domingo, 20 de septiembre de 2009

NOTAS DE LA CIUDAD


MI TIO MANUEL

Su vida en Lima comenzó, precisamente, en esta cuadra de Isabel la Católica. Las ironías del destino: que su velorio ahora sea a cinco casas de donde comenzó su aventura de provinciano a quien las locas ilusiones lo sacaron de su pueblo para ver la capital. Mi querido tío Manuel ha fallecido a los noventa años, si es que sus documentos más recientes tenían algo de verdad. < En aquellos tiempos, muchos de los que llegamos no teníamos partida de nacimiento, entonces menos una libreta electoral >. Claro, tío, qué más da de dónde salieron los nuevos documentos en donde cambiaste hasta de apellido.
Hiciste una vida, tuviste un primer matrimonio que falló. Qué novedad. Trabajaste tanto y en tantas cosas. Te compraste quién sabe cómo un terreno y construiste una casa en Santa Isabel, por Comas, cuando vivir por allá era casi como salir de Lima. Mira tú, la vida pasa y las cosas cambian. Ahora ya nada está lejos, aunque todo sea más complicado.
Los parientes, los amigos y los conocidos se han arrejuntado como sea en las dos habitaciones y hasta en el pasadizo que une el pequeño departamento con los otros. El ataúd está en la segunda habitación, de donde han retirado todos los muebles para dejar espacio tanto al féretro como a los cuatro grandes candelabros plateados y a las sillas para los acompañantes. No quiero acercarme a ver su rostro porque me sobrecoge encontrarlo estragado por la agonía del cáncer al pulmón.
Tío Manuel, viviste bien a tu manera, perdiste la casa de Comas, te conseguiste otra. Tuviste otras mujeres, al menos eso nos contabas cuando nos asombrabas en la pubertad con tus historias. Fuiste quien me llevó, por primera vez, al Estadio, cuando jugaba el León de Huánuco por alguna Copa Perú. Te confieso que después he ido un par de veces más y punto. El fútbol como espectáculo no me atrajo, pero sí me gustaba jugarlo, como cuando iba toda la familia de paseo y se armaban los partidos entre los primos y los tíos y hasta las hermanas y las madres: tremendo espectáculo del Perú profundo en los tiempos del Parque de la Reserva sin rejas y sin chorritos de agua. Y tú – que eras pésimo y ya bastante tío por aquellos tiempos - nos pateabas en las canillas, nos ponías zancadillas de puro malvado; pero qué importaba, si después te resarcías comprándonos helados y bebidas a discreción.
Estuviste conmigo y con mis hermanos cuando mi familia de descoyuntó. Nos acompañaste. Nos amparaste. Me conseguiste mi primer trabajo: la vida se hizo difícil y estrecha después del divorcio de mis padres. Te mandé alguna vez a la mierda, porque algunos somos así de imbéciles durante la adolescencia. Y tú jamás te molestaste más de un día, y creo eso ya era mucho. Lo siento, tío, lo siento mucho. Te volviste a comprometer, tuviste dos hijos más. Seguiste trabajando. Y yo me perdí en la gran ciudad buscando mi destino. Para ese entonces, te encontraba ya solo de vez en cuando. Cada vez un poco más pequeño, más frágil, aunque siempre con esa actitud de tranquilidad y equilibrio que me hubiera gustado heredar de ti. Por supuesto que eso no se iba a poder porque nunca fuiste mi tío de sangre, sino ese amigo con quien mi padre llegó a Lima en busca de un futuro. Y eso fue en aquellos tiempos cuando la Capital aún no sospechaba que los provincianos estaban llegando no solo para quedarse, sino para cambiarlo todo, pese a quien le pese.
Hay demasiada gente en el velorio. Pocos ya lloran. Ha comenzado a circular el café y las copas de licor para aguantar la noche. Mis hermanas están diseminadas entre la cocina y los sobrinos pequeños. He salido a fumar a la avenida. A una cuadra está el Estadio de Alianza Lima, destartalado y vetusto; en la otra acera, la Unidad Vecinal de Matute, no menos maltratada que el Estadio. Es una noche cerrada y muy fría. Las calles están interrumpidas por reparaciones como en casi toda la ciudad. Las fachadas de los edificios lucen tristes y empolvadas. Aparecen dos sobrinos míos, de los más grandecitos, para acompañarme porque mis hermanas piensan que me pueden asaltar en esas calles de tradicional peligro. Además, porque nadie me recuerda por allí y, principalmente, por la cara de despistado que siempre he tenido. Veo a mis sobrinos, y seguro que los veo desde la altura desde donde me veía mi tío en otros tiempos. Entonces les hago un guiño y los invito a comer un pollito a la brasa clandestinamente. Sonríen y aceptan.

Descansa en paz, tío Manuel.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo siento mucho Richar, sé que ese tío fue muy especial.
Ahora te toca a ti ser ese 'tio' especial para los nuevos sobrinos.

Anónimo dijo...

Siempre me sorprende la ventaja que se tiene cuando se puede expresar los sentimientos con el arte. Con el debido respeto a la muerte, me parece un buen homenaje ante hecho inevitable.