuario de asesinatos, torturas y desapariciones perpetrados con el pretexto de la lucha antisubversiva.

La comisión organizó, con los materiales de su investigación, una de las más conmovedoras exposiciones que se hayan visto jamás en el Perú y que todavía se puede visitar, aunque en formato algo reducido, en el Museo de la Nación, en Lima. Llamada “Yuyanapaq” (Para recordar), muestra, en fotos, películas, cuadros sinópticos y testimonios diversos la ferocidad demencial con que los terroristas de Sendero Luminoso y del MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru), y, también, comandos de las Fuerzas Especiales y grupos de aniquilamiento —como el tristemente célebre grupo Colina— sembraron el horror segando decenas de millares de vidas humanas inocentes y la impotencia y desesperación de los sectores más humildes y desamparados del país ante ese vendaval que se abatió sobre ellos desencadenado por el fanatismo ideológico y el desprecio generalizado de la moral y de la ley.

Cuando la primera ministra alemana, Angela Merkel, vino en visita oficial al Perú ofreció que su gobierno ayudaría a financiar un museo de la memoria, que, siguiendo las pautas sentadas por “Yuyanapaq”, sería, a la vez, un documento genuino, didáctico y aleccionador sobre los estragos materiales y morales que padeció el Perú en los años del terror y un llamado a la reconciliación, a la paz y a la convivencia democrática. Por razones obvias, Alemania es sensible a estos temas y no es extraño que un país que ha hecho un admirable esfuerzo para enfrentarse a un pasado atroz con sentido autocrítico y ha conseguido superarlo y es por eso, ahora, una sociedad sólidamente democrática, haya querido apoyar la iniciativa de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.

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