lunes, 3 de noviembre de 2008

CUENTO DE JAVIER ARÉVALO

Periodista, fotógrafo, editor (Lima 1965). Es autor de las novelas "Nocturno de ron y gatos", "El beso de la flama" editada por Opera Prima en España y traducida al portugués con el título O´Beijo Da Chama.
Tambien es autor de "Instrucciones para atrapar a un ángel", "Él cazaba halcones", "Vértigo bajo la luna llena" y "Gracias, señor por tu venganza". Tiene cuatro colecciones de cuentos; "Una trampa para el comandante", "Previo al silencio", "El galeón imaginado" y "Una línea hacia tu corazón" y una novela para niños "El misterio del pollo en la batea" además de dos libros para periodistas: "La entrevista" y "Periodismo y Literatura.
Javier Arévalo nos presenta un cuento que explora el mundo urbano con gran habilidad y habilidad técnica.




LATEANDO


Primera foto

De repente todos volvieron sus rostros hacia la derecha. Un acto de cardumen que se orienta.Pero David se fijó en una pareja de casi viejos que, entre sonrisas y caricias, venía por la vereda discutiendo cordialmente. Al parecer, el casi viejo, con una terca pero serena convicción, aseguraba algo que su mujer no admitía.Los otros estaban impresionados con ese Mazda RX7 que se había estacionado veinte metros más allá, y ahora evaluaban sus líneas aerodinámicas y sus llantas radiales, pero el auto como tema se acabó de pronto, salió de foco cuando de él descendió esa hembra vestida para matar, toda de negro y minifalda, que los atrapó en la red que eran sus curvas, justo cuando el casi anciano, en segundo plano, inclinó su cuerpo y abrazó por debajo de la cintura a su mujer y la levantó en vilo, cuando los otros (en el primer término) notaban que al volante iba alguien envidiable, de quien veían solamente un impecable terno azul y una corbata roja. Pero David, como siempre, había hecho close up con otro tema y tenía cubierto casi todo el cuadro de su atención con la estampa de esos dos viejos que se hacían arrumacos en la calle. Se dio cuenta de que ella, la casi vieja, se aferraba a los hombros de su marido -o su amante, quién podía saberlo-, zozobrando, riendo nerviosamente, temiendo el contrasuelazo, pero confiando en la última ternura, mientras el rubor trepaba a sus mejillas y durante unos segundos, sus pies revoloteaban como mariposas, suspendidos en el aire. Luego, delicadamente, el tío la hizo aterrizar, miró a los ojos de la mujer y diciendo algo acercó su rostro y dejó en sus labios un beso que ella correspondió con el recato de una adolescente. Enseguida continuaron su camino, abrazados, sonrientes, plácidos, como si acabaran de hacer el amor. David comentó algo sobre la curiosa perduración del amor a fuerza de cariño, deseo y cojudeces que a uno se le ocurren para hacer la relación más interesante. Sus amigos resolvían un asunto crucial: ¿será o no, el Mazda, la mejor máquina actualmente en el mercado? Sin duda el Mazda, dijo David retornando al rebaño...

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