lunes, 24 de septiembre de 2012

EL CASETE, DIFÍCIL DE OLVIDAR


Qué me queda, sino unirme a quienes celebran los 50 años del casete. Ese dispositivo de innegable trascendencia, principalmente,  para quienes ya hemos dejado de ser jóvenes hace buen tiempo.
Y es que el casete, a diferencia de casi todos los aparatos que en estos tiempos de vorágine tecnológica pasan por nuestros ojos con alucinante rapidez, se mantuvo el tiempo suficiente como para dejar su huella en la memoria de varias generaciones. Digo. Los dispositivos de hoy -  en un abrir y cerrar de ojos -  pasan de lo fabuloso a ser un trasto en el cesto del olvido; sin embargo, el casete, se da pues el lujo de celebrar 50 años y despertar aún nostalgias.
El casete no solo fue la cajita mágica en donde se grababan las canciones de nuestros gustos. El casete también era, para muchos, un instrumento de trabajo en el que se grababa de todo. Una cinta tan guerrera que se podía rebobinar con un lápiz cualquiera y que, rara vez, se malograba con la fragilidad con la que ahora se puede arruinar un aparatito de alta fidelidad y tecnología pero de delicada existencia. No, con el casete, ni hablar, había que haberlo llevado por los peores caminos para que se arruinara.
Ahora bien, he de aceptar que la tecnología ha creado dispositivos de almacenamiento de una maravillosa fidelidad y con una capacidad de memoria que, por cierto, ya se puede decir que casi todo cabe en la punta de un dedo. 
No obstante, el casete, el úlltimo de los héroes de antaño, el valiente aparato analógico - con todas y sus limitaciones - en estos días está celebrando sus cincuenta años y, aunque ya casi es pieza de museo, este fin de semana he de darme tiempo para encontrar alguno de ellos en el cajón de los recuerdos para evocar esos tiempo de la casetera  y walkman y de aquellos años felices de analógica nostalgia.


domingo, 9 de septiembre de 2012

A propósito Bryce Echenique y su reciente novela




Bastante atrasado con mis lecturas, terminé de leer hace poco la reciente novela de Alfredo Bryce Echenique, Dándole pena a la tristeza. Al concluirla, tuve la grata sensación de haberme reencontrado con ese viejo  amigo conversador, aquel  que solía contar  sus experiencias  vitales desde su entrañable punto de vista, es decir,  en tono de  humor con un sutil toque de cinismo. Me gustó mucho la novela.
Creo que Bryce, en esta novela,  ha retomado ese modo particular de presentarnos al  Perú, desde esa perspectiva diferente que ya se había iniciado con sus primeros cuentos y que se consolidó con la novela Un mundo para Julius.
Ahora bien, me parece que la novela  no les ha gustado a todos; es más, por lo que he estado observando en la red, a algunos no les agrada, en general, la obra de Bryce. 
En ciertos casos, esta crítica está relacionada  con ciertas discrepancias, precisamente, por esa perspectiva desde la que el escritor narra y que, según ellos, es una visión perturbada por una nostalgia "aristocrática" de un país que por "fortuna" ya cambió. No estoy de acuerdo con ellos, pero acepto que al menos es discutible la discrepancia. La literatura se enriquece precisamente  con esos diferentes modos de entender y plantear la "realidad".  Si embargo, también  están aquellos que desmerecen la obra de Bryce solo por gratuita antipatía, probablemente sin haber leído sus obras fundamentales o, peor aun, por asuntos distintos a lo literario. Por cierto, si para valorar la obra de alguien se tuviera que conjugar todos los aspectos de su vida, entonces la humanidad enfrentaría un grave  déficit al respecto.
Todo esto viene a propósito de un interesante artículo de AlonsoCueto,  La República sobre la obra de Alfredo Bryce Echenique que enlazo y que, considero, debe leerse. Alonso, como siempre, ha planteado de manera sobria una ruta para valorar la obra de Bryce.