jueves, 30 de septiembre de 2010

Nueva novela de S. Roncagliolo «Tan cerca de la vida»

Encuentro en el diario Abc una nota que da cuenta de la nueva novela de Santiago Roncagliolo, «Tan cerca de la vida». Una buena noticia. Después del extraño chismorroteo que se armó en torno a su novela «Memorias de una dama» alegra saber que el trabajo narrativo del escritor peruano continúa, aun por encima de esa, por lo menos, extraña sombra que cruzó su carrera en esos días.

Al parecer, su última novela plantea una original visión de la sexualidad dentro de la cultura japonesa y contada como thriller psicológico.

Parte de la nota del diario Abc dice:

Puede que resulte extraño que una novela que mezcla la inteligencia artificial con el thriller psicológico y el mercado sexual en Japón sea una de las obras más autobiográficas del escritor peruano Santiago Roncagliolo. Pero depurando las capas que construyen esta narración, lo que queda es un retrato descarnado sobre la soledad de las multitudes y la paradójica incomunicación de la Sociedad de la Información. Basada en la propia experiencia del autor, «Tan cerca de la vida» (Alfaguara) es el resultado hecho ficción de un viaje que el peruano realizó a la capital nipona, donde se albergó en el hotel de «Lost in translation». Roncagliolo da un giro, con el que se despega de Latinoamérica, y en el que pueden rastrearse influencias como Phillip Dick, Sofía Coppola, y el terror japonés. Pero, ante todo, «Tan cerca de la vida» es la historia de un hombre que se enfrenta a las cosas que le dan miedo, entre ellas el amor.

Con relación a su novela anterior, la incomodidad aun es evidente en este fragmento de sus respuestas en un diálogo con el periodista del diario español.

—Usted tuvo varios oficios, e incluso trabajó de negro literario...

—Si quieres saber lo más ridículo que hice, fue ser modelo publicitario de locutorios para inmigrantes. Cuando estaba negociando mi primera novela, mi foto estaba en todos los metros de Madrid. Y yo pensaba, como vea esta foto un editor nadie me va a tomar en serio.

—¿Le molesta como escritor peruano tener que mirarse en el espejo de Vargas Llosa?

—Uno siempre tiene que tratar de hacer algo distinto a sus maestros, porque es lo que implica haber aprendido. Pero, a la vez, siempre hay gente que encuentra cosas de Vargas Llosa en lo que yo escribo y no sé si es que está realmente en los textos o es que ya te leen directamente en esa tradición. Supongo que me pasa lo mismo que con mi padre. Llevo 35 años tratando de no parecerme a él, pero tengo su nariz.

—¿Qué ha pasado con «Memorias de una dama»? Tengo entendido que fue sacado de distribución en algunos países de Latinoamérica.

—Tú dices que soy misterioso. Lo que ocurrió con el libro va a ser un misterio hasta que me muera y, en muchos aspectos, también es un misterio para mí. «Tan cerca de la vida» es la novela de alguien sometido a fuerzas que no entiende y es muy honesta con lo que yo vivía mientras la escribía.

—¿El libro está basado en la vida de Nelia Barletta? (Se dice que trata sobre esta rica dominicana y sus vínculos con dictadores)

—No puedo responderte...

lunes, 27 de septiembre de 2010

El loco de mi infancia

Nunca me gustaron los fideos en salsa verde, no tengo ninguna razón que lo explique, sencillamente, desde niño, nunca me gustaron. Claro que a mi madre eso le importaba poco y los viernes de cada quince días, a la hora del almuerzo, había un plato de tallarines desesperanzadores, a veces disimulados con un jugoso bisté y en otras, así nomás, en la más cruda y verde realidad.

Después de una larga batalla que se iniciaba con palabras que apelaban incluso al hambre de los niños en el mundo, después de haber pasado a la segunda fase que contenía amenazas que incluían a mi padre (un señor con olor a licor, que apenas si veía por las noches), mi persistente madre pasaba a la tercera y más desesperada fase: amenazarme con el loco que solía pasar – para mala suerte mía – más o menos los viernes de cada quince días. Confieso que más de una vez llegué a comerme casi el plato completo de fideos, con los ojos cerrados, haciendo todo tipo de gestos y apretando los puños.

Nunca llegué a ver por completo al loco de mi infancia. Mis hermanos y yo, temerosos y curiosos, lo atisbábamos desde las rendijas de la ventana: era un bulto que avanzaba apoyándose en una gran muleta y que cascabeleaba inconfundiblemente porque se había llenado los harapos con todo tipo de metales que iban desde tenedores hasta pedazos de lata oxidada. Ahora ya no estoy seguro si fue mi fantasía, pero juraría que no lo acosaban ni lo perros y menos los palomillas de aquel tiempo. El loco pasaba por la calle de mi niñez totalmente solo y contundente.

Ahora bien, el tiempo que, claro es inexorable, se fue llevando mi niñez, mi familia, los tallarines verdes que ahora huelen tanto a mi madre y, por supuesto, al loco de los cascabeles.

Hace unos días, mientras caminaba con mi hija en busca de no sé qué artilugio para uno de esos cursos raros que llevan los arquitectos. De pronto, de repentino, al voltear hacia una calle casi abandonada, me encontré con una versión actual del loco de mi infancia. No voy a decir que quise correr a buscar una rendija para verlo mejor, ni que el olor de los tallarines de mis recuerdos se mezcló con las imágenes gastadas de aquel tiempo grato de mi infancia. Que va. Tan solo me quedé mirándolo un rato. Seguro que un buen largo rato, lo suficiente como para que mi hija tenga el tino alcanzarme la cámara fotográfica.

En una de las fotos, aquel hombre mira la cámara, mejor dicho, me mira, y sus ojos son tan reales y ciertos que nada tienen que ver con mis fantasías de infancia. Es simplemente la mirada de un hombre común que va caminando por la vida protegido a su manera, tal vez envuelto en su propia fantasía, tan válida como por ejemplo, la mía.

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viernes, 24 de septiembre de 2010

Lucía Carranza gana premio de poesía "Manuel Scorza"

Me complace difundir una noticia como esta, Lucía Carranza Sotomayor, estudiante de sociología en San Marcos y, por lo visto, poetisa talentosa, hace unos días fue declarada ganadora en el Primer Concurso de Poesía y Cuento “Manuel Scorza”, evento organizado con el apoyo del Centro de Estudiantes de Literatura de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, CELIT.
He conocido indirectamente a Lucía porque terminó sus estudios secundarios en un colegio en donde dicto clases de gramática. Del mismo modo, tengo el honor de conocer a su padre, un brillante profesor en el intrincado mundo de los números.
¿Cómo así una chica tan brillante insiste en delito de poesía? Allí está el detalle. En todo caso, ese puede ser tema para otra nota pesimista sobre la literatura, pero en otro momento. Por ahora, lo que cabe es celebrar este reconfortante respaldo al talento de esta joven promesa cuya frescura trasluce en sus palabras, las que transcribo a continuación:
Actualmente estoy estudiando sociología en la San Marcos, estoy en el último ciclo, ya en diciembre termino. La idea era estudiar en un principio actuación, pero por recursos económicos no se pudo, así que me metí a cuanto taller pude de actuación, en total habré estado como 6 años (o quizá más) estudiando actuación en diversos talleres.
Me gusta escribir, y me gustaría publicar pero aún siento que me falta mucho para hacerlo. Creo que tengo que ir con calma.
Me gusta la poesía que exprese mucha de la corporeidad, de las sensaciones, una de mis favoritas es Blanca Varela, y en general, me encanta Julio Cortazar, y no puedo dejar de mencionar los cuentos de José B. Adolph).

SOLUCIÓN A MIS MANOS FRÍAS

Paso de todo, menos de mi cuerpo.

Siento tanto y no de pedir perdón

porque no soy culpable. Yo alcanzo.

Me alimento y no me alimento.

No quiero decir prohibido,

las verduras las frío.

Ellos no saben cómo me quedo.

Me gusta el calor del auto.

Cuando entro, no necesito

frotarme las manos,

ellas están en familia.

El espejo retrovisor tiene doble función:

veo la pista y todo el tráfico de Lima,

para luego querer arrancarme cejas y pestañas,

y morder los labios es tan necesario.

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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Cuento breve "Esclavitud"

ESCLAVITUD

Voy a morirme esta misma tarde, nos dijo, y después, asumió ese gesto imperturbable que ya le conocíamos hasta el cansancio. ¿En verdad lo crees?, le preguntamos, y él, sin la piedad de una mirada, apenas si movió la cabeza afirmativamente. No te mueras, padre, por favor, por esta vez renuncia a tus antojos. Sin embargo, él guardó un silencio inescrutable que nos apabulló como siempre.

La hora del almuerzo transcurrió silenciosa. La luz del sol matutino se filtró por entre los pliegues de las cortinas mal cerradas. Odiosamente apacible, nuestro padre estuvo bebiendo su café, como siempre, después del almuerzo.

Pareciera que todo es una mentira como otras tantas, renegó en voz baja un hermano. En verdad, hubiéramos querido que así fuera, porque a pesar de todo, sabíamos que él nos haría falta desde el mismo comienzo de su ausencia. Un retrato suyo colgaba de una pared: los pómulos rosados, el bigote pequeño y bien definido, el rostro de hombre bueno. ¿Cómo hacen los que retocan las fotografías para esconder a los demonios? ¿Qué haríamos sin él?

Cuando dieron las seis de la tarde y él seguía allí, igual que tantas otras tardes, con su presencia de domador, leyendo las hojas sueltas de un periódico, creímos que todo había sido una burla más. Calma, nos dijo entonces, he dicho que voy a morir y así será, sólo es cuestión de que alguno de ustedes se decida.

A las siete de la noche y cuando ya ninguno de nosotros sabía el paradero de los demás, entendimos, claramente, que el dominio de él aún no había terminado.

viernes, 17 de septiembre de 2010

El long play cumple 59 años

Los años no pasan por usted, sino se que se le amontonan, eso me dijo, en plan de suave burla, un apreciado alumno. Y me lo dijo cuando le comentaba que yo no pensaba cambiar el reproductor de música de mi auto porque, con todo y sus fallas, sencillamente ya estaba acostumbrado al que tenía. Traté de explicarle que siempre se me hacía complicado adaptarme a los pormenores de la reciente tecnología y que, además, mi autorradio estaba ciento por ciento operativo a pesar de del tiempo transcurrido.
La verdad es que tenía en mente, más bien, el artículo que acababa de leer en el diario La República sobre los 59 años del long play, y eso me había llevado durante todo el día a rememorar aquello de que todo tiempo pasado había sido mejor y que los cambios, por más espectaculares que fueran, no siempre eliminaban la nostalgia por aquellos artefactos que acompañaron nuestras primeras experiencias, pero claro, mi alumno no estaba para contemplaciones ante la nostalgia y, como todo joven impetuoso, vivía apurado en clausurar el pasado.
El long play, aquel disco oscuro y brillante de larga duración, cumplía 59 años. Por supuesto que había alcanzado a tener algunos long plays que acompañaron mi adolescencia. También tuve, de propiedad exclusivamente mía, un tocadiscos portátil de tapa marrón que funcionaba con ocho pilas gigantescas. Con ellos, más los amigos - principalmente con la amigas, - era genial pasar una tarde de sábado oyendo las canciones de la época. Sentados de cualquier modo, se seleccionaba tranquilamente los discos, luego se le colocaba sobre el redondel, se le dejaba dar vueltas un poco y luego, con cuidado, se dejaba caer el bracito armado con la una agujeta en alguna canaleta del disco, entonces aparecía un susurro casi poético y luego la melodía que nos hacía tan felices.
Sin embargo, todo es relativo y nada es absoluto - se decía en aquel tiempo - y lo único absoluto era que todo es relativo (muy de moda Pulitzer). En medio de esas disquisiciones de segunda llegó el walkman y los tiempos entonces ya fueron otros. Una cajita sujeta a la correa de los pantalones y unos audífonos cambiaron el colectivismo musical por el individualismo. Sin embargo, algo hubo en los casetes que hacía extrañar la dulzura de los discos. Entonces, sin perder el paso, la tecnología nos trajo el diskman, mas tampoco estos tiempos fueron absolutos porque sobre la marcha llegaron a paso de vencedores los mp3. Para ese entonces, ya el poder lo tenía mi hija, mientras yo miraba, incrédulo, cómo tantas canciones podían caber en ese tubito con pantallita luminiscente. Empero, mi asombro ya era relativo porque tenía la certeza absoluta de que a la tecnología se la habían vaciado los frenos. Lo entendí clarito cuando mis sobrinas más pequeñas me declararon que querían que la Navidad les trajera un mp5 cuya ventajas me dejaron totalmente fuera de tiempo.
En fin, ahora que me entero de que los long plays han cumplido 59 años, he buscado a una vieja amiga - lo de vieja tómalo como debe ser, mi querida María Isabel - y le he pedido redescubrir en ese viejo baúl que heredó de su abuelo los long plays que le dejó su gran papi y también todos los que que ella había ido comprando desde los tiempos de la parranda de Ruli Rendo y las canciones de Sandro.
Tal vez solo sea solo la nostalgia, y quizás es muy relativo aquello de que todo tiempo fue mejor, probablemente, tan solo sea diferente. No importa, tengo la certeza de que la música se oye mejor en esos long plays de 6 canales por cada lado, oscuros y totalmente brillantes, y que arrancan con un susurro que a muchos aún nos sigue pareciendo poesía.
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martes, 14 de septiembre de 2010

Pepe San Martin, finalista en Festival Internacional de Humor Gráfico

En mi caso, la manera como intento expresar una visión personal de mi tiempo es a través de la palabra. Mal que bien, la palabra está siempre allí, dándome una mano cuando busco darle forma a mis pasiones, mis temores, mis anhelos. No obstante, siempre he estado respetuosamente atento a las herramientas comunicativas no verbales con las que otros artistas logran poner de manifiesto su visión del mundo. Siempre he sentido admiración por la capacidad de síntesis expresiva que tiene una buena imagen. Esa admiración, evidentemente, se extiende hacia los artistas que han desarrollado esa gran capacidad.
En este caso, me refiero a Pepe San Martín quien acaba de recibir una mención honrosa en el BOOSTON - Boston Internacional Humor Festival 2010 con la imagen que aparece en este post. Un gran abrazo a Pepe por este nuevo logro en su carrera.

Acerca de las motivaciones que inspiraron esta gráfica, Pepe dice:

LA LIBERTAD es una condición natural en todos y para todos. El libertinaje y la esclavitud son extremos que practican, contra los demás, el temeroso o inseguro para esconder su propia dependencia o debilidad espiritual. Esta reflexión inspiró, en parte, la gráfica finalista. Premio que comparto con ustedes.
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lunes, 6 de septiembre de 2010

Los 102 años del doctor Estuardo Núñez Hague

Ayer domingo, el doctor Estuardo Núñez Hague cumplió 102 años. No he tenido el honor de conocerlo personalmente, pero - seguramente al igual que todos ustedes – comparto la alegría de un año más de una larga y ejemplar vida. Maestro, escritor, ensayista, crítico, pensador. En lo personal, pienso que principalmente fue y sigue siendo un sabio maestro que a lo largo de su vida ha participado con acierto en todas las etapas formativas de un estudiante.

Tengo a la mano la revista “Cosas Hombre” de este mes y en ella me encuentro con una entrevista al doctor Estuardo hecha por Fernando Carvallo. Les transcribo algunos fragmentos como una pálida manera de aunarme a esta necesaria celebración.

Por ejemplo, cuando Fernando Carvallo le pregunta sobre sus recuerdos sobre la Lima de aquella época, Estuardo dice que Lima era una cosa y Chorrillos otra muy diferente, que la ciudad homogenizada de hoy no tiene nada que ver con el enorme espacio que antaño se hallaba fragmentado por campos de cultivo.

La memoria del doctor Estuardo mantiene vívido el recuerdo muchos de ilustres peruanos como Martín Adan Adan, Emilio Adofo Westphalen o José María Eguren. Todavía los recuerdo – dice - en el patio fascinados por los libros que descubrían y los poemas que germinaban en sus cabezas. Ambos fueron poetas hasta el final de sus días, cada uno a su manera. Martín se decía católico y conservador, pero creo que tenía poco de eso. Escribió un relato admirable que se ambientaba en Barranco, la "Casa de cartón", pero más gustaba de vivir en el Centro. Emilio era más cerebral y se entusiasmó por el troskismo y el surrealismo. ¿Quién hubiera dicho que a los 24 años con "Abolición de la muerte" y "Las ínsulas extrañas" ya había escrito lo principal de su obra. En otro momento, comenta que fue la generosidad del poeta José María Eguren lo que permitió conocer a personajes como José Carlos Mariátegui.

Cuando se refiere a su condición de profesor, dice: “Yo comencé como profesor de nivel secundario, pero tuve la suerte de conseguir un puesto en la institución que por entonces era lo más importante para la ciencia, la educación y la cultura de nuestro país. He vivido todas sus satisfacciones y también todas sus turbulencias. Pero lo que prefiero retener es que gracias a San Marcos pude dedicar mi vida al estudio y transmitir lo que aprendía a sucesivas generaciones de estudiantes. No hay nada más estimulante para un viejo profesor que la gratitud que le expresan sus antiguos alumnos".

Lúcido y consciente de lo peculiar de su larga vida reflexiona : Nunca pensé vivir tanto tiempo. He sido un hombre feliz, educado en un ambiente de disciplina militar, pero creo haber dado muestras de apertura a os aires nuevos que aporta cada generación. A uno lo mantiene joven frecuentar a los jóvenes, no voltearles la espalda ni limitarse a relaciones con personas de la misma edad. A veces creo que tiene razón el sociólogo español Francisco Ayala, cuando le formularon la misma pregunta: “He llegado a los 100 años porque leo los diarios sin falta todas las mañanas”.

Feliz cumpleaños, doctor Estuardo Núñez.

sábado, 4 de septiembre de 2010

CUENTO DE ALEJANDRO NEYRA

Tuve el agrado de conocer a Alejandro Neyra gracias a la mediación de un amigo mutuo, Jorge Eduardo Benavides. Al día siguiente, después de haber leído algunos cuentos de Alejandro, entendí que estaba ante un importante escritor peruano de estos tiempos y que era imprescindible incluir uno de sus cuentos en esta antología que se va armando de a poquitos.


CENICIENTA

Recoge sobre todo plásticos, papeles, pedazos y piezas de lo que sea. Y Hyde Park es un parque inmenso. A veces incluso come algunas sobras que encuentra entre el pasto y los arbustos y lo que alguna gente le deja al pasar, pensando que es una indigente. Caza a veces las pequeñas ardillas que se alejan de alguno de los cuatro mil árboles del parque. No las come. Solo las atrapa y juega con ellas, las alimenta, las abraza y las devuelve a sus ramas favoritas. Y bueno, no siempre está en Hyde Park. Hay tantos parques y la ciudad es tan grande.

Síganla por Londres y se darán cuenta de que está sola. No es como aquellos vagabundos que se reconocen y duermen juntos, se abrazan y se refocilan en los lugares más inmundos. Por el contrario, todo en ella es prístino.

Regresa muy tarde a una casa en Chelsea. Sube las escaleras. Y apenas abre la puerta, sea la hora que sea, se verá que del interior brota una luz tenue pero límpida. Un halo de pulcritud y un olor a limpieza, que hace pensar en una casa llena de muebles relucientes y suelos pulidos. Y es cierto. Puede que en este momento no haya casa más limpia en Londres. Puede que no la haya en todo el mundo.

El recorrido de la distancia que separa la casa en la que se encuentra Gumersinda y Amantaní, su isla, es de exactamente treinta y nueve horas. Veinte minutos a pie desde la casa hasta la estación de Paddington, y luego quince desde allí al aeropuerto de Heathrow. Dos horas de espera debido a las nuevas restricciones y controles de seguridad aérea antes de partir. Vuelo directo a Madrid –pues será siempre mejor viajar en una línea aérea en la que hablen español– que dura una hora y veinte minutos. Allí, espera tres horas antes de volar para Lima por once horas y cuarenta minutos (con las escalas y esperas es lo mismo que viajar por Ámsterdam o Nueva York, sus otras alternativas). Cuando sale del aeropuerto Jorge Chávez no puede partir sino en el primer vuelo del día siguiente, así que pernocta en Lima –más precisamente en Cieneguilla, en casa de su hermano, quien llegó a Lima mucho después que ella–. Tres horas de ida y tres de vuelta hasta Cieneguilla le permitirían descansar únicamente cuatro horas, pero en ese tiempo no podrá dormir pues su hermano le invitará una cerveza, choclo con queso, lawita de chuño, habas, chicharrón de cuy al estilo amantaní, y la ametralla con preguntas sobre Inglaterra. En realidad son medias preguntas que obtienen medias respuestas, pues Gumersinda sabe poco de Nolberto Solano, y sí, vive en Chelsea, pero no sabe nada de un equipo de fútbol con ese nombre ni conoce a ningún Pizarro. Gumersinda toma el vuelo de las seis de la mañana y pone sus pies en Juliaca alrededor de las ocho. Espera unos minutos en los que pelea para conseguir un buen espacio en el taxi que por diez soles la llevará a Capachica (San Salvador de). Allí encontrará la lancha para la isla, a la cual llegará alrededor de las once de la mañana. Pero sus familiares (especialmente sus hermanas) no la dejarán descansar por un buen rato. Luego de casi dos días y veinte horas de vuelo con diversas interrupciones, Gumersinda dormirá, esta vez no en una hermosa cama estilo victoriano sino en un colchón relleno de paja.

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