jueves, 10 de abril de 2008

CUENTO


LA DECISIÓN DE ARTURO

La pistola estaba en el primer cajón de la cómoda. ¿Tendría tiempo para llegar a ella? Sintió que las palpitaciones de su corazón se descontrolaban. Venían a matarlo. La cómoda estaba del otro lado de la cama. Tal vez si se deslizaba agachado por detrás de los muebles. Quizás. Las sombras de los dos individuos que forzaban la cerradura se veía nítida a través de las cortinas de la ventana. Contuvo la respiración. Trató de pensar con rapidez. Era seguro que no sabían que él estaba allí, de lo contrario hubieran tratado de ser más silenciosos para abrir la cerradura. Probablemente pensaban esperarlo dentro de la habitación y atraparlo cuando llegara. Se aterró. Pensó en saltar por la ventana que daba al patio interior. No se podía. Había dos pisos de altura y abajo, un jardín alambrado. Maldijo. Toda la camisa se le había humedecido en unos cuantos segundos. Sentía flojas las piernas. ¿Si gritaba pidiendo auxilio? Tal vez el alboroto en el edificio y el ladrido de los perros pudiera espantarlos. Claro que no. Antes del segundo grito ya estaría muerto.Cuando finalmente los hombres entraron, la habitación lucía silenciosa y deshabitada, apenas iluminada por la luz de la calle que se filtraba por entre las cortinas. Los hombres se quedaron inmóviles por unos momentos después de haber cruzado el umbral. Luego cerraron la puerta y caminaron parsimoniosamente por la pieza como familiarizándose con ella. Desde debajo de la cama, Arturo veía parte de esas siluetas desplazarse por el cuarto: dos pares de piernas que terminaban en botas de campaña escondidas dentro de la boca de unos pantalones oscuros. El sonido de los pasos era seco. Adivinó cuando tiraban sus trajes del closet y cuando luego hurgaron en los cajones del mismo. ¿Buscaban algo o solo indagaban para conocer un poco las costumbres de su futura víctima? Si buscaban algo y no lo encontraban, significaba que no iban a matarlo de inmediato cuando la atraparan, sino luego de sacarle información. Pero si yo no sé nada, carajo. Escuchó que los vecinos del piso inferior discutían por algo de la comida y que uno de ellos vociferaba que era mejor morirse que vivir esa tragedia. ¿Por qué no subes acá, viejo pendejo?Uno de los asesinos se sentó en la cama y él se aterró más. Los resortes de la cama rechinaron y por un momento creyó que todo el armatoste iba a ceder. Contuvo la respiración y después de unos segundos buscó soltar, con la mayor suavidad, el aire contenido en sus pulmones. Los pantalones oscuros y las botas desmesuradas de su perseguidor estaban tan cerca. El otro, que probablemente miraba por la ventana interior, tenía las botas más gastadas.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Una historia diferente a las que te he leído. Una manera diferente de presentar la naturaleza humana en sus lados buenos y malos. Te felicito
Jana R