He
terminado de leer “El amor empieza en lacarne”, de Juan Ochoa López, novela
ganadora del XV Concurso Novela Corta “Julio Ramón Ribeyro”, organizado por el Banco Central de Reserva. Y he quedado gratamente impresionado con ella. Ha
valido la pena ocupar algunas horas de estos días libres navegando en las
páginas de esta novela, inusitada, que
se desenvuelve en el mágico y – para muchos - casi desconocido mundo de la
selva peruana. De hecho, habría que señalar que la literatura peruana – al
menos la más difunda – se ha ocupado poco, muy poco de este amplio espacio
amazónico. Espacio geográfico que congrega una amplia variedad de etnias que
conforman ese mosaico cultural que es el Perú. Por lo menos así nos
publicitamos cuando hablamos de nuestro país; sin embargo, después de leer esta
novela, he recordado a muy pocos escritores que hayan trabajado este mundo cálido
y misterioso en sus narraciones.
Argumentativamente,
la novela no plantea algo novedoso. Un triángulo de amor. Un joven limeño,
Juan, se enamora de una guapa mujer de la región, Erlita Panaifo. Ella ya tiene
un esposo mucho mayor, Eustaquio Vásquez. Para fortuna de los amantes, el
esposo muere; sin embargo, es allí donde el argumento comienza a tomar vuelo
porque la muerte en esos lugares no es tan definitiva como se supone y entonces se
desata un conflicto entre el muerto y los amantes vivos. Aun así, se podría
pensar en otras novelas que ya trataron
el asunto de la línea difusa entre la vida y la muerte, pero en “El amor
empieza en la carne” el conflicto se enfrenta y se soluciona con la propia
magia del lugar, apelando a sus tradiciones y extrayendo enseñanzas de varios
siglos de aprendizaje.
La
trama funciona porque la historia es contada desde los ojos del amante, Juan,
quien es un limeño (con todo lo cultural
que eso conlleva) que se ha enamorado, no solo de Erlita, sino de todo ese
mundo en el que vive su amada. Entonces, el lector va aprendiendo y entendiendo
las riquezas y complejidades de ese gran espacio pluricultural junto con el
personaje amante.
La
novela está enriquecida con un lenguaje matizado
de giros y modismos del castellano amazónico, así como de descripciones vívidas
de lugares y costumbres, con una erudición que solo se puede haber obtenido
luego de una gran investigación y convivencia.
Juan
Ochoa López se ha unido a una corta lista de escritores que han tomado el mundo
de la selva como punto de partida para su narrativa. Creo que ha logrado una buena
novela. Ha mostrado, sutilmente, y como debe hacer toda novela, el amplio
patrimonio cultural del Perú amazónico sin descuidar los requisitos básicos de
una buena historia. Ha logrado
escamotear, ajustadamente, el peligro de
hacer un trabajo etnográfico con apariencia de novela. En cambio, ha
conseguido, como ya dije, una buena novela que nos transporta, desde otra
perspectiva, al mágico mundo de nuestra actual selva peruana.
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