lunes, 24 de noviembre de 2008

Cuento de Carlos Arturo Caballero


Carlos Arturo Caballero Medina ( Arequipa, 1974 ) Licenciado en Literatura y Lingüística por la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa. Tiene inéditos los poemarios Almendra y Ave del paraíso, y se encuentra preparando la novela titulada San Miguel al amanecer. Obtuvo el primer premio de los Juegos Florales Universitarios "Federico García Lorca"(1999) organizado por la Universidad Nacional de San Agustín, segundo lugar del concurso de poesía organizado por la revista Estación Compartida (2003), segundo lugar del premio "Guillermo Mercado" (2004) organizado por la Municipalidad de Yanahuara en Arequipa y recientemente el primer lugar de los Juegos Florales organizados por la UPC (2008) con el relato titulado "Bergen". Actualmente, se desempeña como profesor en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.

BERGEN


“Where the curtain of light becomes darkness
Sigfried waits a second opportunity to retaliate”
Kjimlson Däel. Valkyria, I, 234-235.


La ventana dejaba ingresar una tornasolada ráfaga de luz que iluminaba la habitación en penumbras, como un brazo de sol que se abre paso entre las húmedas paredes de una caverna cincelada por el viento y el sol de mediodía. Strindberg, Ibsen, Kierkgäard, entre otros, reposaban sobre el escritorio de Alejandro Alencastre, primogénito de la familia Alencastre Sarmiento, hijo don Manuel Alejandro Alencastre, juez de primera instancia de la comuna de San Francisco.

El joven Alencastre, a sus escasos 13 años, contaba en su inventario de lecturas con libros de asombroso calibre como El viaje imaginario de Sir Warthon Wallace, de Frederick Southampton, escritor proscrito durante la Inglaterra victoriana debido a sus deliberados excesos en materia de astronomía náutica. Southampton había anunciado la llegada de Hercólubus, el planeta rojo, el Ajenjo del Apocalipsis de San Juan, basado en cálculos de dudosa credibilidad para la época, lo cual le mereció la encarcelación y la vergüenza pública de la retractación. El joven Alencastre había llegado a él por medio de una cita de Magno Tracio en su tratado Supranaturalis, donde el cartógrafo escocés daba cuenta del viaje realizado por Sir Warthon Wallace — caballero de la orden de Majorbrigde y natural de Dundalk, Irlanda— en el año de 1425. El diario de viajes de Wallace indicaba que más allá del Círculo Polar Ártico existía un camino que conducía a las profundidades descritas por Dante casi dos siglos antes en su famosa Commedia. También hubo leído el magnífico relato de Roric —el vikingo que atravesó el Atlántico norte siguiendo la ruta inconclusa de sus antepasados, quienes daban cuenta de “unas tierras más allá de Kalaallit Nunaat”— en versión de Därsen Pollack, erudito filólogo de la Universidad de Bergen. Pollack se tomó la licencia de titular el diario del vikingo rojo como La Odisea Normanda.

Pero lo que más llamaba la atención era la fruición con la que el joven Alencastre se dedicaba a estos menesteres ajenos a los muchachos de su edad: provisto de libros sobre la historia de los pueblos normandos, las leyendas de las sagas islandesas y uno que otro dato obtenido en la biblioteca de la comuna de San Francisco, era usual verlo rodeado de notas, pisapapeles, mapas y cartas de condiscípulos que, como él, compartían la devoción por los relatos de viajes. Even Underlid Sandvik, asistente del profesor Pollack, mantenía una fluida correspondencia con Alencastre, toda vez que lo noticiaba de los últimos avances en la investigación del notable filólogo que recientemente se embarcó en la empresa de confirmar que los vikingos llegaron a Newfoundland en Norteamérica, 500 años antes de que Colón descubriera las Indias Occidentales.

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