viernes, 17 de septiembre de 2010

El long play cumple 59 años

Los años no pasan por usted, sino se que se le amontonan, eso me dijo, en plan de suave burla, un apreciado alumno. Y me lo dijo cuando le comentaba que yo no pensaba cambiar el reproductor de música de mi auto porque, con todo y sus fallas, sencillamente ya estaba acostumbrado al que tenía. Traté de explicarle que siempre se me hacía complicado adaptarme a los pormenores de la reciente tecnología y que, además, mi autorradio estaba ciento por ciento operativo a pesar de del tiempo transcurrido.
La verdad es que tenía en mente, más bien, el artículo que acababa de leer en el diario La República sobre los 59 años del long play, y eso me había llevado durante todo el día a rememorar aquello de que todo tiempo pasado había sido mejor y que los cambios, por más espectaculares que fueran, no siempre eliminaban la nostalgia por aquellos artefactos que acompañaron nuestras primeras experiencias, pero claro, mi alumno no estaba para contemplaciones ante la nostalgia y, como todo joven impetuoso, vivía apurado en clausurar el pasado.
El long play, aquel disco oscuro y brillante de larga duración, cumplía 59 años. Por supuesto que había alcanzado a tener algunos long plays que acompañaron mi adolescencia. También tuve, de propiedad exclusivamente mía, un tocadiscos portátil de tapa marrón que funcionaba con ocho pilas gigantescas. Con ellos, más los amigos - principalmente con la amigas, - era genial pasar una tarde de sábado oyendo las canciones de la época. Sentados de cualquier modo, se seleccionaba tranquilamente los discos, luego se le colocaba sobre el redondel, se le dejaba dar vueltas un poco y luego, con cuidado, se dejaba caer el bracito armado con la una agujeta en alguna canaleta del disco, entonces aparecía un susurro casi poético y luego la melodía que nos hacía tan felices.
Sin embargo, todo es relativo y nada es absoluto - se decía en aquel tiempo - y lo único absoluto era que todo es relativo (muy de moda Pulitzer). En medio de esas disquisiciones de segunda llegó el walkman y los tiempos entonces ya fueron otros. Una cajita sujeta a la correa de los pantalones y unos audífonos cambiaron el colectivismo musical por el individualismo. Sin embargo, algo hubo en los casetes que hacía extrañar la dulzura de los discos. Entonces, sin perder el paso, la tecnología nos trajo el diskman, mas tampoco estos tiempos fueron absolutos porque sobre la marcha llegaron a paso de vencedores los mp3. Para ese entonces, ya el poder lo tenía mi hija, mientras yo miraba, incrédulo, cómo tantas canciones podían caber en ese tubito con pantallita luminiscente. Empero, mi asombro ya era relativo porque tenía la certeza absoluta de que a la tecnología se la habían vaciado los frenos. Lo entendí clarito cuando mis sobrinas más pequeñas me declararon que querían que la Navidad les trajera un mp5 cuya ventajas me dejaron totalmente fuera de tiempo.
En fin, ahora que me entero de que los long plays han cumplido 59 años, he buscado a una vieja amiga - lo de vieja tómalo como debe ser, mi querida María Isabel - y le he pedido redescubrir en ese viejo baúl que heredó de su abuelo los long plays que le dejó su gran papi y también todos los que que ella había ido comprando desde los tiempos de la parranda de Ruli Rendo y las canciones de Sandro.
Tal vez solo sea solo la nostalgia, y quizás es muy relativo aquello de que todo tiempo fue mejor, probablemente, tan solo sea diferente. No importa, tengo la certeza de que la música se oye mejor en esos long plays de 6 canales por cada lado, oscuros y totalmente brillantes, y que arrancan con un susurro que a muchos aún nos sigue pareciendo poesía.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Cholo, entonces tú y el long play son coetáneos. ¿Un chilcano? ¿Cuándo? Te parece bien después de la elecciones.