RECORDANDO A MARTÍN ADÁN Encuentro en el Dominical todo un suplemento dedicado a Rafael de la Fuente Benavides, conocido mejor como Martín Adán. Siempre es edificante recordar a los escritores iniciales con los que uno fue descubriendo la riqueza de literatura peruana. Bueno, cada quien empieza por donde puede cuando no hay una mano maestra que selecciona tus lecturas y discplina tus reflexiones con el fin de llevarte por el camino correcto del razonamiento. En este caso, en particular, no hubo error. Leer a Martín Adán siempre es un acierto si se quiere tener una cabal comprensión del apogeo de la intelectualidad peruana de aquellos espléndidos años veinte. Años en los que polemizaban fervorosamente José Carlos Mariátegui y Víctor Raúl Haya de la Torre quienes delineaban, equivocados o no, el pensamiento político del siglo que comenzaba. Luis Alberto Sánchez intentaba, aunque a trancazos indisciplinados, un perfil de la historia de la literatura peruana, Carlos Oquendo y Amat se extendía magistralmente por el vanguardismo cinco "Cinco metros de poemas". Jorge Basadre ya pensaba seriamente en el compendio de la historia del Perú y en una manera de presentarla desde una perspectiva moderna y académicamente madura.
Es, dentro de ese marco, que un joven de 20 años, lanza al ruedo una obra "narrativa" ( hay que llamarla de alguna manera) titulada "La casa de cartón", obra inicial que se constituiría en un adelanto formidable de la calidad de este escritor.
¿Qué pasó luego? Sobre eso hay mucho que se ha escrito y hay bastante de idealización romántica de un lado y malsanos juicios del otro. Martín Adán se dedicó integramente a la poesía y a la bebida, en ambas puso toda la pasión y todo el impulso, y ambas lo fueron consumiendo lentamente. Por ejemplo la imagen de un Martín Adán saliendo ocasionalmente del manicomio para perderse en los bares más sórdidos de esa Lima frenética de los años 50 y 60. Su colorado rostro siempre barbado y descuidado, su olor a cerveza, sus poemas escritos en servilletas o en cualquier papel que estuviera cerca de su mano. Rememorar a su editor Juan Mejía Baca siguiendo sus pasos para recoger sus poemas y transcribirlos fielmente para publicarlos luego. Esa imagen de bohemio consuetudinario fue llenando las fantasías iniciales de quienes pensábamos en la literatura como algo más trascendente que los lentos cursos de la universidad.
Es el tiempo el que nos hizo pensar con mayor seriedad y sin tanto idealismo por la vida trashumante del hombre, sino, más bien, en la obra del poeta y en esa su propuesta desoladora y solitaria como la resumen sus críticos.
Es muy acertada la edición del suplemento que el Dominical de El Comercio le dedica el domingo. Es un documento que se debe leer y luego guardar cuidadosamente para no dejar que el olvido consuma la obra de este gran poeta.
Dejó unos fragmentos extraídos de La casa de cartón para compartirlo con quienes tengan el afán de recordarlo o de conocerlo sólo en parte.
LA CASA DE CARTÓN (fragmentos)
Mi primer amor tenía doce años y las uñas negras. Mi alma rusa de entonces, en aquel pueblecito de once mil almas y cura publicista, amparó la soledad de la muchacha más fea con un amor grave, social, sombrío, que era como una penumbra de sesión de congreso internacional obrero. Mi amor era vasto, oscuro, lento, con barbas, anteojos y carteras, con incidentes súbitos, con doce idiomas, con acecho de la policía, con problemas de muchos lados. Ella me decía, al ponerse en sexo: Eres un socialista. Y su almita de educanda de monjas europeas se abría como un devocionario íntimo por la parte que trata del pecado mortal. (...)
Mi segundo amor tenía quince años de edad. Una llorona con la dentadura perdida, con trenzas de cáñamo, con pecas en todo el cuerpo, sin familia, sin ideas, demasiado futura, excesivamente femenina... Fui rival de un muñeco de trapo y celuloide que no hacía sino reirse de mí con una bocaza pilluela y estúpida. Tuve que entender un sinfín de cosas perfectamente ininteligibles. Tuve que decir un sinfín de cosas perfectamente indecibles. Tuve que salir bien en los exámenes, con veinte - nota sospechosa, vergonzona, ridícula: una gallina delante de un huevo-. Tuve que verla a ella mimar a sus muñecas. Tuve que oirla llorar por mí. Tuve que chupar caramelos de todos los colores y sabores. Mi segundo amor me abandonó como en un tango: Un malevo...
Mi tercer amor tenía los ojos lindos, y las piernas muy coquetas, casi cocotas. Hubo que leer a Fray Luis de León y a Carolina Ivernizzio. Peregrina muchacha... no sé por qué se enamoró de mí. Me consolé de su decisión irrevocable de ser amiga mía después de haber sido casi mi amante, con las doce faltas de ortografía de su última carta. Mi cuarto amor fue Catita. Mi quinto amor fue una muchacha sucia con quien pequé casi en la noche, casi en el mar. El recuerdo de ella huele como ella olía, a sombra de cinema, a perro mojado, a ropa interior, a repostería, a pan caliente, olores superpuestos y, en sí mismos, individualmente, casi desagradables, como las capas de las tortas, jenjibre, merengue, etcétera. La suma de olores hacía de ella una verdadera tentación de seminarista. Sucia, sucia, sucia... Mi primer pecado mortal
5 comentarios:
Tambien pienso que se ha leido poco a Martin Adan, asi como se ha leido poco a los poetas peruanos.
Pienso que Tula es una hipócrita más ------>>San Marcos "D"
Escribame aquí junior_aluzinado@hotmail.com
Sin Respecto a lo que piensa usted Sobre el Perú
No sé Si usted me puede decir si conoce libros sobre anorexia Responda éste mensaje por favor a:
punktoxtremo@hotmail.com .
Gracias-----
Lo adoro!
Gran Periodista
Publicar un comentario