martes, 29 de julio de 2014

Cuento de Carlos Herrera


Carlos Herrera es un brillante embajador y prolífico escritor peruano; aunque, como pregona él mismo, principalmente  ciudadano arequipeño. 
Ampliamente reconocido por su labor literaria. Autor de libros de cuentos  como "Morgana", "Las Musas y los Muertos"  "Crueldad del Ajedrez", y novelas como  "Blanco y Negro", "Gris" o "Claridad tan obscura", entre otras tantas obras de importancia. Ha sido galardonado con el Primer Premio en los I Juegos Florales "Alberto Hidalgo" de la universidad San Agustín; finalista del Premio COPE en 1983 y 1994; finalista del Premio Juan Rulfo organizado por RFI, en París. En fin, Carlos Herrera es, aparte de todo estos méritos, una gran persona y excelente amigo.
Carlos ha contribuido con un relato para la antología de cuentos peruanos que este escribidor viene organizando en un blog.
Les dejo un fragmento del cuento aquí, y los invito a leerlo por completo en el blog Escritores Peruanos Contemporáneos.



HISTORIA DE MANUEL DE MASÍAS,
EL HOMBRE QUE CREÓ EL ROCOTO RELLENO
Y COCINÓ PARA EL DIABLO


                                                                                              Carlos HERRERA


En el Convento de la Recoleta, en Arequipa, hay un cementerio pequeño, que alberga a varias generaciones de monjes. Si uno consigue un permiso especial puede pasearse entre las rajadas lápidas. Como toda contemplación de sepulcros, es aconsejable hacerlo por la mañana, bajo el intenso azul del cielo y dejándose llevar por la austera serenidad del sitio.
Una de las lápidas, muy antigua, atrae la atención: diríase que un tosco marmolista  ha grabado sobre la piedra, junto a la cristiana cruz, signos paganos. Un animal pequeño, probablemente un cuy, sobre un plato.  Al lado, una suerte de baya que podría ser un rocoto. Más allá, una antigua botella.
La inscripción bajo esas imágenes no es menos enigmática:

MANUEL DE MASIAS
1728-1805

Murió en la paz del Señor,
luego de que su arte conquistara
este mundo
y otros

Es necesario un nuevo permiso especial para tener acceso a la importante biblioteca del convento. Entonces hay que tener mucha suerte o un tiempo ilimitado para encontrar, entre las decenas de millares de volúmenes ahí conservados, un antiguo cuaderno con tapas de cuero. Allí, en apretada letra, Manuel de Masías, luego de retornar a su tierra natal para tomar los hábitos tras muchos años de ausencia, confió sus recuerdos.

***

Arequipa tenía menos de cincuenta mil habitantes cuando nació Manuel, cuarto hijo de un comerciante en telas que gozaba de una sólida reputación y medios suficientes para un decente pasar. Manuel se criaría en una casona de interiores sombríos y luminosos patios, con numerosos rincones donde esconderse de la sevicia de sus hermanos mayores. Pero su lugar preferido sería la cocina.
Manuel de Masías, desde su retiro recoletano -desde las páginas de ese cuaderno-, recordaba aún con emoción las horas pasadas en el oscuro antro, negro de carbón y con una ventanilla insignificante, donde su madre, ayudada por dos sirvientas, preparaba las comidas familiares. Desde que tuvo uso de razón, la principal actividad de Manuel fue observar cómo su madre picaba hierbas, trozaba carnes, hervía, horneaba, mezclaba salsas y revelaba, a la hora del almuerzo o de la cena, un espléndido plato. A Manuel le fascinaba sobre todo, desde muy temprano, el fenómeno por el cual esa diversidad de ingredientes, de elementos tan diferenciados, podían formar una realidad nueva, armónica y superior. En la noche, antes de dormir, pasaba largo rato imaginando quién, cuál iluminado ejemplar del género humano había podido inventar la cocina. A menos que ésta fuera producto de la inspiración divina, lo que era altamente probable. Su mente infantil imaginaba un recetario revelado, una especie de Biblia de no menor importancia que la utilizada en los ritos religiosos.  Las recetas que su madre guardaba en un cuadernillo, que parecía constituir su más preciada posesión, eran, seguramente, copia de aquel libro primordial.
Pero, como se sabe, la adolescencia aporta insatisfacciones y, consiguientemente, rebeldía. Al llegar a los catorce años Manuel comenzaba a percibir que la hasta entonces admirada cocina materna estaba lejos de la perfección. No era culpa de su madre, una de las más  reconocidas expertas culinarias de Arequipa. Pero su arte no podía ir mucho más allá de lo que sus recetas, cuidadosamente transmitidas por la abuela o por amigas de similar tradición, le enseñaban.
¿Y qué era lo que le enseñaban? Una cocina, finalmente, asaz simple, basada en la robustez de los ingredientes y una mezcla elemental de ellos.
Manuel pensaba, por ejemplo, en el rocoto. Uno de los platos preferidos de su padre era una especie de cazuela donde se mezclaban trozos de aquel fortísimo fruto con pedazos de carne de res y algunas cebollas. El resultado era poderoso: arrancaba lágrimas y maceraba el paladar, para gran contento de su padre y eventuales invitados.
Pero Manuel sospechaba que podrían extraerse mejores acordes de aquel instrumento. El ferruginoso gusto del rocoto era especial, y valioso aprovecharlo, pero su fortaleza anestesiaba demasiado las papilas. Acaso sería conveniente combinarlo con melodías más suaves.
Dos años pasó Manuel experimentando, con la secreta complicidad de una de las empleadas de su madre, sobre las posibilidades del rocoto. Lo del secreto era necesario por su padre: su refugio infantil en la cocina comenzaba a ser preocupante, para la moral paterna,  cuando ya le apuntaba el bozo.
Pronto se dio cuenta de que la esencia más picante del rocoto radicaba en las pepas, o circa, y en las venas, y que extrayéndolas no se eliminaba el sabor, pero sí un importante factor de molestia extrema o adormecimiento. Remojar la pulpa en agua con sal también disminuía sus abrasivos efectos.
Un día llegó la epifanía: ¿Por qué no integrar la carne al rocoto, y ponerle una tapa de suavidad?  Vislumbró que por ahí estaba la vía para hacer del rocoto un plato más universalmente aceptable, conservando sus calidades y enmascarando sus más ofensivos aspectos.  En alguna medida, era una fórmula de vida la que Manuel de Masías estaba inventando el agregar maní, huevo duro, aceitunas. Y más cuando se le ocurrió introducir el producto suave entre todos: la leche y su forma más enriquecedora para la cocina, el queso. Manuel, casi intuitivamente, estaba tentando una afortunada síntesis: introducir fluidez, rotundidad a las agudas puntas del picante; aportar femineidad a lo guerrero.
Cuando su madre probó el producto, le supo a gloria. Sabía de las raras aficiones de su hijo y, aunque no las alentaba, guardaba un secreto orgullo. Pero este plato superaba cualquier expectativa. Era, además, algo nuevo: una invención.
El día que lo presentaron en la mesa familiar, Manuel temblaba de excitación. Le preocupaba sobre todas las cosas la opinión de su padre.
Éste pareció intrigado: en veinte años su esposa había repetido los mismos, excelentes, platos, sin mayor variación. ¿Qué era esto de disfrazar el viril rocoto con un gorrito blanco, de lechosa contextura?
La degustación paterna fue un momento de tensión. El buen caballero, conservador nato, no estaba dispuesto a ningún cambio en su ordenada vida. Sus principios predominaban frente a sus gustos. Pero esta nueva combinación de sabores, en realidad, no parecía estar tan mal. Quizás había que darle una oportunidad...
- Hmmm...Es...curioso.  Pero sabe bien.  ¿Cómo lo hiciste?
La madre enrojeció, resplandeciente.
- Es tu hijo quien lo ha hecho.
Y el hijo, de color granate, en el esperado momento de su consagración, vio como su padre tiraba la servilleta al piso y se levantaba, encolerizado, para encerrarse en su dormitorio y en sus costumbres.
Dos semanas después, Manuel de Masías, de dieciséis años de edad, partía montado en una mula rumbo a Lima, a buscar su vida en ambientes más complacientes. No sabía que el plato que había inventado se difundiría por toda la ciudad y más allá, cariñoso y dolido tributo de su madre a su memoria, portando el banal nombre de rocoto relleno.

                                                                                                          

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