viernes, 5 de diciembre de 2008

Poesía completa de José Watanabe

Una de las novedades de la Feria del Libro miraflorina versión 2008 es sin duda la recopilación de las poesías completas de uno de nuestros poetas más vitales e importantes de los últimos años, José Watanabe (Laredo 1947 - Lima 2007). Gracias a la editorial Pre-textos tendremos íntegra la obra poética tan esperada en el mundo litarario del Perú. Aunque fue publicada en España hace unos meses, recién llega nuestro país. El prólogo corre a cargo de Darío Jaramillo.

La nota de prensa recogida en La República dice lo siguiente:

En España, a José Watanabe se le lee cada vez más en los institutos y en las universidades porque siempre habla con la sapiencia del verdadero poeta, sin los malabarismos del pensamiento ni la vacua pedantería del lenguaje, que ensombrece a los bardos de uso, hace huir a los lectores y ha convertido a la poesía en la Cenicienta de las editoriales.

Pero también disfruta de su literatura la gente anónima, la que sin grandes campañas de publicidad lo mantuvo con La piedra alada, un libro anterior, en el pedestal de los más vendidos durante casi un año, colocándolo a lo largo de 9 semanas en la cima del podio.

La salida de sus Poesía Completa en la Colección La Cruz del Sur de la editorial valenciana Pre-Textos (456 pp.), con un afinado prólogo de Darío Jaramillo, reafirma el aprecio de una lectoría hispanohablante cada vez más entregada a su arte.

Atípico en su formación, casi autodidacta, hijo de jornaleros de hacienda y mestizo, de un japonés emigrado y una mujer de extracción andina, para Watanabe la aprehensión de la poesía era como el fugaz destello de un flash, la captación instantánea de una imagen vista a través de la niebla, donde los contornos precisos se difuminan pero queda la esencia que le conmueve, deslumbra y empuja a escribir con urgencia vital, nunca visceral, pese al cáncer que lo atenazaba. Lo descubrió todavía adolescente y se lo contó a Pedro Escribano, viendo en La Punta la salvadora semántica del cruce de señales marinas agitadas de banderas en la niebla; para evitar el naufragio cotidiano de la incuria, el ninguneo, la ausencia en grupos generacionales o pabellones desplegados de los años 70 y 80 cuando protestar era imperativo. Pero la verdadera poesía nace acorazada. Y Watanabe en su parquedad, la sencillez de sus versos y sus temas, es conciso, preciso y directo. No está con amaneramientos de imitación a los mayores, ni a los "ismos", que convierten a muchos poetas en herbazal bajo los grandes árboles y a empedrar el infierno literario con sus buenas intenciones.

Un sutil y extraño panteísmo, una envolvente hierofanía, al alimón oriental y peruanísima, movía su pluma en un universo de pueblo, de hacienda azucarera, como fue Laredo, su tierra nativa ahora casi fantasma, pero que fue bellamente real en su niñez, cuando la gobernaban señores de horca y cuchillo. Watanabe huye de toda reivindicación, de toda bandería política y literaria. Para él es más importante redescubrir el amor de familia, la exquisitez de la naturaleza, el destino final de los días del hombre; en suma la vida cotidiana a la que miraba embelesado, buscando descubrir el chispazo, la mínima señal que le indicara que ahí había un poema. Ha confesado que gozaba más escribiendo que leyendo, por eso fue capaz de interpretar el lenguaje secreto del mundo y entregárnoslo en forma de poesía como Tagore, como la parte terrígena de Neruda, como los misterios marineros de Frost, y los adormilados abetos del sueco Martinson, premio Nobel en 1974.

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