
sábado, 17 de octubre de 2009
Herta Müller estuvo en Perú

domingo, 15 de marzo de 2009
Marco García Falcón, mención honrosa Caretas

–Soy yo –dijo una mujer de edad poniéndose de pie y caminando hacia el consultorio con una elegancia y una altivez poco usuales para sus años.
–Pase, por favor –le sonrió la enfermera–. El doctor la está esperando.
La señora Bronstein entró al consultorio y el doctor Gutiérrez se paró un instante de su escritorio para darle la mano.
–Qué gusto verla –le dijo–. Tome asiento, por favor.
La señora Bronstein se acomodó en la silla, un poco sorprendida con la intensidad con que el médico, un hombre casi tan viejo como ella, la observaba.
–¿Cómo se encuentra? –preguntó al fin el doctor.
–Con achaques. Pero digamos que, en general, bien.
–¿Sabe? –dijo el médico en un tono como de confesión–. No quiero importunarla ni ser malinterpretado por esto, pero desde la primera vez que la vi quise comentarle algo. Le encuentro un aire a una persona muy famosa...
–¿Famosa...? –repitió inquisitivamente la señora Bronstein, interesándose por lo que el doctor decía.
–Sí –continuó él–. Usted tiene unas facciones y unos ojos muy parecidos a los de una mujer que hace muchos años fue muy conocida: la Miss Mundo del 57. ¿No se lo han dicho antes? Era una finlandesa que, si la memoria no me falla, se llamaba María Lindahl. Yo me acuerdo de ella porque justo ganó en el mismo año en que Gladys Zender obtuvo el Miss Universo...
–Se llamaba Marita... –precisó la señora Bronstein– Marita Lindahl..
–Es cierto –se entusiasmó el médico, contento de que su paciente le siguiera el hilo de la conversación–. Me imagino que es algo que siempre le han dicho...
–No siempre –se sonrió ella levemente–. Y menos ahora que estoy vieja. Pero ya que lo menciona, le diré que yo soy Marita Lindahl..
El doctor Gutiérrez se quedó asombrado, sin saber qué decir. En su momento había admirado, como muchos otros jóvenes de su generación, la singular belleza de aquella mujer. Atesoraba, incluso, algunos recortes periodísticos en los que ella aparecía retratada.
Llevo el apellido de mi esposo, de mi segundo esposo –prosiguió la señora Bronstein–. Es lo usual aquí, ¿no? Lo que sí no he dejado de usar es mi nombre Marita...
–Así que tenemos a una de las primeras Miss Mundo en esta clínica –proclamó el médico tratando de recuperarse de la sorpresa–. ¿Está de visita por el Perú? Habla muy bien el castellano. Casi no se le nota el acento...
–Vivo aquí desde hace quince años. Mi esposo era judío pero nació acá. Nos conocimos en Helsinki; él tenía unos negocios por allá. Hemos vivido en muchos países, pero al final nos vinimos para acá...
–No estaba al tanto –se excusó con cierto pesar el doctor Gutiérrez–. En realidad, nunca he sabido que le hayan hecho una entrevista o algo así, y usted debería ser tratada como toda una celebridad...
–Una celebridad de hace cincuenta años –ironizó ella–. Pero no. Nadie sabe de eso. Yo aquí soy la señora Bronstein...
–Pero en todo este tiempo me imagino que alguien más la habrá reconocido...
–Un par de veces, hace varios años. Pero lo negué. Además yo casi nunca salgo a la calle. No me gusta la vida social...
–O quizá lo que no le gusta es Lima...
–No mucho, la verdad, aunque el Perú sí. He ido a algunos pueblos muy bonitos, pero en general no soy una persona que se apasione por las cosas. Los finlandeses somos así, melancólicos por naturaleza. Dicen que somos la nación con la mayor tasa de suicidios... Además, me he ido quedando sola...
–¿Falleció su esposo...?
–Hace diez años... Fue algo duro. Pero lo más terrible fue haber perdido antes a mi único hijo. Murió muy joven, haciendo alpinismo...
–Entiendo, ningún padre está preparado para eso –reflexionó con voz comprensiva el médico–. Pero, dígame, ¿en qué ocupa ahora usted su tiempo?
–Leo. Leo mucho. Me gustan las novelas. Antes iba a las librerías a comprarlas, pero ahora las pido por internet. Es más fácil..
–Es más fácil, sí, pero de vez en cuando es bueno hacer algo de ejercicio...
–Sí, sí; lo sé. Yo hago yoga. Me relaja mucho. Una instructora muy buena viene a mi casa una vez por semana...
–Pero no todo tiene que hacerlo en casa. No tiene por qué quedarse encerrada...
–Encerrada... –repitió pensativa la señora Bronstein–. Quizás ése sea un buen calificativo para mí... ¿Sabe? Desde que gané el concurso me he sentido como encerrada; como si, aunque nadie me viera, tuviera que comportarme como una reina. Mi primer matrimonio fracasó por eso: me tenían como un adorno, casi como un trofeo... Luego vino mi segundo esposo, que fue como un respiro hasta que murió mi hijo. Sí, a veces es como si estuviera encerrada, encarcelada en el pasado. Supongo que la muerte será una suerte de liberación...
–Créame que eso es algo que sentimos todas las personas mayores –trató de alentarla el doctor Gutiérrez–. Lo que tenemos que hacer es saber disfrutar del presente, darnos cuenta de lo nuevo...
–Bueno... ese dolor en la espalda por el que vine era algo nuevo, doctor... –aprovechó la señora Bronstein para retomar el motivo de la consulta–. ¿Cómo salieron mis exámenes?
El médico buscó los resultados en su escritorio y por primera vez los revisó. No había tenido tiempo de hacerlo antes. Después de algunos minutos, habló.
Para continuar leyendo el cuento, hacer clic aquí.
jueves, 8 de enero de 2009
PARA LOS POETAS
Precisamente, fue en una de esas charlas en donde fui censurado por no colgar poesía en este blog. Creo que en parte es verdad, pero entiendo que hay blogueros más versados que este escribidor en materia poética. Es más, hay una ventana constante hacia la derecha de esta página en donde suelo dejar videos de poetas o de sus poemas. De todas maneras, acepto la crítica de esta queridísima amiga. Y vuelvo a publicar este post de archivo en donde un apreciado amigo da rienda suelta a su lado poético.

Se escribe un poema para hacer más fraternos a los hombres,
o sea para intentarlo,
o sea para que la poesía sirva para alguna cosa.
Se escribe un poema para no sentirnos el centro del mundo.
Se escribe un poema para ahuyentar a una muchacha.
Se escribe un poema para ayudar a la Revolución.
Se escribe un poema para que los maridos nos odien mucho más.
Se escribe un poema para que el poema nos acompañe,
para no estar tan inexplicablemente solos.
Se escribe un poema para duplicar el orgasmo
al menos para ponerle un espejo delante.
Se escribe un poema para no tener tiempo de hacer otras cosas,
como por ejemplo para no tener tiempo de sufrir.
Se escribe un poema para que nuestra tía más querida
pueda decir a todos que tiene un sobrino que escribe un poema.
Se escribe un poema para rascarse la barriga en la playa,
para emborracharse en Surquillo
sin que a uno lo asalten los señores chaveteros,
para darse un descanso entre polvo y polvo,
para hablar de ello en el Instituto Italiano de Cultura,
para que a uno lo consientan todo,
para que a uno no le consientan ni un comino.
Se escribe un poema para que los psiquiatras no nos cobren,
y para que aquella rubia se sienta inmortalmente poseída,
y para que el general Velasco lea estas líneas
y sepa que Avendaño sigue preso
por orden de una culebra disfrazada.
Y se escribe un poema para viajar a los congresos de escritores
con todos los gastos pagados,
y para ponerle el cascabel al gato,
y para poder comer con la mano en los salones
si nos viene en gana,
y para morirse de hambre
y también para no morirse de hambre
y para quedar como un perfecto cojudo en todas partes,
y para usar calzoncillos de colores sin que
se nos acuse de maricas,
y para que ciertos cadetes nos dejen a solas con sus novias
creyendo que lo somos.
También se escribe un poema para no afeitarse nunca,
para ir al baño sin remordimientos,
para ir al comedor sin remordimientos,
para ir al dormitorio sin remordimientos,
y se escribe un poema para sentirse culpable de todo
y con esos materiales llegar a escribir algún poema.
Y también se escribe un poema para reírse a gritos
Y para vivir también se escribe un poema.
Y para tener un pretexto para no vivir, etcétera.
Y a propósito de etcétera:
Se escribe un poema para no escribir cosas peores,
como cartas de amor, cartas financieras,
facturas por pagar, tratados de filosofía miraflorina,
Y se escribe un poema por incapacidad,
cuando se ha fracasado como wing derecho en la
selección del colegio, cual es mi triste caso.
Y se escribe un poema para intensificar la vida,
como dice Stéfano Varese.
Y se escribe un poema, finalmente,
se escribe un poema para que en algún lugar del mundo,
mañana o dentro de veinte años
la pareja que está por suicidarse alcance a leerlo, y desista,
desista por lo menos unos días,
y comprenda que la vida
es siempre hermosa
a pesar de la vida... y a pesar del poema.
lunes, 5 de enero de 2009
CUENTO DE VICTOR CORAL

La primera vez despertó en una vía abandonada del viejo tranvía. Era invierno, la madrugada apenas se había ido. Nadie lo vio. Se levantó consternado. De inmediato, pensó en hacer una denuncia, pero más pudo la inquietud de regresar a su cuarto y ver qué había pasado. Lo encontró intacto, suyo. Un día después despertó a orillas del bosquecillo que rodeaba la parte este de la ciudad. La noche terminaba de irse: miles de pájaros gritaban encima de su cabeza. Ofuscado, se internó en el bosque esperando hallar a los culpables. Se perdió; volvió a encontrarse. Nada. Regresó a su cuarto; estaba como lo dejó. Hacía frío, el sol apenas incendiaba los bordes superiores de una montaña, el tercer día. Apareció en una playa desolada del río. Se irguió, lloroso, y miró a su alrededor. Nadie. Asustado, regresó a la ciudad y quiso contarle todo a la gente; lo tomaron por loco. Acudió a su familia. La tía Sofía lo devolvió a casa con unas pastillas. Por un momento, pensó que tenía una enfermedad mental. Es que nadie podía explicarle por qué se acostaba tranquilo en su cama y se despertaba, en zozobra, en otro lado.En los días posteriores despertó dentro de una fábrica de papel abandonada, en una colectora de desechos industriales, en la cima de un cerro de carbón recién extraído. Siempre entre la madrugada y el día, aterido, alarmado. Hasta que el sétimo día despertó en su pequeña y fría habitación de Praga. Nunca más volvió a pasarle cosas como esa. Semanas después, estaba pensando en su próximo libro. Haré una historia –se dijo–, absurda y cruel como lo que me pasó. La historia de un hombre que despierta convertido en un monstruoso insecto. Se puso a escribir.
martes, 23 de diciembre de 2008
CUENTO DE ENRIQUE VÁSQUEZ VALLADARES

Fue por eso que estaba allí. De otra manera nunca hubiera sucedido. Sin embargo, ahora, frente a esas mujeres de escandalosos labios humedecidos por alcohol barato, cubiertos de ese acre olor a tabaco, no estoy seguro de poder seguir con esto. ¿Que nunca debí venir? Quizás, es probable. Sin embargo estoy aquí, enfrentado a mis debilidades, disfrutando mi miseria, y es entonces cuando me siento apabullado, humillado, insignificante ante una realidad que me aplasta, me enmudece y me atrapa. Y todo por culpa de Muriel. Si no hubiese sido por ella, su estúpido interés en casarse, en verse a mi lado, de blanco, entrando a una iglesia, quizás ahora en vez de estar acá, estaría a su lado, tomando una cerveza en alguna taberna barranquina o mejor aún en algún hotelito de esos en los que solíamos esperar las primeras horas de un domingo, reposando aquellas copas de vino que habían encendido nuestras pasiones y encandilado nuestras miradas. Pero la realidad es sólida y fría como un hielo. Estoy aquí, sintiéndome un tonto irremediable, por culpa de esa estúpida pelea con Muriel, por culpa de esa vida al lado de Muriel, por culpa de esa boda con Muriel. Sí, porque aunque para muchos resultara una sorpresa (para mí también lo fue), una tarde de febrero, caliente y sudorosa, en la iglesia de Fátima, frente a un puñado de incrédulos invitados y vestido con aquel terno que aún llevaba la etiqueta de la lavandería, me casé con esa muchacha, con Muriel.
domingo, 26 de octubre de 2008
Sigo escribiendo sobre el Perú

Se ha hablado mucho de ti como el escritor peruano joven más interesado en el tema político. ¿De dónde viene ese interés en tu narrativa?
Eso ocurre porque cuando empecé mi primera novela, "Los años inútiles," venía de la época terrible del primer gobierno de Alan García y era imposible escapar de ello. Era una época sumamente politizada. En España escribí desde esa sensación. Y esta novela llevó a la otra y mi interés en hacer una trilogía. El interés contemporáneo más lejano resultó ser el gobierno de Velasco. Pero la novela que vengo escribiendo ahora ya no es tan política.
¿Tienes todavía el interés de hacer una novela sobre Montesinos, tal como declaraste hace unos años?
Lo que yo planteé más bien fue que me interesó incorporar a Montesinos como un personaje de mi novela "Un millón de soles", porque él fue asesor del general Montagne y eso me pareció muy interesante. En todo caso, la historia de Montesinos es muy difícil de novelar porque, como tantas cosas reales en el Perú, resulta difícil de creer. Pero por ahora no me provoca. No tengo un convencimiento emocional.
¿Tus temas no son una especie de ajuste de cuentas con el Perú frente a tu exilio voluntario?
Creo que sí. Una novela se parece más a una psicoterapia y desde ese punto de vista es un ajuste de cuentas. Siempre estás preguntándote por tu relación con el país. Yo vivo veinte años en España y, no obstante, sigo escribiendo sobre el Perú, pero no soy un fervoroso nacionalista. El Perú es una cosa a la que renunciamos cada quince minutos, pero en esa renuncia hay una esencia de la que no podemos escapar.
¿A qué escritores peruanos te sientes próximo?
A mis amigos: Fernando Iwasaki, Iván Thays, Fernando Ampuero, Alonso Cueto, Gustavo Rodríguez, por una cuestión de inmediatez, los tengo más cerca. A otros estupendos escritores recién los estoy conociendo como Nieto Degregori. Pero la vinculación solo es una cosa de azar. No necesariamente quiero decir que sean los mejores. Mi vínculo es la amistad. No obstante, al congreso que organizamos en Madrid invité a andinos y a criollos, y a los que quieren pasar como de ambos grupos.
¿En España los ven a ti y a Iwasaki, por ejemplo, como una comunidad especial?
Sí. Iwasaki dice que por mucho que vivamos allá vamos a ser siempre escritores hispanoamericanos, pero cuando llegamos al Perú somos los peruanos de fuera, no participamos de nada. Flotamos en una especie de limbo. Ahora, como en España hay un interés muy grande por la nueva escritura latinoamericana, echan mano a los escritores que tienen más cerca, y nos invitan mucho, a Santiago Roncagliolo, Iwasaki o a mí. Eso no nos hace necesariamente mejores, sino que les sale más barato invitarnos. Ahora, Fernando y Santiago me parecen dos estupendos escritores. Como son reconocidos allá Cueto y Bayly, al que he notado que aquí le mezquinan mucho.
¿A ti te gusta Bayly?
Unas cosas sí y otras no. Es un tipo que ha escrito diez novelas, mucho más que un camión de otros escritores, y yo sé lo difícil que es eso, requiere de mucho tiempo. He leído "Los últimos días de La Prensa", "La noche es virgen" o esta última, "El canalla sentimental", que me parece destacable hasta donde he llegado a leer. Creo que le mezquinan su situación de escritor por su faceta en el espectáculo y la televisión.
¿Los círculos literarios españoles admiten a los escritores peruanos con facilidad?
Estamos plenamente integrados. En España hay una actitud muy positiva. Cuando llegamos como que hay una mirada de respeto, muy sutil, pero de ninguna manera nos miran por sobre el hombro. Yo participo activamente de la vida cultural española y lo mismo le ocurre a Fernando. Bueno, también hemos ganado el derecho a piso.
¿También estás sometido a las influencias que sienten los escritores españoles?
Nunca me lo había planteado así. Pero uno es su evolución, sus lecturas y yo con veinte años en España aún no he escrito nada de allí. Mi última novela transcurre en muchas ciudades: arranca en Damasco y termina en el Cusco, es quizá la primera novela europea que escribo, aunque con personajes peruanos, porque me resulta muy difícil inventar un personaje no peruano, imitando un acento que ni siquiera se me ha pegado oralmente. Pero no sé qué ocurrirá en el futuro. Me siento peruano y español, tengo mi novia y mis amigos allá, me han abierto las puertas y tengo la nacionalidad española. Pero eso no me quita un ápice de peruanidad.
¿Has tenido la tentación de regresar al Perú?
Por el momento no. Me gusta mucho venir de vacaciones a ver a los amigos, pero Lima es una ciudad incómoda para mí, porque es muy grande y mal comunicada. Yo vivo en Madrid por la Plaza Mayor y a todo voy caminando. No he cogido un auto desde que salí de Tenerife y creo que ya no podría conducir. Aquí peor, sería la locura; me abruman mucho las distancias. Además allá tengo mi biblioteca cerca, mis cafés, muchas cosas.
Entrevista por Enrique Sánchez Hernani aparecida en El Dominical este domingo.
lunes, 20 de octubre de 2008
Alonso Cueto en Internet
