LA VIDA Y EL VALOR DE ELIZABETH PACALLA
una tragedia en una motonave en un río de la selva peruana
Hace tiempo leí una de esas historias elaboradas para dejar una lección de vida. En ella se contaba la historia de una madre que tuvo que elegir salvar a uno de sus dos hijos. Estos, arrastrados por la furia de un río desbordado y turbulento, pasaban cerca de la mujer tratando de nadar para salvar su vida. La situación planteaba la difícil elección de rescatar sólo a uno de ellos. El elemento que agregaba dramatismo al asunto era que uno de los hijos era tullido y el otro, completamente sano, ambos de la misma edad, diez años. No había otra posibilidad: uno iba a salvarse y el otro, de ninguna manera. ¿A quién elegiría la madre? y ¿Por qué?
Cada vez que planteaba esta historia en alguna de mis clases, mis alumnos trataban de encontrarle una tercera salida, de manera que todos tuvieran un final feliz. Entonces les explicaba que la historia estaba planteada así porque no cumplía con la ley de la verosimilitud, que es necesario requisito para que un relato literario sea convincente. Ciertamente, les decía, que no era el propósito de una historia como esa, en donde el relato sólo era un instrumento para plantear, como ya dije, una lección filosófica. Todo esta disertación estaba enmarcada dentro de un taller de creación literaria. Es decir, trataba de dejar en claro que un relato no es un medio, sino un fin en sí mismo.
Esta mañana leo en un diario, la dramática situación que le tocó vivir a Elizabeth Pacalla, una de las pocas sobrevivientes del naufragio de la motonave Santa Elena en el río Trapiche. En ese naufragio, ella perdió a dos de sus hijos y a su madre. No obstante, la desgarradora escena de ver desaparecer a sus hijos entre las turbulentas aguas y los desechos del naufragio, se dio valor para salvar a dos de sus sobrinas y a uno de sus hijos. “Cuando nos hundimos, yo cogí a mi hija de nueve meses – contó entre un llanto pausado - pero me cayeron encima bolsas de cemento y el golpe hizo que la soltara, ella se ahogó”. Instantes después, la misma mala hora tocó a su otro hijo quien desapareció, junto con un tío que intentaba salvarlo: ambos golpeados por otro desecho de la nave.
Una vieja motonave y en mal estado, como casi todas las discurren en los ríos inhóspitos de la amazonía: atiborrada de pasajeros y que trasladaba, a su vez, mucho material de construcción. Una noche oscura y la mala suerte de encontrarse con la desgracia en medio de la soledad de la selva.
Elizabeth escuchó los gritos de su sobrina de cuatro años, Karina y nadó para buscarla, ambas se protegieron en una milagrosa burbuja de aire que se había formado en el interior de la nave. ¿Cómo estaba el corazón de una madre en esos momentos?
Elizabeth volvió a zambullirse y rescató a su hijo Jordy de diez años, y luego a su sobrina Dorita de doce. Todos se apretujaron en la bienaventurada burbuja de aire a la espera de ayuda, la que sólo llegaría después de 24 horas. En tanto, todavía hubo tiempo para que Elizabeth viera pasar el cadáver de su madre, Josefa. Luego, sólo les quedó el instinto por mantenerse vivos: gritaron y pidieron auxilio las siguientes horas. Al parecer, esto dio valor a los buzos que se arriesgaron a zambullirse cuando no era recomendable. Nadie que se dedica a salvar vidas se puede mantener al margen si escucha que todavía hay gente gritando por sobrevivir. Ahora, esta madre permanece en el centro de salud de Requena, hasta donde llegó su hermana para acompañarla y para encargarse de los trámites necesarios para el cadáver de la madre. Otros parientes recorren la zona del naufragio en la búsqueda de los otros hijos fallecidos.
Supongo que aquí no es posible objetar si se pudo hacer una cosa o la otra. Aquí, como no sucede en la ficción narrativa, ni en las historias construidas para dar lecciones de vida, el hecho es definitivo y para las actitudes de personas, como Elizabeth Pacalla, sólo queda la expresión sincera de nuestra condolencia y el aplauso para su valentía posterior.
Supongo que aquí no es posible objetar si se pudo hacer una cosa o la otra. Aquí, como no sucede en la ficción narrativa, ni en las historias construidas para dar lecciones de vida, el hecho es definitivo y para las actitudes de personas, como Elizabeth Pacalla, sólo queda la expresión sincera de nuestra condolencia y el aplauso para su valentía posterior.
La segunda foto muestra, una de las embarcaciones de rescate que participaron.
1 comentario:
PROFE...SCRIBE XVR...SOY DANIEL QUISPE DE 5TO "D" SAN MARCOS...HABER SI PASA X MI BLOG Y DEJA ALGO
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