viernes, 7 de noviembre de 2008

CUENTO DE ROBERTO REYES TARAZONA

Escritor y sociólogo, integrante del mítico grupo “Narración”; galardonado con el premio nacional de cuentos “José María Arguedas”, auspiciado por la Asociación Universitaria Nisei del Perú; en 1985, obtuvo el segundo premio del “Copé” de cuento. Ha publicado: "Infierno a plazos" (cuentos), en 1978; "Los verdes años del billar" (novela), en 1986; "Nueva Crónica". Cuento social peruano 1950-1990 (antología), en 1990; "En corral ajeno" (cuentos), en 1992; "El vuelo de la harpía" (novela), en 1998; "La torre y las aves" (cuentos), en 2002; "La caza del cuento" (antología), en 2004; "la caza de la novela" (antología), en 2006. Su novela, Los verdes años del billar fue traducida al rumano en 1988. Roberto Reyes Tarazona nos entrega una historia llena de nostalgia y que relieva, con sobriedad y acierto, la cosmovisión andina del Perú.

LA DANZA DEL UCAMARI

–Hasta que cayó, cayó –repetía mi abuelo, hablando para nadie, con cara de haber cometido una fechoría.
Volteé para mirarlo y expresarle mi simpatía, pero pude haberme ahorrado el gesto. Sin duda, debía tratarse de algo relacionado con su viaje a Chacas, su enésimo intento de volver al terruño; aunque esta vez no parecía necesitar de mi complicidad, ni siquiera de compañía para su regocijo. Y eso que yo era el único que aún tomaba partido por él. ¿Qué otra cosa podía esperarse de un chico desmañado, sobreprotegido y ansioso por soltar las riendas a sus fantasías, como era yo en ese entonces?
–¿Y hay caballos, tata?
–¡Qué pregunta! Ahí los caballeros se mueven solo a lomo de bestia.
–¿Y vacas?
–Vacas, mulas, carneros y chanchos. Todo hay, todo.
–¿Y pumas ?
–En el monte, pues, allí están.
–¿Y atacan a la gente?
–Solo a los niños desobedientes.
Sus respuestas eran siempre así de breves; únicamente se explayaba cuando contaba historias de animales o de aparecidos. Esas felices ocasiones surgían en el momento menos pensado. Por lo general, desplegaba sus narraciones al cabo de largos silencios. Y, por supuesto, cuando estábamos solos. Ni Joaquín ni Bethsabé, mis hermanos mayores, le prestaban atención; es más, por lo general, se burlaban de él, en especial cuando hablaba de su retorno al legendario Chacas.
¿Quién podría culparlos? Sus posibilidades de volver eran muy remotas: aparte del dinero, debido a su avanzada edad, necesitaba de compañía para viajar, ¿y en quién apoyarse para sortear semejante escollo?
Mi madre, no muy joven que se diga, estaba entregada por completo al negocio de confecciones. ¿Vacaciones? Para ella era casi una mala palabra. Tampoco podía contarse con Bethsabé, a pesar de ser ya mayor de edad. La moza, según mi madre, no podía exponerse a ir sola a un lugar desconocido, lo cual no sabía cómo interpretarlo, pero parecía inapelable. De Joaquín, ni hablar.
Sin embargo, la situación tomó un cauce inesperado. Al principio, me resistí a dar crédito a lo que veía, mas debí rendirme ante la contundencia de los hechos: a regañadientes, pero con una insólita docilidad, Joaquín había empezado a realizar sus preparativos para el viaje. Un milagro estaba ocurriendo ante mis ojos...

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