martes, 24 de julio de 2007



PARÍS EN LA VIDA DE LOS ESCRITORES

Cuando la literatura pasó de ser una curiosidad en la pubertad a una forma de intensa de querer vivir, París apareció por primera vez en mis fantasías literarias. Arrastrado por ese afán de querer saberlo todo acerca de los escritores que había leído, iba comprobando, una y otra vez, que todo aquel que quería hacer literatura en serio tenía que vivir por una temporada muy larga en París. Es más, había que tener una vida difícil, pasar hambre, vivir heroicamente en alguna húmeda buardilla parisina y escribir entre copa y copa. En aquel tiempo, pensé que ésa era la única manera de pensar en literatura en serio. Sin embargo, el tiempo se va encargando de reacomodar nuestros proyectos y la realidad también nos va reacomodando, a veces a patadas, pero al final como que entiendes que igual vas a seguir escribiendo.

Me pregunto a menudo si París sigue siendo una fiesta, - dice el escritor Jorge Edward en medio de varias confesiones de escritores en El Dominical de El Comercio - como lo fue para Ernest Hemingway después de la Primera Guerra Mundial, como lo fue, quizás por aquellos mismos años, para Pilar Yañez, Vicentre Huidobro... Había noches de fiestas, de electricidad atmosférica, de conversación reveladora, en la Coupole de aquellos años... en Dóme, en Old Navy... Había fiestas en los suburbios, en carpas improvisadas, en talleres rodeaban la ciudad.

Después hubo un tiempo en que apareció España como el lugar adonde había que emigrar porque el Perú de fines de los 80 ya nos ahogaba en su dolor y ya nos castraba la imaginación pues la alucinación de la muerte y el temor eran más intensos. Y allá partieron algunos amigos, uno de los más entrañables partió en un amanecer de esos húmedos y tristes de Lima. Yo me quedé con la promesa de no dejarme doblegar por la rutina de la sobrevivencia, pero fueron palabras que se quedaron adormiladas en alguna hoja amarillenta. Luego llegó el Perú de los noventa que se zarandeaba dramáticamente entre la violencia y la ceguera moral. Pero París seguía siendo la foto que uno tenía enmarcada en la memoria porque de allá llegaban, vez que podía, alguno que otro escritor con aquello de que París era mucho París a pesar de que no siempre era todo lo que habían esperado.

Conservo de París - dice García Márquez - una imagen fugaz que compensa todas mis hambres viejas, y toda las groserías y mezquindades de los franceses. Había sido una noche muy larga, pues no tuve dónde dormir, y me la pasé cabeceando en los escaños, calentándome en el vapor providencial de las parrillas del metro, eludiendo los policías que me cargaban a golpes porque me confundían con un argelino. De pronto, al amanecer, tuve la impresión de que todo rastro de vida había terminado, se acabó el olor de coliflores hervidas, el Sena se detuvo, y yo era el único ser viviente entre la nebla luminosa de un martes de otoño en una ciudad desocupada

Luego París reapareció en mi vida en las palabras de amor de una novia que soñaba con Francia, que despertaba en París, que hacía el amor en Burdeos y que había encubierto su insípida vida con la ilusión de un vida mejor en París o en cualquier otro sitio que no sea esta Lima que la había maltratado tanto. Le prometí que la llevaría a la misma Torre Eiffel, y por poco empeño el alma y algo más; pero ya lo dijo por allí algún sabio popular, en ritmo de salsa latina: todo tiene su final y nada dura para siempre. Pero allí estaba, la Ciudad Luz, a la que un día quise llegar por solo unas horas para sólo caminar, por un ratito, por los campos Elíseos. Y es que andaba tan ebrio en Madrid que le propuse esa aventura a un apreciado amigo, quien en lugar de ayudarme a tomar el tren para París, me dio un par de copas más para domir en Madrid. Pero de París siempre habrá algo que contar.

Ese mes hice en París una vida que no tendría nada que ver con la que llevaría los casi siete años que pasé luego en Francia, en los que estuve casi siempre confinado en el mundo de la rive gauche... Años después, ya viviendo en Francia, tuve una noche una larga conversación sobre París con Julio Cortázar, que amaba también esa ciudad, y que declaró alguna vez que la había elegido "porque no ser nadie en una ciudad que lo era todo era mil veces preferible a lo contrario"... El también sentía que París había dado a su vida algo profundo e impagable, una percepción de lo mejor de la experiencia humana, cierto sentido tangible de belleza.

No tengo una clara idea de qué sucederá en el tiempo que aún me queda. Más allá de los planes con los que uno organiza su vida. Generalmente se cumplen, aun a pesar de la circunstancia, mal fraseando a Ortega y Gasset, claro. Y aunque París ya no es necesariamente el paraíso que idealizaron los que no estuvieron en ese tiempo, Bogart me ayuda a terminar con esa frase inovidable en Casablanca: "Después de todo, siempre está París".

1 comentario:

Koala dijo...

Paris!!

algún día!
algún día!