domingo, 31 de agosto de 2014

"Las neurosis sexuales de nuestros padres", montaje teatral (comentario)


Por recomendación de una amiga, este viernes asistí la función teatral "Las neurosis sexuales de nuestros padres" de Lukas Bärfuss. Obra dirigida por Jorge Villanueva, en la Alianza Francesa de Miraflores.
La obra gira en torno a la vida de Dora, una muchacha que - desde niña- estuvo medicada con el fin de controlar una extraña enfermedad mental que - según testimonio de la madre - la volvía violenta durante su infancia. En algún momento de su juventud, la familia decide suspenderle los medicamentos. Por lo que narra la madre, al principio de la obra, Dora ha vivido totalmente ensimismada toda su infancia, aislada por culpa de los medicamentos,  totalmente alejada del proceso común de socialización. Quitarle los medicamentos podría abrir la posibilidad de rescatarla de ese ostracismo e insertarla en la vida de la familia y de la sociedad en general. Efectivamente, la suspensión de los fármacos la regresa paulatinamente a la vida corriente.  Es entonces cuando Dora descubre el placer del sexo, el cual asume con una tierna ingenuidad, totalmente desprovista de los parámetros sociales con el que viven los demás, en este caso la familia. Dora se inserta en un mundo novedoso al que le suele encontrar experiencias hermosas, justamente en relaciones que los demás encuentran escandalosas, al menos cuando son tan públicas y desinhibidas como las asume ella.
Dora ha dejado su mundo ensimismado, se inserta en el de los demás y - sin buscarlo - va incomodando los cánones sociales.  En el camino descalabra los valores de quienes lo rodean; sin embargo, al final de la obra, sus palabras y sus necesidades son solo suyas: más lejos de la neurosis y más cerca del dolor.

Una obra interesante, de un autor  a quien recién descubro a través de este trabajo. Un montaje, aceptable en líneas generales, aunque pienso  que el gran trabajo actoral de Wendy Vásquez (Dora) es el que sostiene la obra. Tuve la impresión de que algunos otros personajes pifiaron un tanto en el diseño de sus personajes: algo engolados, poco convincentes. Había cierta disonancia en la sucesión de cuadros y algo de monotonía en los elementos de escenografía. 
No obstante, más allá de estás últimas apreciaciones - que apenas son opiniones de un simple espectador - la obra resulta un tremendo impacto que remueve nuestras emociones y que nos  lleva a casa - o un bar - con mucho que reflexionar. La neurosis de nuestros padres una obra de teatro que todavía tiene funciones y que bien vale la pena ver, si logran evadir el demencial tráfico de Lima.

sábado, 9 de agosto de 2014

"Miera", cuento de Antonio Gálvez Ronceros


Según la crítica, Gálvez Ronceros no solo es un buen narrador de historias cortas, sino que debe ser considerado, después de Ribeyro, como uno de los  más notables cuentistas de la Generación del 50".
Uno de los grandes méritos de este autor es el  haber puesto en la escena literaria contemporánea el universo afroperuano.
En 1974 obtuvo los premios primero y segundo de cuento en el concurso José María Arguedas organizado por la Asociación Universitaria Nisei del Perú; y en 1982, el primer premio de cuento y el segundo de periodismo en certámenes organizados por la Municipalidad de Lima.
Me atrevo a subir este cuento tanto por su eficacia narrativa, por la capacidad de la historia para sintetizar el universo cultural de la nuestra cultura afroperuana y, también, por toda la añoranza que despierta en la memoria de quienes trabajamos nuestros primeros cuentos de  Talleres de Creación Literaria desmenuzando, respetuosamente, cuentos como el que viene a continuación.



¡Miera!

Tomado de Monólogo desde las tinieblas.

En el camino que lleva al sembrado de camotes el negro don Andrés supo que en los últimos días el caporal Basaldúa se había puesto a hablar feas cosas de él. Mientras compraba plantas en el sembrado y llenaba de camotes los serones de su burro, le dijeron lo mismo. Entonces no aguantó más: trepó al burro de un salto y enderezó por un atajo hacia la casa del caporal. Pero ahí le dijeron que se había ido a vigilar unos riegos en la Punta de la Isla y que volvería una semana después. Sin decir nada pero aguantándose, don Andrés regresó rápidamente a su casa, se bajó casi arrojándose del burro, lo dejó plantado con los serones cargados, se metió corriendo en la primera habitación y llamó a su hija mayor:
— ¡Patora! —los labios se le habían hinchado y parecían pelotas.
Saliendo de la habitación contigua, Pastora se presentó alarmada.
—Patora, tú que sabe equirbí, hame una cadta pa mandásela hata la Punta e la Ila a ese caporá Basadúa, que nueta acá y sia ido pallá depué quiabló mal de mí. Yo te vua decí qué vas a poné en er papé.
—Ya, tata, vua traé papé y lápice —dijo la hija. Se metió en los interiores de la casa y poco después regresó.
—Ponle ahí, Patora —dijo don Andrés—, que su boca esuna miera, que su diente esota miera, su palaibra un montón de miera… Miera esa mula que monta. Miera su epuela. Miera su rebenque. Miera el sombrero con quianda. Miera esa cotumbe e miera diandá mirando tabajo ajeno… Léemela, Patora, a ve qué fartra.
Cuando la hija acabó de leer, don Andrés tenía un gesto de duda como si ya no confiara del todo en sus propias palabras.

—Oye, Patora —dijo finalmente—, quítale un poco e miera a ese papé.

martes, 5 de agosto de 2014

SIMPLIFIQUEMOS LA ORTOGRAFÍA (PONENCIA DE GARCÍA MÁRQUEZ)


Para mis queridos alumnos con quienes, hace unos días, tuvimos un interesante debate sobre la importancia de la ortografía, aquí les dejo una ponencia de Gabriel García Márquez en la cual pide simplificar la ortografía. No obstante, atención, les tiendo este puente para extender la buena discusión, pero también dejo constancia de que la belleza del contenido de un texto debe estar iluminado por la precisión de la forma. 
Un tanto barroca la última la frase, pero señala mi posición con respecto al uso correcto de la ortografía. Disfruten de la lectura.




Ponencia de García Márquez
en el I Congreso Internacional de la Lengua Española

A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: ¡Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: ¿Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras. Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor.


No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber cómo se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global. La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aun no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: ``Parece un faro''. Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejó escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso?
Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.
En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?

Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que les lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años.