sábado, 27 de junio de 2009

Más sobre la novela "La paz de los vencidos" Premio BCR

Conocida es mi larga amistad con Jorge Eduardo Benavides, el reciente ganador del XII Premio de Novela Corta organizado por el BCR. Los muchos amigos comunes pueden dar testimonio de esa alta estimación que compartimos desde tiempos prehistóricos. En ese sentido, me hubiera gustado escribir a mí un post acerca del patrimonio invalorable que significa la amistad, esa que se consolida a través de los años y que, en buena cuenta, se constituye en esa memoria colectiva de los buenos y de los malos tiempos que a cada quien le ha tocado vivir. Los amigos son testigos y a veces cómplices, tanto de nuestras derrotas como de nuestros triunfos.
No obstante, Jorge Eduardo Benavides tiene la capacidad suficiente como para disfrutar de un invalorable grupo enorme de excelentes amigos. Y muchos de esos amigos fueron quienes llenaron los ambientes del restaurante La Ñ, el día jueves, en la presentación de la novela ganadora. Una noche agradable que se inició con las palabras de los escritores Raúl Tola y Alfredo Bryce Echenique.
Como dije al principio de esta introducción (que me está saliendo ya muy larga), me hubiera gustado escribir una nota sobre la importancia de la amistad así como el valor de la novela ganadora, pero el excelente texto escrito por Raúl Tola para esa noche literaria me parece lo suficientemente claro y lúcido como para agregarle algo más. Felicitaciones una vez más a Jorge Eduardo por su nueva novela, con la amistad de siempre, y el agradecimiento a Raúl por ceder el texto para este post.

PRESENTACIÓN DE LA PAZ DE LOS VENCIDOS
Por Raúl Tola

Desde que Jorge me invitó a comentar La paz de los vencidos, estuve pensando mucho en las coincidencias. ¿Cuántos sucesos debieron ocurrir y eslabonarse para que todos estemos reunidos hoy, celebrando a uno de los mejores escritores peruanos vivos, en la presentación de su última novela? ¿Cuántos detalles impensados debieron concurrir en estricto orden, hasta dar como resultado esta noche de encuentro y amistad?
Yo, por ejemplo, no me habría hecho amigo de Jorge, y no estaría aquí, si no hubiese sido por una monumental coincidencia. Recuerdo que había entrevistado a Jorge en Canal N a raíz de las Los años inútiles, su primera novela, que había disfrutado y admirado muchísimo, pero no volví a saber de él hasta mucho tiempo después, quizás cuatro años. Estaba de vacaciones en España y caminaba una tarde por el centro de Madrid, por la Puerta del Sol, en hora punta, totalmente distraído entre decenas de miles de personas apuradas, que salían del trabajo y buscaban dónde almorzar. Por curioso que suene, en la billetera llevaba la dirección y el teléfono de Jorge: Fernando Ampuero me los había dado, y casi me había ordenado que lo llamara. (No puedo dejar de decir que. Luego de pasar por Madrid, todo peruano sabe que el verdadero embajador del Perú en Madrid es Jorge Eduardo Benavides).
Caminaba por la Calle Mayor cuando de pronto, en medio del gentío, en medio de las, digamos, treinta mil personas que pasaban por la Puerta del Sol a al hora del almuerzo, vi a un hombre peculiar, casi una aparición: canoso, con sobretodo azul, bufanda, mochila y lentes ahumados a lo Marcelo Mastroiani, y abstraído del mundo por un MP3 a todo volumen. Era, claro, Jorge Eduardo Benavides. La sorpresa por esa coincidencia me hizo perder cualquier recato, y lo llamé con un grito, que debió asustar a varios peatones. Terminamos ese día en un bar cercano, atiborrándonos de cerveza y cava, y conversando como viejos camaradas, y, quién lo diría, hoy, junto con Alfredo Bryce Echenique, sentados en esta mesa.
Las coincidencias, los improbables encuentros de circunstancias que no parecen tener nada en común, por supuesto, no se limitan a la realidad, y son, más bien la materia prima de la ficción. Todo el drama del “El conde de Montecristo” no habría ocurrido si Villefort, el procurador encargado de procesar e Edmundo Dantés por sedición, no hubiese sido hijo de un revolucionario bonapartista, ni si, en sus afanes de huir del cautiverio en la isla de IF, el abate Faría no hubiese equivocado el camino, para terminar en el calabozo de Dantés. De la misma manera, la enmarañada arquitectura de “Los Miserables” no funcionaría si no fuera sobre la base de las decenas de encuentros impensables, casi absurdos, que ocurren en Jean Valjean, Cosette, Jarvet, Marius y los demás personajes de Víctor Hugo. En la actualidad hay una infinidad de ejemplos, algunos impensables, algunos tan flagrantes como el de Paul Auster, un perseverante pescador de casualidades, que dedicó ese fabuloso librito, “El cuaderno amarillo” a contar sus hallazgos más increíbles, o la película “Magnolia” de Paul Thomas Anderson, donde las coincidencias más extremas explican un insólita lluvia de sapos, que hace converger las historias de todos los protagonistas, y las resuelve.
No es exagerado decir que toda ficción tiene una coincidencia como elemento constitutivo. La única condición para que sean creíbles es que pasen inadvertidas para el lector, o sean necesarias e incontrovertibles. “La paz de los vencidos”, por supuesto, no escapa de esa lógica. El doble triángulo amoroso con que concluye la historia, por ejemplo.
Las primeras reflexiones que me generó “La paz de los vencidos” fueron formales, tuvieron que ver con el empleo del diario como recurso narrativo. “Escribir en este cuadernito a veces me calma, me distrae de mí mismo, de esa apatía vital que me tiende celadas de vez en cuando y me aletarga. Otras veces escribir aquí es indagar amablemente por mí, por cómo me va en la vida, y qué espero del futuro”, dice el narrador – protagonista. “El escritor que se dedica a escribir un diario es cualquier cosa menos un escritor”, agrega.
No deja de ser llamativo ese aparente desprecio mostrado por el protagonista hacia su diario, la única pieza que escribe en el tiempo que contiene “La paz de los vencidos”. De seguro es más que una coincidencia que esta novela haya ganado el XII Premio de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro, quien como escritor, de sus avatares mínimos, sería su mayor contribución a la literatura.
Para mí, en “La paz de los vencidos”, Jorge, un escritor claramente marcado por el ejemplo de técnica y perseverancia de Mario Vargas Llosa, especialmente en su trilogía política, rinde un sentido homenaje a Julio Ramón Ribeyro. Largos momentos de reflexiones, profundas, domésticas, antojadizas, disparatadas, nos recuerdan los “Dichos de Luder”: “Al principio”, escribe el narrador – protagonista, “cuando empecé este cuaderno, me daba pudor hasta nombrarlo diario: más bien cuaderno de bitácora, manual de instrucciones para enfrentarme a la soledad y saber cómo lo hago y sobre todo por que lo hago. Uno va escribiendo con cierta soltura, con la alegría inocente de quien no sabe con precisión qué es lo que está haciendo, como tantas cosas en la vida, hasta que se establece la rutina y con ella la servidumbre que permite su existencia”.
Este patrón se mantiene en otros momentos de la novela. La descripción de las vidas mínimas, de los desencuentros y altercados entre los inquilinos del edificio donde vive el narrador parece salida de las “Tristes querellas en la vieja quinta”. La constante depresión del protagonista, un peruano encallado en Tenerife, que dice: “Parece que la vida de los otros es lo más importante que me ocurre a mí”, y sus lecturas, como “El aburrimiento”, de Moravia, recuerdan “La molicie”, de Ribeyro.
Pero así como he hablado de Vargas Llosa y Ribeyro en la obra de Jorge, quiero aprovechar la presencia de Alfredo Bryce, el tercer mosquetero de la literatura Peruana que tanto Jorge como yo, y como muchos aspirantes a escritores, leímos con pasión en nuestros años universitario, para mencionar un tema vital de “La paz de los vencidos”. Bryce lo ha tratado como pocos, y es parte integral de la vida del propio Jorge: se trata de la amistad.
La amistad asumida no como un disfuerzo, sino como una entrega íntima y silenciosa, que puede sin duda ser traicionada y causar dolor, pero que vale el riesgo, al ser siempre una puerta abierta para el aprendizaje y el cariño. Amistad como la que crece tímida pero irreversible entre el profesor y el protagonista, o casi en silencio entre éste y Capote. Porque finalmente es la amistad la única fuerza motriz y revolucionara en la vida del protagonista, más bien opaca y siniestra.
No quiero extenderme más en este comentario. Solo un detalle más. Dije al principio que considero a Jorge Eduardo Benavides uno de los mejores escritores peruanos vivos. Y quiero aclarar este punto, y no dejar lugar a malentendidos, pues no lo digo porque Jorge sea mi amigo. Lo pienso desde hace mucho tiempo, y lo digo con verdadera convicción. Porque creo que, además del ritmo innato, de la vastísima variedad de recursos técnicos, de la vocación marcada a fuego, al escribir Jorge tiene, como dice en “La paz de los vencidos”: “Eso que tanta falta le estaba haciendo a la poesía y a la literatura canaria (y yo digo a la literatura en general): un par de cojones.
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lunes, 22 de junio de 2009

BCR premia la novela La paz de los vencidos

Esta semana, finalmente, se llevará a cabo la ceremonia de premiación del XII Premio de Novela Corta Julio Ramón Ribeyro organizado por el Banco Central de Reserva del Perú en coordinación con el Grupo Santillana .
Como es de conocimiento de muchos, Jorge Eduardo Benavides alcanzó este importante premio peruano con la novela titulada La paz de los vencidos.
Este miércoles 24 de junio a la once de la mañana, en las instalaciones del Banco Central de Reserva en el Centro de Lima se llevará cabo la ceremonia central de premiación. Sinceramente, no es una hora muy conveniente, pero ni modo, así será la cosa.
No obstante, para el día siguiente, jueves 25 a las 8 de la noche en La Ñ de Miraflores, Av Dos de Mayo 22o, el Grupo Santillana ha organizado un reunión más asequible e interesante. En este caso, la presentación de la novela ganadora estará a cargo de los escritores Raúl Tola y nada menos que Alfredo Bryce Echenique. Se da por entendido que asistirán muchos más de los que puedan asistir a las once de la mañana en el Centro de Lima.
La paz de los vencidos es una de las novelas iniciales de Jorge Eduardo Benavides, tal vez de las primeras que esbozó en sus primeros años de estadía en Tenerife, España. Una novela contada en primera persona, que crea la ilusión de estar leyendo una confesión de parte. La obra refleja, en cierto modo, la honda frustración de aquellos que tuvieron que marcharse del país en esos difíciles tiempos vividos entre la insanía terrorista, la debacle económica y la corrupción política más intensa.
Una novela planteada de una manera diferente, por ejemplo, a Los años inútiles, la novela que lo consagró como un escritor importante de la literatura peruana contemporánea. La paz de los vencidos, no es parte de la trilogía de novelas políticas: Los años inútiles, El año que rompí contigo y Un millón de soles. Es una novela que, en apariencia no pretende indagar en los entresijos de la política peruana, sino, más bien, se adentra en la urdimbre personal de quienes tuvieron que sufrir aquellos tiempos casi apocalípticos tanto desde dentro del país, como desde la soledad de otra tierra en la que había que adaptarse casi como un desterrado.
Quedan invitados todos a compartir una noche de buena conversación literaria y de sincera alegría con escritor que, indiscutiblemente, se consolida cada vez más como tal.

miércoles, 17 de junio de 2009

EL VINO ES POESIA

Con un para de copas de vino sobre la mesa tuve mi primera conversación importante sobre literatura. Hace tanto tiempo ya. Tal vez por esa razón, no encuentro otra manera de declarar cerrado un cuento si no es con una copa de vino y un buen cigarrillo. Ahora bien, debo reconocer que el primer sorbo de vino me lo permitió mi padre cuando pensó que yo ya era lo suficientemente grande como para escuchar sus penas mientras bebíamos un vino seco, de la casa, parados los dos junto a la barra de El Cordano. El momento me pareció formidable y simbólico, aunque, eso sí, el primer, el segundo y diría que hasta el tercer sorbo me pareció poco agradable. Allí mismo recibí mi primer par de lecciones para entender el sabor del vino, y fue suficiente. Desde entonces, mi relación con el liquido perfumado y rojizo se ha mantenido inquebrantable.
Por cierto que en un país como el nuestro, donde la cerveza tiene su reinado indiscutible, siempre es algo extravagante la preferencia por el vino. Ahora bien,como suele pasar con tantas cosas en nuestro país, el gusto por tal o cual bebida también marca tu segmentación social. Por lo tanto, el pueblo toma cerveza, carajo, y lo demás, con tu perdón, hermanito, son pendejadas. No obstante, el vino no solo ha abandonado paulatinamente su perfil bajo, sino que va expandiendo su magia milenaria con sorpendente rapidez. Entiendo que esta parte del mi post puede parecer extraño para quienes han crecido con el vino totalmente instalado en su cultura, pero, ni modo, no es tan cierto aquello de que en todo lugar se cuecen habas.
Con una botella de vino, mi hija y yo, hemos tenido muchas conversaciones de esas que voy recordar con alegría cuando me lleguen los tiempos de la añoranza. Con una y muchas botellas de vino he afirmado la buena amistad con mis más apreciados amigos. Por cierto, con una copa de vino comenzó uno de los romances más intensos que haya vivido y cuando tuve que aceptar que todo se había terminado, cerré el capítulo bebiéndome hasta la última gota de un Viña Albali. Es decir, si había que llorar, pues tenía que ser con estilo.
Cuelgo un video con un poema del Alberto Cortez que seguro que ya ha recorrido bastante por la red, pero que bien vale la pena instalarlo en este blog, tan flojo en estos tiempos en los que me abruma terminar con el libro en donde, seguro, algún personaje, tendrá fascinación por un buen vino. Paciencia, entonces, a mis amigos que tienen a bien leer este blog.

miércoles, 10 de junio de 2009

"LA SOLEDAD DEL ARTISTA" - HUMAREDA


Encuentro en el diario La República una nota de Pedro Escribano que vale la pena rebotar. La nota menciona una muestra de la obra del inolvidabe pintor Víctor Humaerda.
Con una muestra titulada “La soledad del artista. Víctor Humareda 1920 – 1986”, el Instituto Nacional de Cultura rinde homenaje a quien vivió la dura realidad peruana de ser un artista en nuestro país. A quien, además, por un sentido que llamaremos poético, también se ha convertido en una leyenda de la plástica peruana. La muestra se inaugura hoy en el Museo de la Nación y tiene como motivo recordar, con un poco de tardanza, el 89 aniversario del nacimiento del desaparecido artista puneño.
El homenaje – que el INC también debe dedicar y sobre todo apoyar a artistas vivos – tiene como objetivo, según el INC ofrecer un panorama del arte de Humareda a las nuevas generaciones para que aprecien por qué es uno de los artistas más importantes del siglo XX. Reúne 72 obras y 10 fotografías. Cuenta con óleos, dibujos, acuarelas y pasteles.
En esta ocasión, anota el INC, se exponen también diversas obras inéditas entre las que destaca el cuadro “El Mitin”, que estuvo expuesto por unas cuantas horas en la Colectiva: Arte 78, en la galería Hogar, en agosto de 1978 durante la dictadura del general Francisco Morales Bermúdez. La represión no perdonaba.
La presente exposición está enriquecida con los trabajos prestados por Ivette Taboada, quien fuera su musa. Asimismo, han colaborado personas como Alfredo Alcalde, Herman Schwarz, Ever Arrascue, Julio Campos, Alberto Feijoo, José Abel Fernández, entre otros. Además, instituciones como el Instituto Cultural Peruano Norteamericano, el Banco Central de Reserva del Perú y el Banco de Crédito del Perú.
Humareda nació en Lampa, Puno. Estudió en la Escuela de bellas Artes de Lima (1938) y la en Escuela Ernesto de la Carcova. Vivió en el Hotel Lima, en La Parada.
Las visitas se pueden realizar de martes a domingo de 9 am a 5 pm, hasta agosto.

La imagen corresponde a una pintura de Luis Jose Estremadoyro, Lima, Perú.
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lunes, 8 de junio de 2009

CUENTO DE JUAN JOSÉ ZAPATA


LA HIJA DEL PRESIDENTE

Ta que mi hermano es un huevón. Un so-huevón. No tiene ni doce años y ya se le nota lo baboso. De seguro que va terminar mal, ya parece un fracasado. El estúpido lee historietas todo el día. Mi ma se las para botando a la basura, pero el idiotón consigue más. El tío Felipe ayuda en eso. Otro so-huevón, profesor tenía que ser. Par de idiotas. Por culpa de él es que el tarado no le gusta ir a la oficina de mi papá, a trabajar de verdad.
Una vez, mi pa me pidió que lo llevara en bus al colegio. Llegamos al paradero y como el tráfico estaba pesado el micro llegó embalado. Apenas subí, no pude avanzar más, estaba repleto. Entonces el sonsonazo se quedó parado en la pista. Nunca subió el imbécil. Tuve que gritar « ¡Bajan, bajan!», pero había tanta gente, y como yo también era chiquito —pero pendejo— no me escuchó el chofer y siguió avanzando. Me desesperé y salí por la ventana. Mientras sacaba el billete que mi pa me había dado para el pasaje y se lo aventaba a la calle, el huevonazo movía su mano despidiéndose. Poniendo cara de triste todavía, sonso de mierda. El billete bailó con el viento hasta que cayó y el mongolito fue a recogerlo. A mí me dejaron tres cuadras más allá y tuvimos que volver porque al estúpido, además del susto, le había dado el asma y su salbutamol estaba en casa. Al menos, gracias al infeliz, no fuimos al colegio ese día.Pero lo tarado no lo digo yo. Lo dice mi ma. Yo le oí decir eso anoche mientras hablaba por teléfono con la Mamalicia. Un taradito mijo, decía. Un taradito, un taradito… tremendo so-huevón. Algo tenía que hacer ese huevón en la fiesta. Bien sabía yo que se iba a poner nervioso. Siempre se pone así frente a las niñas, yo lo he visto temblar de miedo. Y eso que ayer fue su primera fiesta solo. Algo tenía que hacer mal, Cuasimodo.
Bien hecho. Sobre todo porque a mí también me jodió mi primera fiesta. Nunca fui, por su culpa. Mi mamá se había ido a Europa y nos había dejado solos con mi papá, que era lo mismo que estar solos porque apenas se fue mi ma, mi pa también se mandó a mudar.
El día de la fiesta, mi papá no llegaba. En la oficina nadie contestaba y el idiota siempre le había tenido pánico a la oscuridad. Era un maricón, nunca podía dormir con la luz apagada. Le daba mucho miedo, hasta ahora le da.
Me vinieron a recoger y le dije que se iba a quedar solo. Se puso a llorar. Le dije que iba a volver a la medianoche, le vino el asma. Intenté justificar mi salida diciéndole que todos teníamos derecho a crecer. Entonces, le tuve que poner algodón con alcohol en la nariz porque comenzó a colapsar. Se moría el marica.
En el auto me estaba esperando mi mancha. Mi primer tono, tenía puesto una camisa hawaiana fosforescente, jeans y zapatillas botines traídas de gringolandia. Una niña rica me esperaba en la fiesta que nunca fui por culpa del mongolito. Pasó media hora y no bajaba, el claxon repetía la llamada: ¡ta-ta-ta ta-ta-ta! Y el infeliz no despertaba con el algodón remojado de alcohol. O a pique se estaba haciendo el moribundo pero no había tiempo para dudar.

sábado, 6 de junio de 2009

ROSSINA WINDER Y SU PRIMER LIBRO DE CUENTOS

Ciertamente, la publicación del primer libro tiene una enorme connotación en la vida de todo escritor. Por supuesto que cada libro posterior va a tener una agradable singularidad y una propia memoria; pero el primer libro está cargado de una emoción irrepetible porque, en él, están amalgamados los sentimientos más encontrados. Desde la emoción de ver nuestras historias convertidas en un hecho tangible hasta el temor de que le haya faltado algo que le quite la anhelada perfección a alguna de nuestras historias.
Ahora bien, luego de ese primer paso, el escribiente se encuentra ante el siguiente predicamento: guardar aquella dicha como una grata y única experiencia o acometer inmediatamente otro proyecto de libro. Si acaso se elige esta última opción, entonces ya no queda otra cosa que hacer, sino aceptar que la escritura se ha instalado en nuestra vida para siempre.
El día jueves 4 de junio, junto a mi buen amigo, el escritor José Antonio Galloso, tuve la agradable tarea de presentar el libro de Rossina Winder Calmet titulado "No olvides no quitarte los zapatos". Un conjunto de cuentos muy bien narrados cuya riqueza - entre varias - está en la particular visión tanto de los personajes como de la historias. Rossina demuestra una gran habilidad no solo para destacar rasgos y momentos adecuados, sino que, además, deja clara la presencia de una visión femenina sutil y agradable.
Ahora solo queda esperar que la narradora decida instalarse definitivamente en este complicado mundo de la narración literaria. Si así fuera, auguramos la presencia de una eficiente voz narrativa en los siguientes años.