lunes, 8 de octubre de 2012

CORRER EN UNA MARATÓN Y LLEGAR COMO SEA, PERO LLEGAR


 


Este domingo he de participar en la maratón organizada por Radio Programas del Perú. Es una tradición familiar y amical que ya lleva varios años. No obstante, debo aceptar mi perfomance de corredor intermedio, alguien que hasta ahora no ha disputado algún lugar especial entre los mejores. Qué importa. Lo que interesa - me digo - es el orgullo de llegar a la meta. Al menos con eso nos justificamos los que sabemos que no tenemos chance.

He corrido en las buenas y he caído más de una vez en el camino. También hubo veces en las que ya había llegado caído, es decir, con los ánimos por los suelos e, igual,  he corrido. He llegado a la meta sin mayor grandeza, cuando ya los campeones celebraban desde el podio de los ganadores, pero he llegado. Quienes hayan participado en estas competencias sí entenderán el esfuerzo que hay que hacer para insistir en la carrera cuando ya las piernas no parecen responder a las otras partes del cuerpo y la fatiga parece una mole que aplasta nuestro agotado cuerpo. 
Sin embargo, esos triunfos silenciosos, personales son, obviamente, tan íntimos que pasan desapercibido para una inquebrantable tribuna que vitorea a los ganadores de medallas. Ese tipo de hazañas se comparte silenciosamente con todos los otros que llegan con uno. A veces se levanta la mirada mientras se recupera el aliento y se mira con respeto a esos que van llegando impulsados con los últimos residuos de combustible que succionan ya del alma. Basta una mirada para compartir la humilde hazaña. Pero se llega a la meta y eso es lo que cuenta.

Ahora bien, no creo que alguna vez llegue a la hazaña de Dorando Pietri quien se hizo famoso por una desastrosa carrera que ganó y, luego, perdió por descalificación. Fue la derrota más gloriosa. Tanto que lo hizo famoso para siempre. Les dejo el video. Y ya veremos cómo me va en esta maratón.

sábado, 6 de octubre de 2012

DESCANSA EN PAZ, ANTONIO CISNEROS





Expreso mi más profunda pena por la partida de Antonio Cisneros.  Se sabía que estaba enfermo, pero no se esperaba que la muerte lo visitara tan pronto. Nada se puede hacer contra ella, pero - con el mayor cariño y respeto - se puede recordar al poeta de la única manera posible: releyendo la poesía que nos ha heredado; una poesía  con una óptica irónica - como ha dicho Ricardo Gonzales Vigil -, pero con los pies en tierra. Que descanse en paz.

ANTES QUE EL OLVIDOS NOS

Lo que quiero recordar es una calle. Calle que nombro por no
nombrar el tambo de Gabriel
y el pampón de los perros y el pozo seco de Clara
Vallarino y la higuera del diablo.
Y quiero recordarla antes que se hunda en todas las memorias
así como se hundió bajo la arena del gobierno de Odría
 en el año 50.
Los viejos que jugaban dominó ya no eran ni recuerdo.
Nadie jugaba y nadie se apuraba en esa calle, ni aun los
remolinos del terral pesados como piedras.
Ya no había hacia dónde salir ni adonde entrar.
La neblina o el sol eran de arena.
Apenas los muchachos y los perros corríamos tras el camión
azul del abuelo de Celia.
El camión de agua dulce, con sus cilindros altos de Castrol.
Yo pisé entonces una botella rota. Los muchachos (tal vez) se
convirtieron en estatuas de sal.
Los perros (pobres perros) fueron muertos por el guardián de la
Urbanizadora.
Y la Urbanizadora tenía unos tractores amarillos y puso los
cordeles y nombró como calles las tierras que nosotros no
habíamos nombrado.
(También son sólo olvido.)

Lo que quiero recordar es una calle. No sé ni para qué.

Crónica del niño Jesús de Chilca.  México, 1982

jueves, 4 de octubre de 2012

EL DEPARTAMENTO ES CHICO, LOS LIBROS A LAS CAJAS



EL DEPARTAMENTO ES CHICO, LOS LIBROS A LAS CAJAS
He tenido que guardar un aceptable número de libros en algunas cajas. Hubo que desplazarlos de su lugar para albergar a otros elementos importantes para la vida doméstica. La verdad no hubo mucho respaldo para la discusión de prioridades. Sencillamente  ganaron su espacio la lavadora y el secador. Por eso se tuvo que correr los muebles unos metros, se movieron dos aparadores  un tanto hacia la izquierda para ganar un poco más de área y, en algún momento, la estantería  de libros terminó de patitas en la calle. Qué más se podía hacer. Eso de buscarse otro departamento más amplio, en donde podamos vivir todos cómodamente – incluyendo los libros – estaba fuera de discusión y de presupuesto.
Me he pasado largas horas guardando los libros en las cajas, porque no solo era cosa de encajonarlos insensiblemente, sino que había  que buscar criterios para guardarlos con cierta consideración.  Entonces, se me pasó el tiempo buscando una manera de adecuada de acomodarlos en las cajas de manera  que ellos pudieran pasar su tiempo con compañeros de encierro con los que tuvieran cierta afinidad. El primer intento de separarlos por géneros como que luego no me pareció. Eso de pasarla solo entre poemas o entre novelas o entre historiadores por un largo tiempo se presagiaba muy aburrido. Intenté otros criterios como lo temático; por ejemplo, todo lo que se relacionara con el conflictivo tema de la peruanidad, es decir, desde Inca Garcilaso de la Vega, pasando por la Rebelión de Juan Santos Atahualpa hasta  las novelas de Arguedas, sin olvidarme incluso de Aves sin nido de Clorinda Matto de Turner. Y hubiera seguido en esa divagante obsesión si acaso no hubiera arribado   la  noche como aborda la luna los navíos de vela, Marisel. (Del poemario de Juan Gonzalo Rosse que, de paso, reencontré en la mudanza). Finalmente,  con la ayuda de mi querida hija – que para estos menesteres suele ser más práctica – los fui guardando siguiendo la idea de antigüedad y género con la certeza  de que – después de todo – no hay nada mejor que pasarla con los de tu generación. Por supuesto que también hubo que ver cosas prácticas como los del tamaño y calidad de los libros. Esto último, por eso de que la vejez no siempre no nos coge a todos por igual ni las polillas tampoco.
Me he quedado luego contemplándolos en el rincón en donde los hemos apilado de la mejor manera. Con el suficiente abrigo y lejos de los vientos malos y de la corrosiva humedad de Lima, en la espera de mejores tiempos. He escuchado consejos sabios como el que debería donarlos porque, después de todo, los libros como tal, ya estaban por ser historia y que, probablemente, en poco tiempo,  muchos de ellos  iban a convertirse en formatos digitales que iban a caber, fácilmente,  en la memoria de ebook, fácilmente guardable en la gaveta del escritorio.  Tal vez tengan razón. Tal vez lo haga. Aun cuando guardo también la esperanza de devolverlos a su anterior ubicación en la larga estantería a donde se podía llegar y apenas se estiraba la mano – como quien saluda a un amigo –  se podía  reencontrarse con cualquiera de ellos y restablecer una vieja amistad.