jueves, 31 de julio de 2014

"El enigma del convento", de Jorge Eduardo Benavides (comentario)


Acabo de leer la reciente novela de Jorge Eduardo Benavides, “El enigma del convento”. Alfaguara, 2014. Novela ganadora del Premio Torrente Ballester 2013.
Pues bien, me ha impresionado lo suficiente como para atreverme a afirmar que es una novela estupenda; además, a corroborar que Benavides es –como escribe Raúl Tola en la contratapa  – un escritor de primerísimo orden,  y que sigue sorprendiendo, gratamente, con cada nueva novela.
Después de irrumpir en el espacio literario con una trilogía política que fue gratamente recibida por la crítica, y luego de publicar una inusitada novela de amor con rasgos de crónica de viajes, “Un asunto sentimental” (lo que dejó demostrado que el escritor se sacudía del posible rótulo de escritor de novelas políticas), aparece esta novela de atmósfera histórica con fuertes matices de suspenso que – probablemente -  vaya señalando una nueva aventura literaria del autor: la constante renovación del escritor es un mérito que también vale la pena destacar en este caso.

El enigma del convento es una novela ambientada en la época de las guerras de independencia de América, y en el Madrid de 1815 a 1820. El eje desde el que se mueve toda la trama es el convento de Santa Catalina de Arequipa, Perú. Claustro en donde hay un documento secreto que compromete a personas y a causas políticas cuyas ramificaciones sobrepasan el afán independentista del  continente americano y se enredan con intrigas en la mismísima España, una España conflictuada entre los rumores independentistas, el descontento con la monarquía de Fernando VII y la preocupación por el futuro del alicaído imperio.
En el argumento se entremezclan entonces asuntos políticos, varias historias de amor, intrigas y unos misteriosos documentos que, finalmente, son  los que desatan el torrente de la novela y que llevan en vilo al lector durante toda la historia, compartiendo la angustia de los personajes en la búsqueda sinuosa de los mentados documentos que, para aumentar el misterio, están encriptados en un dificilísimo acertijo con el que se devanan los sesos personajes, y hasta lectores.
Ahora bien, en la novela hay algo más que debe tomarse en cuenta para medir su importancia. Según declaraciones del mismo autor, la novela trata del momento de la dolorosa ruptura entre España y América, que – vista con la objetividad que solo otorga el tiempo -  fue más dolorosa de lo que se pensaba. La independencia fue un proceso complejo; para algunos una  separación traumática que - en muchos casos – llevó al enfrentamiento entre miembros de una misma familia, según la causa que cada quien abrazara en el proceso de independencia.

De otro lado, es necesario destacar la nitidez de los escenarios y la casi certeza histórica de los hechos y de muchos personajes, que sí existieron, y que en la novela son levemente ficcionados. Entiendo que es el producto de una minuciosa investigación que le ha permitido, al autor, darle ese valioso toque de verosimilitud, principio básico de una buena novela, pero que no siempre se llegar a alcanzar.
Finalmente, la obra esta divida en tres partes que organizan la historia a partir de una conversación, entre una superiora y una jovencita recluida en el convento, conversación en un tiempo posterior al de la historia. Cada bloque o capítulo, a su vez, alterna las historias de los personajes  y de los lugares hasta que – como ya se adivina – terminan casi confluyendo un poco antes del desenlace de la novela. Así también, los cuadros o subcapítulos tienen la virtud de cerrarse dejando en el aire una nota de suspenso. Una labor bastante difícil eso de mantener la expectación en cada cuadro, pero que en la novela se logra eficientemente.
"El enigma del convento" es, como ya dije, un estupenda novela que se debe leer. Estoy seguro de que la van a disfrutar.


martes, 29 de julio de 2014

Cuento de Carlos Herrera


Carlos Herrera es un brillante embajador y prolífico escritor peruano; aunque, como pregona él mismo, principalmente  ciudadano arequipeño. 
Ampliamente reconocido por su labor literaria. Autor de libros de cuentos  como "Morgana", "Las Musas y los Muertos"  "Crueldad del Ajedrez", y novelas como  "Blanco y Negro", "Gris" o "Claridad tan obscura", entre otras tantas obras de importancia. Ha sido galardonado con el Primer Premio en los I Juegos Florales "Alberto Hidalgo" de la universidad San Agustín; finalista del Premio COPE en 1983 y 1994; finalista del Premio Juan Rulfo organizado por RFI, en París. En fin, Carlos Herrera es, aparte de todo estos méritos, una gran persona y excelente amigo.
Carlos ha contribuido con un relato para la antología de cuentos peruanos que este escribidor viene organizando en un blog.
Les dejo un fragmento del cuento aquí, y los invito a leerlo por completo en el blog Escritores Peruanos Contemporáneos.



HISTORIA DE MANUEL DE MASÍAS,
EL HOMBRE QUE CREÓ EL ROCOTO RELLENO
Y COCINÓ PARA EL DIABLO


                                                                                              Carlos HERRERA


En el Convento de la Recoleta, en Arequipa, hay un cementerio pequeño, que alberga a varias generaciones de monjes. Si uno consigue un permiso especial puede pasearse entre las rajadas lápidas. Como toda contemplación de sepulcros, es aconsejable hacerlo por la mañana, bajo el intenso azul del cielo y dejándose llevar por la austera serenidad del sitio.
Una de las lápidas, muy antigua, atrae la atención: diríase que un tosco marmolista  ha grabado sobre la piedra, junto a la cristiana cruz, signos paganos. Un animal pequeño, probablemente un cuy, sobre un plato.  Al lado, una suerte de baya que podría ser un rocoto. Más allá, una antigua botella.
La inscripción bajo esas imágenes no es menos enigmática:

MANUEL DE MASIAS
1728-1805

Murió en la paz del Señor,
luego de que su arte conquistara
este mundo
y otros

Es necesario un nuevo permiso especial para tener acceso a la importante biblioteca del convento. Entonces hay que tener mucha suerte o un tiempo ilimitado para encontrar, entre las decenas de millares de volúmenes ahí conservados, un antiguo cuaderno con tapas de cuero. Allí, en apretada letra, Manuel de Masías, luego de retornar a su tierra natal para tomar los hábitos tras muchos años de ausencia, confió sus recuerdos.

***

Arequipa tenía menos de cincuenta mil habitantes cuando nació Manuel, cuarto hijo de un comerciante en telas que gozaba de una sólida reputación y medios suficientes para un decente pasar. Manuel se criaría en una casona de interiores sombríos y luminosos patios, con numerosos rincones donde esconderse de la sevicia de sus hermanos mayores. Pero su lugar preferido sería la cocina.
Manuel de Masías, desde su retiro recoletano -desde las páginas de ese cuaderno-, recordaba aún con emoción las horas pasadas en el oscuro antro, negro de carbón y con una ventanilla insignificante, donde su madre, ayudada por dos sirvientas, preparaba las comidas familiares. Desde que tuvo uso de razón, la principal actividad de Manuel fue observar cómo su madre picaba hierbas, trozaba carnes, hervía, horneaba, mezclaba salsas y revelaba, a la hora del almuerzo o de la cena, un espléndido plato. A Manuel le fascinaba sobre todo, desde muy temprano, el fenómeno por el cual esa diversidad de ingredientes, de elementos tan diferenciados, podían formar una realidad nueva, armónica y superior. En la noche, antes de dormir, pasaba largo rato imaginando quién, cuál iluminado ejemplar del género humano había podido inventar la cocina. A menos que ésta fuera producto de la inspiración divina, lo que era altamente probable. Su mente infantil imaginaba un recetario revelado, una especie de Biblia de no menor importancia que la utilizada en los ritos religiosos.  Las recetas que su madre guardaba en un cuadernillo, que parecía constituir su más preciada posesión, eran, seguramente, copia de aquel libro primordial.
Pero, como se sabe, la adolescencia aporta insatisfacciones y, consiguientemente, rebeldía. Al llegar a los catorce años Manuel comenzaba a percibir que la hasta entonces admirada cocina materna estaba lejos de la perfección. No era culpa de su madre, una de las más  reconocidas expertas culinarias de Arequipa. Pero su arte no podía ir mucho más allá de lo que sus recetas, cuidadosamente transmitidas por la abuela o por amigas de similar tradición, le enseñaban.
¿Y qué era lo que le enseñaban? Una cocina, finalmente, asaz simple, basada en la robustez de los ingredientes y una mezcla elemental de ellos.
Manuel pensaba, por ejemplo, en el rocoto. Uno de los platos preferidos de su padre era una especie de cazuela donde se mezclaban trozos de aquel fortísimo fruto con pedazos de carne de res y algunas cebollas. El resultado era poderoso: arrancaba lágrimas y maceraba el paladar, para gran contento de su padre y eventuales invitados.
Pero Manuel sospechaba que podrían extraerse mejores acordes de aquel instrumento. El ferruginoso gusto del rocoto era especial, y valioso aprovecharlo, pero su fortaleza anestesiaba demasiado las papilas. Acaso sería conveniente combinarlo con melodías más suaves.
Dos años pasó Manuel experimentando, con la secreta complicidad de una de las empleadas de su madre, sobre las posibilidades del rocoto. Lo del secreto era necesario por su padre: su refugio infantil en la cocina comenzaba a ser preocupante, para la moral paterna,  cuando ya le apuntaba el bozo.
Pronto se dio cuenta de que la esencia más picante del rocoto radicaba en las pepas, o circa, y en las venas, y que extrayéndolas no se eliminaba el sabor, pero sí un importante factor de molestia extrema o adormecimiento. Remojar la pulpa en agua con sal también disminuía sus abrasivos efectos.
Un día llegó la epifanía: ¿Por qué no integrar la carne al rocoto, y ponerle una tapa de suavidad?  Vislumbró que por ahí estaba la vía para hacer del rocoto un plato más universalmente aceptable, conservando sus calidades y enmascarando sus más ofensivos aspectos.  En alguna medida, era una fórmula de vida la que Manuel de Masías estaba inventando el agregar maní, huevo duro, aceitunas. Y más cuando se le ocurrió introducir el producto suave entre todos: la leche y su forma más enriquecedora para la cocina, el queso. Manuel, casi intuitivamente, estaba tentando una afortunada síntesis: introducir fluidez, rotundidad a las agudas puntas del picante; aportar femineidad a lo guerrero.
Cuando su madre probó el producto, le supo a gloria. Sabía de las raras aficiones de su hijo y, aunque no las alentaba, guardaba un secreto orgullo. Pero este plato superaba cualquier expectativa. Era, además, algo nuevo: una invención.
El día que lo presentaron en la mesa familiar, Manuel temblaba de excitación. Le preocupaba sobre todas las cosas la opinión de su padre.
Éste pareció intrigado: en veinte años su esposa había repetido los mismos, excelentes, platos, sin mayor variación. ¿Qué era esto de disfrazar el viril rocoto con un gorrito blanco, de lechosa contextura?
La degustación paterna fue un momento de tensión. El buen caballero, conservador nato, no estaba dispuesto a ningún cambio en su ordenada vida. Sus principios predominaban frente a sus gustos. Pero esta nueva combinación de sabores, en realidad, no parecía estar tan mal. Quizás había que darle una oportunidad...
- Hmmm...Es...curioso.  Pero sabe bien.  ¿Cómo lo hiciste?
La madre enrojeció, resplandeciente.
- Es tu hijo quien lo ha hecho.
Y el hijo, de color granate, en el esperado momento de su consagración, vio como su padre tiraba la servilleta al piso y se levantaba, encolerizado, para encerrarse en su dormitorio y en sus costumbres.
Dos semanas después, Manuel de Masías, de dieciséis años de edad, partía montado en una mula rumbo a Lima, a buscar su vida en ambientes más complacientes. No sabía que el plato que había inventado se difundiría por toda la ciudad y más allá, cariñoso y dolido tributo de su madre a su memoria, portando el banal nombre de rocoto relleno.

                                                                                                          

lunes, 28 de julio de 2014

"Todo esto es mi país". Poema de Sebastián Salazar Bondy


A propósito de las Fiestas Patrias, y luego de escuchar a unos amigos sobre la
lo poco relevante que es identificarte con tu país.
Nada como este poema de Salazar Bondy para explicar este sentimiento



TODO ESTO ES MI PAIS

Sebastián Salazar Bondy

Mi país, ahora lo comprendo, es amargo y dulce;
mi país es una intensa pasión. Un triste piélago, un incansable manantial
de razas y mitos que fermentan;
mi país es un lecho de espinas, de caricias, de fieras,
de muchedumbres quejumbrosas y altas sobre heladas;
mi país es un corazón clavado a martillazos,
un bosque impenetrable donde la luz se precipita
desde las copas de los árboles y las montañas inertes;
mi país es una espuma, un aire, un torrente, un declive florido.
Un jardín metálico, longevo, hirviente, que vibra
bajo soles eternos que densos nubarrones atormentan;
mi país es una fiesta de ebrios, un fragor de batalla, una guerra civil,
un silencioso páramo cuyos frutos son jugosos,
un banquete de hambres, un templo de ceremonias crueles,
un plato vacío tendido hacia la nada,
un parque con niños, con guitarras, con fuegos,
un crepúsculo infinito, una habitación abandonada, un angustiado grito,
un vado apacible en el cual se celebra la vida:
mi país es un sepulcro en medio de la primavera,
una extraña silueta que abruma con su brillo la soledad,
un anciano que camina lentamente, un ácido que horada los ojos,
un estrépito que apaga todas las músicas terrenales,
un alud de placeres, un relámpago destructor, un arrepentimiento sin culpa.
un sueño de oro, un despertar de cieno, una vigilia torva,
un día de pesar y otro de risa que la memoria confunde,
un tejido de lujo, una desnudez impúdica, una impaciente eternidad;
mi país es un recuerdo y una premonición, un pasado inexorable
y un porvenir de olas, resurrecciones, caídas y festines;
mi país es mi temor, tu ira, la voracidad de aquel,
la miseria de otro, la defección de muchos, la saciedad de unos cuantos,
las cadenas y la libertad, el horror y la esperanza, el infortunio y la victoria,
la sangre que fluye por las calles hasta chocar con el horizonte
y de ahí retorna como una resaca sin fin;
mi país es la mujer que amo y el amigo que abrazo tan solo por amigo,
el extraño que te sorprende con su odio y el que te da la mano porque quiere;
mi país es la ventana a través de la cual miro la tarde,
la tarde que cae con sus ramos de melancolía en mi pecho,
y el agua matinal con que limpio mis pupilas de imágenes sucias,
el aire que respiro al salir de mi casa cada día,
y la gente que se precipita conmigo a los quehaceres sin sentido,
el trabajo, la fatiga, la enfermedad, la locura, el pensamiento,
la prisa, la desconfianza, el ocio, el café, los libros, las maldiciones;
mi país es la generosa mesa de mi casa y los rostros familiares
donde contemplo la marea incansable de mi dicha,
el cigarrillo que consumo como una fe que se renueva
y el perro cuya piel es cálida como su amistad;
mi país son los mendigos y los ricos, el alcohol y la sed,
la aventura de existir y el orden en que elijo mis sacrificios;
mi país es cárcel, hospital, hotel y almacén, hogar, arsenal;
mi país es hacienda, sembrío, cosecha:
mi país es escasez, sequía, inundación;
mi país es terremoto, lluvia, huracán;
mi país es vegetal, mineral, animal;
mi país es flexible, rígido, fluido:
mi país es líquido, sólido, inestable;
mi país es republicano, aristocrático, perpetuo;
mi país es una cuna, tumba, lecho nupcial;
mi país es indio, blanco, mestizo:
mi país es dorado, opaco, luminoso;
 mi país es amable, hosco, indiferente;
mi país es azúcar, tungsteno, algodón;
mi país es plata, nieve, arena;
mi país es rudo, delicado, débil y vigoroso, angelical y demoníaco;
mi país es torpe y perfecto;
mi país es enorme y pequeño;
mi país es claro y oscuro;
mi país es cierto e ilusorio;
mi país es agresivo y pacífico;
mi país es campana
mi país es torre,
mi país es isla,
mi país es arca,
mi país es luto,
mi país es escándalo,
mi país es desesperación,
es crisis, escuela, redención, ímpetu, crimen,
y lumbre, choque, cataclismo,
y llaga, renunciación, aurora,
y gloria, fracaso, olvido;
mi país es tuyo,
mi país es mío,
mi país es de todos,
mi país es de nadie, no nos pertenece, es nuestro, nos lo quitan,
tómalo, átalo, estréchalo contra tu pecho, clávatelo con un puñal,
que te devore, hazlo sufrir, castígalo y bésalo en la frente,
como a su hijo, como a su padre, como a alguien cansado que acaba de nacer,
porque mi país es,
simple, pura e infinitamente es,
y el amor canta y llora, ahora lo comprendo, cuando ha alcanzado lo imposible.




domingo, 27 de julio de 2014

"El amor empieza en la carne", de Juan Ochoa López (comentario)



He terminado de leer  “El amor empieza en lacarne”, de Juan Ochoa López,  novela ganadora del  XV Concurso Novela  Corta “Julio Ramón Ribeyro”, organizado por el Banco Central de Reserva. Y he quedado gratamente impresionado con ella. Ha valido la pena ocupar algunas horas de estos días libres navegando en las páginas de esta novela, inusitada,  que se desenvuelve en el mágico y – para muchos - casi desconocido mundo de la selva peruana. De hecho, habría que señalar que la literatura peruana – al menos la más difunda – se ha ocupado poco, muy poco de este amplio espacio amazónico. Espacio geográfico que congrega una amplia variedad de etnias que conforman ese mosaico cultural que es el Perú. Por lo menos así nos publicitamos cuando hablamos de nuestro país; sin embargo, después de leer esta novela, he recordado a muy pocos escritores que hayan trabajado este mundo cálido y misterioso en sus narraciones.

Argumentativamente, la novela no plantea algo novedoso. Un triángulo de amor. Un joven limeño, Juan, se enamora de una guapa mujer de la región, Erlita Panaifo. Ella ya tiene un esposo mucho mayor, Eustaquio Vásquez. Para fortuna de los amantes, el esposo muere; sin embargo, es allí donde el argumento comienza a tomar vuelo porque la muerte en esos lugares no es tan definitiva como se supone y entonces se desata un conflicto entre el muerto y los amantes vivos. Aun así, se podría pensar en  otras novelas que ya trataron el asunto de la línea difusa entre la vida y la muerte, pero en “El amor empieza en la carne” el conflicto se enfrenta y se soluciona con la propia magia del lugar, apelando a sus tradiciones y extrayendo enseñanzas de varios siglos de aprendizaje.
La trama funciona porque la historia es contada desde los ojos del amante, Juan, quien es un  limeño (con todo lo cultural que eso conlleva) que se ha enamorado, no solo de Erlita, sino de todo ese mundo en el que vive su amada. Entonces, el lector va aprendiendo y entendiendo las riquezas y complejidades de ese gran espacio pluricultural junto con el personaje amante.
La novela está enriquecida  con un lenguaje matizado de giros y modismos del castellano amazónico, así como de descripciones vívidas de lugares y costumbres, con una erudición que solo se puede haber obtenido luego de una gran investigación y convivencia.  

Juan Ochoa López se ha unido a una corta lista de escritores que han tomado el mundo de la selva como punto de partida para su narrativa. Creo que ha logrado una buena novela. Ha mostrado, sutilmente, y como debe hacer toda novela, el amplio patrimonio cultural del Perú amazónico sin descuidar los requisitos básicos de una buena historia. Ha  logrado escamotear, ajustadamente,  el peligro de hacer un trabajo etnográfico con apariencia de novela. En cambio, ha conseguido, como ya dije, una buena novela que nos transporta, desde otra perspectiva, al mágico mundo de nuestra actual selva peruana.


viernes, 25 de julio de 2014

"Dioses, mundos y otros villanos", de Jorge Bar (Comentario)




Una feria de libros trae de todo, como tiene que ser. En ese sentido, claro,  es difícil – si acaso imposible –  hallar títulos que logren el consenso de todos los asistentes. Lo significativo de una Feria es, entonces, la variedad de propuestas que presenta a través de las distintas editoriales y librerías que se presentan. En ese sentido, La 19 Feria Internacional del Libro de Lima – con todas las críticas que se le pueda hacer – viene cumpliendo con este  requisito básico en toda Feria.
Después de ello, ya es cuestión de gustos, y también de la paciencia que cada visitante posea para escudriñar meticulosamente por cada estand hasta hallar los libros con los que se identifique. Por supuesto que ayuda mucho el programa de presentaciones en los auditorios; aunque, una vez más, no siempre se estará de acuerdo con los que obtuvieron un espacio para su presentación y los que, verdaderamente,  se lo merecían. Sin embargo, esto también es una cuestión de gustos y simpatías.
En el caso de este escribidor, he de afirmar que  ya me he encontrado con títulos muy interesantes.  Lo que me está faltando es el dinero para comprar todos los libros que quisiera leer; luego me va a faltar un lugar para guardarlos y, finalmente, otra vida para leerlos.
Por ejemplo, está el libro de Jorge Bar, “Dioses, mundos y otros villanos” (Relatos insolentes).  Munay Editores, 2014.  Un conjunto de historias que me alegro de haber leído, y  de un tirón (aunque confieso no haberlo comprado, sino confiscado a mi hija). Desde hacía tiempo no me encontraba con un libro de “relatos” – así entre comillas – que me permitiera sintonizar con esa mirada básicamente cínica  con la que se observa el entorno,  y que suelen buscar los jóvenes escritores, aunque no siempre con acierto.  
Los relatos comienzan con una introducción breve del autor, a modo de señuelo, para que el lector admita -  sin reclamos de coherencia -  todo lo que viene. Luego sigue un conjunto de historias con dos personajes centrales llamados “Sed” y “Pim” que vagabundean por la  ciudad viviendo variadas situaciones que enfrentan y asimilan con peculiares  reacciones. Poco a poco, las historias comienzan a tener vasos comunicantes. En algún momento – es tan solo mi interpretación – la búsqueda de algo que, a falta de otro mejor nombre se llama felicidad,  se convierte en el eje sobre el cual giran las historias.  Aparentemente todo termina con la inusitada decisión de “Pim”. Sin embargo, luego el autor vuelve a aparecer en el colofón de la historia y suelta algunos dataos con los cuales deja abiertas todas las puertas para que le ficción se cuele por realidad. Las historias se combinan con unos inteligentes dibujos realizados por Jimmy Baltazar. Ambas: historias e imágenes crean una peculiar simbiosis con buenos resultados. Bien.
 “Dioses, mundos y otros villanos” se anuncia como un conjunto de historias  extravagantes e inclasificables. Personalmente, no me parecieron tan extravagantes, pero sí sumamente interesantes: por la claridad de la prosa y la originalidad del punto de vista. Con un lenguaje claro y ordenado, un modo insurrecto de contar las historias y  puntos de vista – como ya dije –  bastante insólitos, el libro de Jorge Bar resulta muy atractivo. Se los recomiendo.

lunes, 21 de julio de 2014

La piel de un escritor (contar, leer y escribir historias), de Alonso Cueto



El sábado 19 de junio, en el marco de  19ª Feria Internacional del Libro de Lima, asistí a la presentación del reciente libro de Alonso Cueto, titulado “La piel de un escritor”. Publicación  que se aleja, momentáneamente, del género de la novela para abordar el  ensayo, y en este particular caso, uno  sobre la creación y la escritura literaria.  Espero leerlo muy pronto (con una libreta de notas a la mano y la atención propia de un estudiante), pues, a pesar de que sí hay una buena estantería de libros que abordan el tema, me parece interesante conocer el punto de vista de un escritor como Alonso Cueto quien, como muchos lo saben, ha hecho de la literatura una vocación de tiempo completo. Esto, en sí, ya es un mérito. A eso hay que sumar la rica experiencia que debe haber recogido en ese constante y laborioso trabajo que demanda  la construcción de estructuras narrativas, la definición de voces narrativas, el diseño de personajes, entre otros tantos elementos que participan en la creación de una novela. Todo ese aprendizaje debe haber derivado en un interesante libro que tiene como subtítulo: contar, leer y escribir historias.
La noche de la presentación – sobreponiéndose a las falencias de una Feria que no terminaba de organizarse - el autor reflexionó sobre el papel de los escritores al contar historias y su relación con los lectores. Fue una interesante conversación con el escritor Jorge Eduardo Benavides. Quienes asistimos disfrutamos de unos gratos momentos, y, claro, olvidamos por un momento los bocinazos que venían desde la avenida Salaverry, la mala iluminación del auditorio,  entre otros gazapos de la Feria.
En algún momento, Cueto dijo: “No hay comunicación más íntima, más profunda que la que hay entre un lector y un escritor, un escritor cuando escribe tiene que despojarse de sus ataduras, de sus apariencias, máscaras, y tiene que escribir con quién es realmente”. Interesante.
“La piel del escritor, contar, leer y escribir historias”, editado por el Fondo de Cultura Económica, promete ser una lectura importante no solo para escritores, sino, en general para todo lector. 

miércoles, 16 de julio de 2014

El enigma del convento, de Jorge Eduardo Benavides (Fragmento)


Este viernes 18 de julio, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Lima, a las siete de la noche, en la Sala José María Arguedas, se presenta la reciente novela del escritor Jorge Eduardo Benavides, "El enigma del convento". Novela ganadora del Premio Torrente Ballester, 2013.
La presentación estará cargo de los escritores Fernando Ampuero y Carlos Herrera. Será una reunión muy interesante por la expectativa que ha generado esta novela que, por lo visto, marca un giro en la narrativa de Benavides quien, como es sabido, luego de concluir su trilogía política: "Los años inútiles", "El año que rompí contigo", "Un millón de soles", reorientó su trabajo narrativo con "Un asunto sentimental".  La presenta novela, es otro giro audaz de tuerca y aborda un hecho histórico con un intenso halo de misterio. Ambientada en el siglo XIX entre España y Perú.
Les dejo un fragmento de la novela como motivación. Los invito a leerla y, por supuesto, a asistir a la presentación de esta reciente obra, aquí en Lima


EL ENIGMA DEL CONVENTO (FRAGMENTO) 

DESDE MUY TEMPRANO, CUANDO EL amanecer aún quedaba lejos en el horizonte y por las callejuelas ásperas de Santa Catalina corría un viento frío, las novicias y las monjas aguzaban el oído para escuchar los pasitos raudos de Ana Moscoso, Anita, aquella infeliz que buscaba los rincones más recónditos del convento para llorar, que alcanzaba el huerto detrás de la calle del templo para pasar una escasa media hora solitaria, pobre chica, o que simplemente se convertía para las demás en un rumor de pasos confusos, un rastro de desconsuelo callejeando sin norte de aquí para allá, como huyendo de cualquier contacto humano tanto como de su desdicha. Había entrado al convento hacía menos de un mes y la madre superiora exigió a las alborotadoras monjitas que quisieron darle la bienvenida con frutas y pasteles, con copitas de vino de Vítor, que la dejaran en paz, porque la muchacha, que aún no se había decidido a tomar los hábitos  —y mejor así pues ya sabían ellas que el dolor, el dolor mundano, no era buen consejero cuando se trataba de abrazar a Nuestro Señor— parecía realmente un alma en pena…

la llegada de Ana Moscoso había ocurrido en el peor momento, cuando menos tiempo tenía para atender estas pequeñeces que pautaban el ajetreo trivial y rutinario del convento: que si una discusión regada de llanto por una ofensa de chiquillas, que si la competencia de dos monjas por quién hacía los mazapanes y los buñuelos más dulces, que si el fervor excesivo de aquella hermana durante la misa de sextas, algún pavoneo innecesario durante el domingo de mercado, en fin, nada que una reconvención y una llamada al orden, a las oraciones y a la búsqueda y consuelo de Nuestro Señor no pudieran solventar. Pero ahora —tenías que reconocerlo— además de los quebraderos de cabeza por motivos económicos y al dolor que volvía con fuerza se le agregaba otra cosa, mucho más silente y artera, de la que apenas se había dado cuenta porque era como una incomodidad inidentificable, un malestar y una zozobra que le desasosegaba el alma. Porque de un tiempo a esta parte la madre superiora notaba en la congregación una turbiedad llena de malicia, atufada de rencores y silencios malhumorados, una enajenación oscura que parecía borbotear en una marmita de agravios callados: y es que nuevamente se había levantando entre las monjas aquel rumor nefasto, aquella historia que la madre superiora creyó sepultada bajo el escombral del tiempo, de los tumultos de a principios de siglo, cómo pasaba el tiempo, María, y que la habían devuelto a una sensación de permanente sobresalto, como si el mismísimo Satanás hubiese metido su feo pie de chivo entre las paredes de Santa Catalina...

martes, 8 de julio de 2014

Homenaje a Isaac Goldemberg en Casa de la Literatura



Con el objetivo de acercar al público a una de las voces más importantes de nuestras letras contemporáneas, el martes 22 de julio, a las 7 p.m., la Casa de la Literatura Peruana (Jr. Áncash 207, Centro Histórico de Lima) inaugurará la exposición Isaac Goldemberg: Tiempos y Raíces.
Desde los terrenos del registro, el testimonio social y las artes visuales, la muestra refleja  la presencia de Goldemberg en la escena literaria peruana e internacional, especialmente con su célebre novela La vida a plazos de don Jacobo Lerner, considerada una de las más importantes de la literatura judía mundial de los últimos 150 años.

domingo, 6 de julio de 2014

Gracias por todo, profesor Tavera - Día del Maestro


Profesor  Tavera,  gracias por todo. Probablemente usted  no alcance  a leer estas líneas. No nos vemos desde que terminé la primaria, y vaya que ha pasado el tiempo; seguro que mis apellidos y mis nombres deben estar traspapelados en la maraña de otros tantos apellidos arrinconados en el  recodo más apartado de la memoria; pero aun así, gracias por haber sido el profesor que fue.
Por las mañanas, profesor del colegio primario 540 en Barrios Altos,   y  por las tardes, profesor  del colegio primario 752, en La Victoria.  Allí estuve yo, en la segunda carpeta de la izquierda, una de esas carpetas que usted reparó con clavo y martillo mientras nos enseñaba que todo trabajo debe hacerse bien y de buena gana. Probablemente, fue también profesor de la nocturna en algún otro colegio fiscal. ¿Demasiado trabajo? Seguro que sí. Pero aquella vez, como lo sigue siendo hoy, el trabajo honrado no pagaba bien, pero había que hacerlo, y si había que hacerlo, tenía que hacerse bien y de buena gana.
Como se dará cuenta, profesor, no he olvidado esa frase suya ni muchas otras que solía mencionar cuando la ocasión lo requería y, seguramente, muchos de sus otros alumnos tampoco las olvidaron, porque, efectivamente, como usted lo predijo, el futuro nos esperaba con demasiadas cosas por hacer y muchas experiencias que vivir: de las buenas y de las malas, y que solo el conocimiento y la sabiduría nos permitirían saber cómo asimilar ambas.  Y, exactamente,  así fue. Seguro que para algunos el camino fue más llano que  para otros, según cómo se vea; pero como sea, esos hombres – que antes fueron sus pequeños y arrebatados alumnos -  estuvieron en, cierta forma, mejor preparados para manejar sus avatares gracias a alguna palabra suya.
Ahora bien, entenderá que en ese tiempo no lo entendiéramos y lo valoráramos como ahora. Lo siento, profesor. Solo después, en perspectiva, usted alcanzó la dimensión que le correspondía. En aquel tiempo, no teníamos la altura para ver nuestro futuro como usted lo veía ni la lucidez para entender lo que usted buscaba, y, hasta puede que usted mismo no tuviera muy claro lo que pretendía. Usted, básicamente, era un señor profesor que buscaba enseñar, con muchas ganas, lo que consideraba necesario, y precisamente por eso, por sus muchos aciertos –  y claro algunos de sus errores -, muchas gracias.
No recuerdo mucho todos los temas de los cursos que nos enseñó. Finalmente, nunca me terminó de convencer la matemática, y mucho menos los principios de la química que venía en Ciencias  Naturales, sin embargo, tengo la grata sensación de que una parte de lo que soy se debe a sus enseñanzas.
Le contaré algo, profesor. Espero no turbarlo. Una vez, después de clase, cuando me enseñaba pacientemente cómo resolver un problema, alcancé a ver el impecable cuello de su camisa blanca discretamente zurcido. Tiene que entender, profesor, usted era nuestro referente y jamás recuerdo haberlo visto desprolijo. Usted revisaba que tengamos el pañuelo correctamente doblado en el bolsillo, las uñas cortas y limpias, el cabello corto (en eso sí que discrepábamos), la ropa correctamente puesta. Por eso tiene que entender, profesor, cuando alcancé a ver el cuello zurcido de su nívea camisa, no hubo un sentimiento negativo. Al contrario, nació una gran ternura, y poco después – porque los niños a veces demoramos un poco en masticar las experiencias – se fortaleció mi respeto.
Usted no era ningún ser fuera de lo común, era, sencillamente, un buen hombre con las vicisitudes propias de cualquier individuo de pocos recursos; pero que, precisamente, en medio de esas limitaciones, se había convertido en un gigante que buscaba diariamente cumplir bien, y de buena gana, con su vocación: ser un profesor.

Gracias por todo, profesor.