domingo, 15 de febrero de 2009

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

No puedo decir mucho sobre el amor porque no he sido el hombre más lúcido en esas cuestiones. Mis amigos saben eso ya que tuvieron que soportar mis días de luto amoroso haciendo un esfuerzo supremo de amistad. Es decir que mejor haría en callar. Sin embargo, cómo evitar no meterme en ello cuando el sábado reciente la ciudad amaneció abochornada con el olor de las flores para luego saturarse con globitos rojos acaramelados en forma de corazón. Claro, y todo esto aparte de los correítos y mensajitos por el celular recordándome que no solo era el amor, sino la amistad o lo que mejor se le pareciera. Caray, a cualquiera se le empasta el alma.

Pero repito, no me atrevo a discurrir sobre este tema porque soy un sobreviviente de una batalla amorosa y, mientras duró la convalencencia, fui un hombre insoportablemente quejumbroso que escuchaba boleros, que decía a los cuatro vientos que lloraba cada viernes, entre las ocho y las nueve de la noche por el amor de una mujer, que recibía a los amigos con una cara intensamente triste.

Nada, no me queda arrestos morales para filosofar sobre el amor. Por eso me parece mucho mejor colgar un buen artículo escrito por José Antonio Marina que encuentro en Etiqueta Negra. Un amplio texto en donde, de paso, recuerda las ideas que algunos escritores tenían acerca de todo este embrollo sentimental. Yo, por mientras, no puedo evitar el melodrama - qué le voy a hacer - y termino la introducción con una frase trascendente del gran Hector Lavoe: "Todo tiene su final, nada, nada dura para siempre".

EL AMOR, POR SUPUESTO, NO EXISTE

El amor, por supuesto, no existe. Existe una nutrida serie de sentimientos a los que etiquetamos con la palabra amor, que está a punto de convertirse en un equívoco. Esta confusión léxica nos hace pasar muchos malos tragos, porque tomamos decisiones de vital importancia para nuestra vida mediante un procedimiento rocambolesco. Experimentamos un sentimiento con frecuencia confuso, lo nombramos con la palabra amor y, por ensalmo, la palabra concede una aparente claridad a lo que sentimos y, de paso, introduce nuestro sentimiento en una red de significados culturales que imponen, exigen, o nos hacen esperar del amor una serie de rasgos y efectos que acaso ni siquiera sospechábamos.

Parecería más sensato esperar a ver qué sale de nuestro sentimiento para saber si era amor y qué tipo de amor, o si era algún otro sentimiento emparentado.

Acabo de leer en un periódico la siguiente frase: «La obliga a hacer el amor amenazándola con una navaja». Proust consideraba que el amor es una mala suerte. Rilke lo define como dos soledades compartidas. ¿Hay forma de saber de qué hablamos cuando hablamos de amor? Solemos precisar ese vago sentimiento añadiendo alguna calificación: amor maternal, a la naturaleza, a la patria, al dinero, al arte. ¿Hay algo común entre todos estos sentimientos? ¿Existe un sentimiento que pueda dirigirse a las personas, a los vivientes, a las cosas?

En mis cursos de filosofía de bachillerato suelo dedicar una clase a estudiar los criterios para saber si uno está enamorado. Lo hago antes de hablar de filosofía de la ciencia, uno de cuyos temas importantes es el de los criterios de verdad. ¿Cómo se sabe que una proposición científica es verdadera? En la vida corriente también usamos criterios de verdad a diario, y me parece interesante que mis alumnos aprendan este uso minúsculo, humilde, franciscano, definitivo, del saber. Saber lo que pasa en mi vida y en mi calle es más importante que saber lo que ocurre en el corazón de Venus (el planeta).

¿Cómo sabe usted que ama algo o alguien? La primera respuesta sería, posiblemente: el deseo me indica cuál es el objeto de mi amor. El amor es una tendencia a la posesión. La dificultad está en saber en qué consiste la posesión. Respecto de los objetos no hay ningún problema: poseer es la capacidad de usar o destruir una cosa. No parece que este significado sirva para aclarar lo que significa el amor, pero tendremos que hablar de otros modos más sutiles o más crueles de posesión. Por ejemplo, la relación entre posesión sexual y crueldad que se da en las prácticas sádicas nos muestra cómo se pueden complicar y alterar los sentimientos.

Aunque el amor como deseo puede dirigirse a personas, animales o cosas, voy a referirme únicamente al amor en sentido estricto, que es un sentimiento que encuentra su mayor complejidad y plenitud cuando se dirige a seres humanos. Una de las características que vamos a descubrir es que el sentimiento amoroso puede darse en distintos niveles, y que por lo tanto, al haber solo una palabra, siempre va a resultar equívoca si no la precisamos de alguna manera. Stendhal distinguió varios tipos de amor: amor-pasión, amor-gusto, amor-físico y amor de vanidad. Nuestro análisis va a ser distinto porque, por ahora, estamos intentando solo contestar a una pregunta: cómo sabemos que queremos a alguien.

Los griegos antiguos distinguieron el amor como deseo del amor y como amistad. Llamaron a uno éros y a otro philía. Cuando el eros se refería a personas, se entendía como deseo sexual. Sólo amaba eróticamente el que deseaba, no la persona deseada. Ésta, en todo caso, «respondía al amor» y, para expresarlo, los griegos usaban la palabra anterao. El amor era unidireccional.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre, siempre podras contar con amigos como yo, Ricardo
Jana

Anónimo dijo...

El luto fue de dos...siempre.
Todo pasa, todo tiene su final pero...nunca se olvida.

YO

Anónimo dijo...

Ay, escribidor, esas cosas tuyas. Buen articulo el que recomiendas, a ver si lo lees bien.
No hay amor como tal, pero siempre hay algo parecido, ¿no crees?