lunes, 23 de febrero de 2015

"El rumor de las aguas mansas", de Christian Reynoso (Comentario)



"El rumor de las aguas mansas" (Lima, Peisa, 2013), segunda novela de Christian Reynoso (Puno, 1978)  ha llamado gratamente la atención de la crítica literaria. Eso se infiere, de inmediato, de las notas y comentarios que se han escrito acerca de ella desde su publicación.  
En lo personal, he leído la novela con suma atención, y reconozco que quedé rápidamente atrapado en la lectura.  A pesar de sus 314 páginas,  la leí casi de un tirón buscando descifrar – como suele suceder en una buena novela - los enigmas que se habían planteado desde muy temprano.
Ahora bien, hay un componente histórico que estimula  el interés,  aun antes de iniciar la lectura. Me refiero a los lamentables hechos sucedidos en abril de 2004 cuando una turba descontrolada asesinó brutalmente al alcalde del distrito de Ilave, en la provincia de El Collao. Un hecho  que hizo reflexionar sobre cómo la violencia– en este caso disfrazada de justicia popular -  sobrepasaba todos los límites hasta llegar a la más espantosa barbarie.  La noticia causó un impacto estremecedor no solo  en los habitantes del departamento de Puno, sino, en general, en toda la comunidad peruana e internacional. Sin embargo, y como suele suceder, la memoria de  dicha tragedia se fue relegando hasta perderse, al menos de la  memoria general, mas no de la complicada región de Puno, en donde los resentimientos y conflictos aún subsisten.  Es en este contexto, en el que Christian  Reynoso  decide desarrollar su novela.

No obstante, el mérito de la novela radica, precisamente, en revivir un hecho dramático, pero sin convertir su libro en una crónica o trabajo documental de corte periodístico. En “El rumor de las aguas mansas” hay una trama que se entrelaza con el relato de aquellos infaustos hechos. Un escritor, Bruno Giraldo, quien decide consolidar su relación amorosa con un joven veinte años menor, Almudena,  tiene que alterar sus planes cuando un amigo cercano, el periodista  Núñez – cuya vida corre peligro – le entrega un sobre con documentos que contienen una investigación que revelaría los pormenores de una conspiración que acabaría por propiciar, finalmente, el linchamiento del alcalde Fernando Godoy. Dichos documentos desatan una sórdida e implacable  persecución de quienes serían los directos sospechosos y  que obliga a Bruno, Almudena y a un par de amigos a una huida que los irá  alejando cada vez más. Por mientras, el periodista Núñez desaparece. La persecución arrecia entonces y el asunto alcanza niveles de suspenso cuando se descubre que, incluso, hay infiltrados entre los amigos más insospechados.
La aventura se extiende a países como Bolivia, Paraguay, Argentina, y ciudades como Lima, aunque  el eje desde el cual giran todas las locaciones seguirá siendo “Lago Grande”. He aquí otro hecho interesante en la obra de Reynoso, quien –  ya desde su novela "Febrero lujuria" e, incluso, desde algunos cuentos anteriores – ha ido dándole forma a una ciudad ficticia llamada, precisamente, “Lago Grande”; por supuesto, con una innegable  relación con la ciudad de Puno. Pero, al igual que Juan Carlos Onetti con la ficticia Santa María, Reynoso se desenvuelve con más soltura en una ciudad ficcional en donde sus componentes no tienen, necesariamente, que mantener una fidelidad con la realidad, aun cuando mantiene los vasos comunicantes con ella.  En esta, su segunda novela, “Lago Grande” va adquiriendo una mayor personalidad, un trazo que avizora toda una dimensión plena en donde, probablemente, se desarrollen  sus nuevas historias.
Estructuralmente, la novela está divida en tres partes. Es en la segunda parte, en donde la novela aborda el penoso asunto del linchamiento del alcalde. El autor usa, de modo eficiente,  un narrador omnisciente que se interna en la mente de los personajes  que están detrás del asesinato del alcalde. Hay un cierto tono periodístico que le da dinamismo a este capítulo. En el último capítulo, se cierran los hilos del misterio, usando recursos eficientes como la entrevista con uno de los implicados.

Al terminar de leer la novela, y más allá de la certeza de haber leído una estupenda novela muy bien contada, me ha quedado la certeza de que en este país  - de variadas culturas y muchos resentimientos  - hay todavía mucho que resolver.  Y si  estas contradicciones no se remedian, la amenaza de un magma de violencia latente  podría estallar ante cualquier pinchazo social.  En el mismo título de la novela, “El rumor de las aguas mansas”, el autor deja en evidencia, precisamente, lo anunciado:  "Hay un territorio inflamado bajo la apariencia de aguas mansas".

Recomiendo plenamente la lectura de este novela, y felicito a Christian Reynoso por un estupendo trabajo que deja muy  en claro que la literatura peruana contemporánea cuenta con escritores serios, disciplinados y   consolidados como Reynoso quien – según entiendo – ha decidido dedicarse plenamente a literatura.  Congratulaciones.

martes, 17 de febrero de 2015

"Flores amarillas" de Raúl Tola (reseña y comentario)


"Flores Amarillas" (Edit. Alfaguara - 2013) es una excelente novela  que, por un lado, narra la historia de una familia de migrantes italiana que llega a Perú a mediados del siglo XIX, mientras que, en capítulos alternados, da cuenta  del apogeo y posterior decadencia de uno de sus  descendientes, Severo Versaglio,  a mediados  del siglo XX. 
Los capítulos que narran la salida de los primeros Versaglio –  de un pueblo llamado Brunate –  están enmarcados en la Italia revolucionaria de Garibaldi, allá por los años 1860, lo que incluye, de paso, un curioso dato acerca de una visita algo furtiva de Garibaldi al Perú. Hay un interesante tono de aventura en dichos capítulos y que hacen de la odisea - de Albano y su hijo Giovanni -  un particular  cuadro de lo que debe haber significado la  inmigración en muchas de aquellas familias que finalmente terminaron por establecerse en el Perú.   
De otro lado, la historia de uno de los descendientes, el velado y poderoso Severo Versaglio, está contextualizada en la Lima del ochenio de Odría. Dicho espacio y tiempo, signado por la dictadura, la corrupción  y las relaciones mafiosas entre el gobierno y los grupos de poder forman el ambiente apropiado  en donde – desde la perspectiva de la novela – la naturaleza astuta, y a ratos  desalmada, de don Severo Versaglio logra desenvolverse cómodamente, lo que  le permite alcanzar una notoria prosperidad que luego – por los propios juegos del poder y la corrupción –  deriva  en una calamitosa decadencia.
Ahora bien, la novela – como ya se mencionó  – está organizada en capítulos alternados con un buen manejo de los tiempos y de los espacios, y con un lenguaje sobrio que se adecua correctamente a la estrategia narrativa de la novela: una tercera persona omnisciente y ponderada. Solo en muy pocos momentos, la voz narrativa resbala en alguna exuberancia adjetiva.
Algunos de los personajes que aparecen – principalmente en los capítulos que abordan los avatares de Severo Versaglio – están diseñados a partir de supuestos personajes de la vida real: sutil juego que estimula la curiosidad de algunos  lectores que intentan  – por lo común – compararlos con los seres históricos. Sin embargo, más allá de ese  sugestivo y válido artificio, personajes como el mismo Severo Versaglio, su cuñado Lucas, el Tatán de la novela, así como Esparza Zañartu y el propio Odría, entre otros, alcanzan su particular dimensión y corresponden bien con el sentido y la atmósfera que se plantea en la novela. Buscar confrontarlos con los seres históricos o familiares del autor solo quedaría en la anécdota. Lo que se valora  en una novela es ese universo paralelo que puede coger como referencia muchos elementos de la realidad, pero que luego toman su propio camino en ese maravilloso espacio inconmensurable de la ficción y tan solo limitados por  un requisito básico: la verosimilitud literaria.
Como suele suceder, la obra tiene referentes indudables que el mismo autor reconoce en los epígrafes que cita. Tanto el hálito narrativo de Mario Vargas Llosa como la hondura de Mario Puzo impulsan inicialmente la novela. Sin embargo - también como debe ser - Raúl Tola luego toma su propia ruta, logra una narración personal y deja evidencia de una voz propia que, seguramente,  irá consolidándose en sus siguientes trabajos.

Si acaso no alcanzaron a leer esta novela, se las recomiendo. Principalmente a aquellos lectores que esperan  hallar una trama, un conflicto y un contexto histórico convincente. 

miércoles, 11 de febrero de 2015

Fulano y la rosa. De "Notas de la Ciudad" (relato)


A propósito de la llegada del catorce del febrero, conocido como el "Día de los Enamorados", les dejo esta pequeña Nota de la Ciudad.




FULANO Y LA ROSA

Fulano sostenía una rosa en la mano derecha y, en la otra mano, cargaba un bolsón negro y envejecido, tipo mochila.  Era de mediana edad, tenía la cabellera lacia, desordenada y algo sucia;  una barba de náufrago y una mirada de huérfano que, francamente, lastimaba. Pude verlo bien porque estaba parado muy cerca de mí. Yo estaba cerca de la esquina que se formaba en la intersección de la avenida Pardo de Zela con Arequipa y  aguardaba, junto otros peatones,  a que pasara el colectivo  que me llevaría, por fin,  a casa después de tantas horas de oficina y  de complicaciones propias de cada día.
El hombre de la rosa en la mano parecía medianamente normal, aunque sus ojos lucían algo extraviados; sin embargo, lo extraño era  la rosa, una sola, de tallo largo y de capullo  encarnado, envuelta en papel celofán, lucía como fuera de lugar entre sus  fachas desastradas e incitaban cierta sospecha en los transeúntes de esa hora. Por lo menos,  evidenciaban a Fulano como un extravagante o como un tonto de primera clase: de esos que aún escuchaban baladas amorosas del recuerdo, que copiaban poemas enmarcados en viñetas de flores trenzadas y que sufrían, a fondo, por amor.
Lo cierto es que sentí vergüenza ajena y entonces opté por alejarme unos pasos de él. Los demás, los que se tropezaban a ratos con él y descubrían la rosa entre sus manos, inmediatamente mostraban una sonrisa socarrona y poco disimulada, además de ciertos  gestos burlones. Había otros que hasta buscaban la mirada cómplice con algún otro caminante para confirmar la estupidez de aquel Fulano de piel cetrina, casaca azul y con una rosa intensamente roja entre sus dedos oscuros.
Ya era la hora punta y el paradero de Pardo con Arequipa ya estaba totalmente congestionado de peatones que aguardaban su transporte. Una delgada línea rojiza, la última luz  de la tarde,  aún se mantenía por encima de los empolvados edificios de Lince, aunque la llegada de la noche ya  se presumía.  Las luces de los faroles iban despertando y los colores fosforescentes de los letreros luminosos  se iban haciendo más nítidos sobre las fachadas de los comercios.
De pronto, de uno de los vehículos de transporte público que reiniciaba la marcha con el cambio de luces,  salió una voz sibilina que gritó en el momento justo: ¡Imbécil! Era obvio que el agravio iba dirigido al hombre de la rosa. Sin embargo, este pareció  no haberse inmutado, aunque tenía que haberlo oído porque el insulto se escuchó, fulminante, en el mínimo espacio de silencio que puede darse entre los bocinazos, los silbatos y los gritos de los cobradores que vociferaban nombres de calles y distritos. La voz rasposa se filtró, exactamente, en ese resquicio: ¡Imbécil!

Fulano alzó un poco más la rosa que ahora parecía más erguida, más roja, más intensa. Yo estuve  mirándolo a ratos, conmovido y curioso, pero sin descuidar la visión de la avenida por donde tendría que llegar mi transporte. A ratos, los viejos y desfallecientes árboles que vigilaban la avenida Arequipa susurraban intensamente  cuando el viento del crepúsculo y las últimas parvadas de aves vagabundas removían sus hojas.
Cuando por fin llegó  el colectivo que me llevaría a casa, y lo abordé entre empujones, pude ver que Fulano aún permanecía en su lugar, cerca de un puesto de revistas y casi de espaldas a una carretilla que vendía dulces y cigarrillos al paso. Fulano tenía toda la facha de un hombre a quien habían plantado; no obstante, seguía sosteniendo la flor envuelta en su celofán. A ratos parecía difuminarse entre la cerrazón del gentío; luego, reaparecía: la mirada algo extraviada, la casaca azul, el bolsón colgado del hombro derecho, la rosa roja- casi refulgente - entre sus manos entumecidas.
Recordé que mañana tenía una reunión de trabajo muy temprano, que las ventas habían bajado, que había que trazar nuevas estrategias de captación de mercado y que, en lo personal,  debía mejorar mi récord si quería seguir ascendiendo en la empresa. Es decir, como tantos otros: había que trabajar más, afanarse más, la vida era muy corta, había tanto que hacer.


Cuando el colectivo dio la vuelta por la avenida Arequipa con dirección al Centro, todavía pude ver un poco de Fulano y hasta algunas de las miraditas burlonas de los transeúntes de esa hora. Luego el silbato de la policía apresuró el tránsito, la noche se hizo  definitiva y ya no pude ver más a Fulano.