¿El periodismo tiene la obligación de difundir los aspectos artísticos culturales de su tiempo? Bueno, este debate debe tener tanta edad como el propio periodismo. Dentro de un marco de análisis más amplio, la tesis que defiende el compromiso (al menos moral) para que los medios de comunicación asuman su responsabilidad en el diseño y pulimentación de lo "cultural" se confronta muy mal con el principio de la libertad de expresión.
Para algunos, el periodismo tiene, principalmente, la obligación de informar sobre aquello que se considere importante en quienes van a consumir el producto periodístico. Es decir, que el periodismo - como todo producto comercial - está sujeto a la demanda del mercado. El público siempre tendrá la razón. Por lo tanto, se le da lo que quiere. Finalmente, se ha dicho, más de una vez, que todo aquello que se constituya como valor de una sociedad es, precisamente, parte sustancial de su cultura. En ese sentido, el periodismo tan solo se remite a difundirlo, aun cuando a más de un idealista todo eso le cause una gran acidez .
No obstante, en estos tiempos de acelerada modernidad, y de propuestas de libertad irrestricta, muchas veces, cuando abrimos un periódico, una revista o nos enlazamos con un algún programa periodístico audiovisual, ¿no les queda la aciaga sensación de haber mal entendido todo? Julio Aguilar, escribe un artículo en la revista Letras Libres, cuyo título: El periodismo, ¿debe ser cultural? anticipa muy bien el contenido. Aun cuando sus postulados son casi afirmaciones conocidas, creo que su lectura es necesaria. Dejo algunos fragmentos y el enlace para seguir con la lectura en la revista Letras Libres.
EL PERIODISMO, ¿DEBE SER CULTURAL?
Julio Aguilar
En la batalla apremiante para no naufragar como industria, bajo la tormenta de las novedades y las ventajas de comunicación global e información inmediata que internet ofrece, la prensa escrita echa por la borda las pertenencias de toda una vida que hoy considera lastres. Y el periodismo cultural claramente está en la lista de esos fardos de los que hay que deshacerse cuanto antes para salvar objetivos financieros puros y duros.
Por ejemplo, en febrero pasado The Washington Post consumó el cierre de Book World, que junto con The New York Times Book Review era uno de los suplementos de libros más importantes de Estados Unidos. La escasez de publicidad y los costos de producción insostenibles fueron las razones para suprimir una publicación dominical, encartada desde 1967 en el diario editado en la capital estadounidense. Por sí mismo el suplemento contaba con 23,500 suscriptores, además de vender 4,200 ejemplares distribuidos en librerías, de acuerdo con datos de The New York Times. Pero esos números no significaron nada frente a las expectativas financieras de una compañía periodística que prefirió dar la espalda a una culta minoría de, por lo menos, 27,700 fieles lectores.
Por esos días ocurrió algo semejante en México. Después de once años de ofrecer un servicio cultural único en el país, Hoja por Hoja, suplemento mensual especializado en libros, dejó de ser distribuido por el diario Reforma. En una nación donde el hábito de la lectura es marginal y la cultura del libro es un terreno baldío, lo sucedido a Hoja por Hoja es un evento doloroso.
Pero este no es un hecho aislado en la prensa mexicana: desde hace aproximadamente una década los espacios para el periodismo cultural se han cerrado o reducido, casi siempre después de diagnosticarse que los ingresos por publicidad no justificaban más esa presencia.
Aquellas decisiones hicieron escuela entre los nuevos diarios aparecidos en años recientes, que ni siquiera consideraron incluir secciones culturales en sus contenidos, mientras que periódicos establecidos aprovecharon rediseños para jibarizar los espacios, fundir la información cultural con las de otras secciones y desaparecer suplementos.
La prensa escrita en general parece haber desistido de ofrecer una pluralidad de contenidos e información que satisfaga las exigencias de los lectores más educados. En cambio, ha puesto gran interés en ampliar espacios desmesurados a los deportes, la nota roja y los espectáculos, sin exigir a sus redactores calidad narrativa en las notas, crónicas y reportajes, rigor en la verificación minuciosa de los datos y precisión en el lenguaje.
El rigor no es necesario porque esos contenidos tienen menos sentido periodístico que económico. El sexo, la sangre y los éxitos e intimidades de los ídolos del momento han sido los ganchos de toda la vida para atraer no a los lectores sino a los ojos, los ojos para los que están pensados los nuevos diseños, que pretenden competir con las pantallas de televisión y los portales de internet; los ojos que interesan a la publicidad codiciada por los periódicos...
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