martes, 12 de mayo de 2015

"NOSOTROS LOS BURÓCRATAS", OBRA TEATRAL (COMENTARIO)



Esta semana tuve la oportunidad de ver la obra de teatro “Nosotros los burócratas”. Obra escrita por la dramaturga y actriz, Delfina Paredes, y que fue premiada en 1980, en el  Primer Premio del Concurso Nacional de Obras de Teatro, organizado por el Teatro Universitario de San Marcos (TUSM). En ese momento, por lo que entiendo,  el concurso más importante del país. Sin embargo, por extrañas  circunstancias, la obra recién ha sido llevada a escena este año,  bajo la dirección de Martín  Velásquez, quien es, precisamente, nieto de la dramaturga
¿Cómo así, una obra premiada y – de paso – escrita por una de las actrices más emblemáticas del teatro nacional queda en el olvido por tanto años?
En fin,  al margen  de estas  sinrazones   – que probablemente merezcan una nota aparte -   la obra teatral viene dejando una muy buena impresión en el público.  
Nosotros los burócratas, cuenta cómo un grupo de teatro de un Ministerio Público decide representar su vida laboral.  Sin embargo, el drama se acrecienta porque,  precisamente,  todo se lleva a cabo en el crucial día en el que  saldrá publicada una implacable y generalizada  lista de despidos de empleados públicos, como parte de una política de reorganización del Estado.  Hay, pues, una espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza de los funcionarios. Al menos eso se infiere del desarrollo de la obra.
Ahora bien, la obra – como las cajas chinas – tiene varios niveles narrativos porque, de pronto, y con un artilugio teatral que me hizo recordar a Luigi de Pirandello, dramaturgo italiano de gran trascendencia,  se conecta con el público y propone una improvisación que nos lleva a la vida y problemas familiares de aquellos aficionados actores y burócratas amenazados por el despido.  Los sueños y las aspiraciones personales de cada uno, empleados supeditados a los intereses políticos de algún gobierno de turno, podrían quedar frustrados. Un acertado reflejo de la precaria situación económica, la inseguridad laboral y el incierto futuro que se vivió en el Perú de aquellos años cuando fue escrita la obra y que, por lo visto, no ha cambiado gran cosa en lo referente a la oficinas e instituciones públicas.
Cuando la obra se acerca al final, el interés por saber quiénes serán los despedidos está al tope. La tensión no solo incluye a los actores-empleados, sino al  propio público, que ya ha sido comprendido en la obra. En mi opinión, ese es uno de sus mayores logros.
Aun cuando hay momentos en los que gana el discurso típico del teatro de denuncia, una marca indeleble de la dramaturgia de aquellos tiempos, pero que, desde mi punto de vista, es un excedente explicativo que sobrecarga una historia. 
No obstante, la obra es coherente con la línea de teatro que ha caracterizado a la siempre  respetable y  talentosa  Delfina Paredes, y eso sí que es encomiable. “Nosotros los burócratas” es una obra que vale la pena ver.

Va de jueves a domingo a la 8pm, todo el mes de mayo, en la ya mítica sala de la triple AAA (Jr. Ica 323, Cercado de Lima)

sábado, 2 de mayo de 2015

"La pasajera" de Alonso Cueto (Comentario)



Luego de leer  la reciente novela de Alonso Cueto, La pasajera (Edit. Seix Barral 2015), tuve que esperar un buen rato hasta  sosegar el  espíritu. No podía ser de otro modo. Para quienes fuimos – de alguna manera – testigos de los aciagos tiempos vividos en la época del terrorismo,  siempre nos va a perturbar el recuerdo de aquellos tiempos, ya sea a través de un cuadro, una fotografía,  una composición musical o un libro. En este caso, una eficiente  y breve novela.
La pasajera es la  historia del encuentro fortuito,  en un taxi, de un exmilitar del ejército  y una  peluquera. El drama de este encuentro es  intenso porque el  exmilitar – quien es el  taxista –  durante su servicio en Ayacucho (en la época del terrorismo)  se vio obligado a ordenar  un acto vejatorio contra una mujer, un acto tan desalmado que - aun muchos años después – el remordimiento por ese hecho lo sigue atormentando.  La pasajera que sube al taxi  había sido, precisamente, la mujer que tuvo que sufrir los vejámenes de aquella atroz decisión.  A pesar del tiempo transcurrido, ninguno  de los dos personajes ha logrado sobreponerse a las trágicas experiencias vividas en el  Ayacucho de aquellos tiempos.  Victimario y víctima viven su propio calvario y ese encuentro casual agita las aguas turbias de los recuerdos y reinicia un  drama que – por lo visto -  aún no había concluido y deja ver las heridas abiertas de una dolorosa historia que todavía no se ha cerrado.
La novela  –  manejada con un innegable  suspenso y  con las características inherentes a una novela realista –   nos recuerda que, efectivamente, ese capítulo doloroso de nuestra historia no puede considerarse cerrado. Lo cierto es que el impacto de aquellos años de violencia todavía nos persigue, nos afecta, nos duele.  Y aun cuando algunos analistas  ya recomiendan cerrar esa etapa, al menos como referencia creativa para los artistas, por lo visto todavía hay mucho que decir al respecto. En la novela de Alonso Cueto, la historia que se cuenta  está contextualizada en el presente; sin embargo,  los hilos sombríos del pasado aún tienen atrapados a los personajes. ¿Cuántas historias todavía no se han cerrado? ¿Cuántas vidas – a pesar de los años que han transcurrido – siguen sufriendo las consecuencias de un período infausto? La literatura – como todas la demás manifestaciones artísticas – no tiene otra obligación sino la de materializar lo que percibe en su entorno y tal como la percibe. En este sentido, La pasajera es, pues, una novela honesta, breve, sin otra pretensión que la de narrar una historia en tono de ficción; pero  que nos lleva, de modo directo,  a una  imprescindible reflexión sobre una  dolorosa experiencia que aún nos acosa.

La novela fue presentada hace varias semanas, y ha sido bien recibida. Esto más allá de algunos apuntes  desmedidamente puntillosos, más afanados en fruslerías gramaticales que en los aciertos literarios. Este Escribidor ha demorado su humilde comentario porque – como la mayoría de homínidos – tiene los días colmados de quehaceres laborales, y su bandeja de libros que leer sigue congestionada. No obstante, para quienes aún no la hayan leído, se las recomiendo. El final de la novela es un tierno acto simbólico cargado de optimismo.