(EL COMERCIO) La vida de los escritores – principalmente de los que alcanzaron el reconocimiento, vivos o muertos – siempre ha estimulado la curiosidad de sus sinceros lectores, y de los otros. El lado humano de éstos, sus apremios o sus extravagancias han llenado muchas páginas de artículos y hasta de trabajos de mayor envergadura. Cómo haber evitado aquella nota en la que encontramos detalles sobre la vida disciplinada de Flaubert y su rutina de escritor; datos que, por ejemplo, sirvieron para que escritores como Mario Vargas Llosa hagan de la vida literaria una profesión de rutina inquebrantable. O tal vez la vida casi épica de Hemingway, hazañas que estimularon la imaginación de los jovenes escritores por una vida llena de aventuras en donde – entre tramo y tramo – se escribiera una novela espléndida.
Será por eso que el domingo, en El Dominical, me detuve un poco más en el artículo de Carlos Fernández´ y Valentino Gianuzzi, en donde se escribía sobre “Las huellas de César Vallejo en Lima”. En el artículo se hace referencia a las razones por las que Vallejo tuvo que dejar Trujillo, donde ya tenía buena actividad literaria, para emigrar primero a Lima y, como ya se sabe, con el tiempo viajar a Europa. Si quisiéramos encontrar razones para explicar el viaje a Lima que César Vallejo realizó a fines de 1917, abandonando en el tercer año sus estudios de Derecho en la Universidad de La Libertad, podríamos recurrir a aquellas mencionadas por su biógrafo, Juan Espejo Asturrizaga. Según él sugiere, el viaje del poeta se debió sobre todo a su problemática relación amorosa con Zoila Rosa Cuadra (Mirtho), que llegó a su fin ese año, así como a las inclementes críticas que sufrían sus poemas por parte de ciertas personalidades trujillanas, y que repercutieron incluso en agresiones físicas. Habría que añadir a estas, otra razón, también sugerida por Espejo, y posiblemente la más certera: el interés de probar suerte en el movimiento literario de la capital y la intención de publicar su primer libro de versos.
Al parecer, Vallejo logró incluirse en el grupo de las promesas y ya consagrados de la época. No es de extrañar, entonces, que Vallejo -amigo de Víctor Raúl Haya de la Torre y de Alcides Spelucín, quienes en 1917 ya habían probado fortuna en Lima-, haya realizado el contacto con el mundo cultural capitalino casi de inmediato: durante la primera semana de 1918 logra ver publicado su celebre poema "Los heraldos negros" en la revista Mundo Limeño y consigue entrevistarse con Abraham Valdelomar. Muy posiblemente fue el autor de El Caballero Carmelo quien lo presentó a los más importantes periodistas culturales, entre los que se encontraban el joven Mariátegui (El Tiempo), Luis Góngora (La Crónica), Gastón Roger (La Prensa) e incluso Clemente Palma, quienes parecen haberlo acogido con respeto. Los primeros meses de 1918 marcan el comienzo de Vallejo en el periodismo, labor que llegaría a ser su sustento años después, durante su vida en Europa.
Hay interesantes detalles, por ejemplo: de cómo aprendió el oficio del periodismo, ocupación que le permitiría luego sobrevivir, más de una vez, tanto en Lima como en Europa. Así como una alusión - a través de un intercambio de artículos con una intelectual de la época - de la posisión que tenía el poeta con relación a la poesía de su tiempo. Se los recomiendo.
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