jueves, 9 de noviembre de 2006

LA MUERTE DE UN POETA



DESCANSA EN PAZ POETA, PABLO GUEVARA.

El poeta peruano Pablo Guevara ha muerto el jueves de la semana pasada. Después de todo, tenía que irse, pues la existencia física está marcada por la certeza de la muerte y nadie la puede evadir. Sin embargo, hay quienes tienen el privilegio de dejar su rastro en este mundo con una marca indeleble. ¿Dejó algo tangible? ¿Un hecho material? ¿Una empresa productora de bienes y servicios? No. Dejó algo que es más trascendente porque remonta la ignominia de lo material: dejó poesía, y de la buena.
Pablo Guevara, nacido en 1930, perteneció a la llamada generación del cincuenta y escribió libros cuya lectura debería ser – por lo menos moralmente – obligatoria. “Retorno a la criatura” (1957) y "Los habitantes" (1963). En El Comercio se afirma que Guevara incorporó la poética conversacional anglosajona en nuestra tradición que, como se sabe, sería fundamental en las generaciones venideras, y él mismo continuó ese camino en sus dos libros siguientes: Crónicas contra los bribones (1967) y Hotel del Cusco y otras provincias del Perú (1971), este último una verdadera obra maestra de la poesía peruana contemporánea
Tras la publicación de Hotel del Cusco... sobrevino en Guevara un largo silencio que se prolongó por más de veinte años, silencio matizado por la publicación de fragmentos de poemas en proceso en algunas revistas y periódicos. En 1998 dio a conocer un conjunto de cinco libros (Un iceberg llamado poesía, En el bosque de los hielos, A los ataúdes, a los ataúdes, Cariátides y Quadernas) que formaba la primera parte de un ambicioso proyecto de escritura titulado La colisión, con el que obtuvo el premio Copé de poesía.
Descansa en paz, poeta. Te recordaremos por tu labor como maestro universitario infatigable en la universidad San Marcos, por tus cursos de literatura, por tus talleres de escritura creativa y, por supuesto, por tu poesía:

MI PADRE
un zapatero

Tenía un gran taller. Era parte del orbe.
Entre cueros y sueños y gritos zarpazos,
él cantaba y cantaba o se ahogaba en la vida.
Con Forero y Arteche. Siempre Forero, siempre
con Bazetti y mi padre navegando en el patio
y el amable licor como un reino sin fin.
Fue bueno, y yo lo supe a pesar de las ruinas
que alcancé a acariciar. Fue pobre como muchos,
luego creció y creció rodeado de zapatos que luego
fueron botas. Gran monarca su oficio, todo creció
con él: la casa y mi alcancía y esta humanidad.
Pero algo fue muriendo, lentamente al principio;
su fe o su valor, los frágiles trofeos, acaso su pasión;
algo se fue muriendo con esa gran constancia
del que mucho ha deseado.
Y se quedó un día, retorcido en mis brazos,
como una cosa usada, un zapato o un traje,
raíz inolvidable quedó solo y conmigo.
Nadie estaba a su lado. Nadie.
Más allá de la alcoba, amigos y familia,
qué sé yo, lo estrujaban.
Murió solo y conmigo. Nadie se acuerda de él.

Retorno a la creatura, Madrid 1957

1 comentario:

Anónimo dijo...

todos se van caraja.... que nos quedarà