EL SUEÑO DE FUJIMORI
Por: Luis Jochamowitz
¿Pudo la historia ser diferente? Aprovechando los resquicios de un largo juicio, esta crónica nos lleva al mundo de los sueños, o de la realidad.El campanillazo del juez lo despertó a las cinco y pico de la tarde. ¿Qué estaba soñando Alberto Fujimori? Los sueños también podrían marcar los momentos cumbres de una vida agitada. En los periódicos de la época, contó que el día en que se convirtió en presidente constitucional del Perú, más aún, a la hora en que el lento escrutinio de votos se iniciaba, se recostó en una cama del hotel Crillón y se quedó profundamente dormido. Lo que sucedió cuando despertó de ese sueño ha sido conocido por todos. Se convirtió en el hombre más poderoso del país y lo siguió siendo durante muchos años. Tomó la realidad demasiado literalmente, se levantó de la cama, seguramente se aseó, y regresó a la existencia, que es pura vigilia y presente, sin advertir el misterioso paso que daba.
Han tenido que pasar demasiadas cosas para llegar a este otro sueño del campanillazo y el incómodo despertar en una sala iluminada, bajo la mirada de decenas de personas, de miles, si incluimos al camarógrafo de la televisión.
- ¿Le pasa algo Señor Fujimori?-, el parlante con la voz del juez resonó en sus oídos.
Sí, en realidad pasaron demasiadas cosas entre los dos sueños. Su primer gabinete parecía inocente y optimista en comparación con las cenagosas carteras de otras épocas, a cargo de toda clase de filisteos. Pero eso tampoco era lo más llamativo. Cuando se despertó del sueño en el hotel Crillón, ya conocía a un abogado ex militar con el que andando el tiempo iba a sostener una intensa relación. Por supuesto, en ese momento no sabía que las cosas terminarían de este modo. Nadie sabía que esa sustancia intangible pero definitiva que lo investía cuando se despertó de la siesta, la terminaría compartiendo con este sujeto que no sale en las fotografías, que con toda seguridad no se encuentra entre los que lo esperan en la sala del hotel, frente al televisor, para escuchar juntos el comunicado oficial de las autoridades electorales.
Fue una mala elección, seguida de miles o millones de malas elecciones. Durante diez años, la relación con el abogado ex militar fue como la célula oficial de las relaciones humanas en el Perú. La primera célula que se multiplicó millones de veces, en los ministerios, en las oficinas, en las calles, hasta convertirse en el sentido común, en el color natural de toda una época. Todos nos parecíamos un poco a Fujimori y Montesinos en su época, ellos eran nuestra cúspide.
La relación de estas dos personas iba a dar nacimiento a una nueva palabra, una palabra horrible, larguísima, pero necesaria para designar un estado de cosas que llegó a ser dominante en cierto momento, fujimontesinismo. Entre los dos formaron el eje sobre el que giraron los años. Fujimori era el elegido, el que tenía en sus manos el poder para reinventar la historia. Montesinos no era un genio, ni mucho menos, pero si se le daba tiempo era capaz de simular algunos síntomas. Era el más adelantado representante de una casta social y profesional que repleta ciertos barrios y avenidas. Montesinos era la llave que podía poner en movimiento a otros abogados y otros militares, que a su vez activarían a otras autoridades, gerentes, funcionarios, empleados, hasta formar un ejército a sus órdenes.
Pero todavía hubo tiempo para cambiar de rumbo y así poder evitar el terrible campanillazo del juez. El día que se quedó dormido en el Crillón, su hija Keiko Sofía, que entonces era una adolescente, fue a despertarlo para decirle que en la televisión ya estaba adelante. Él le dijo que todavía, que faltaban al menos dos horas, y siguió durmiendo.
Tal vez sí tuvo una segunda oportunidad y pudo despertar en otro sueño. Martín Tanaka ha escrito recientemente sobre una eventualidad contrafáctica, a propósito del consejo que le dio su hermano Santiago en 1995: que mejor no se reelija, que se guarde y prepare para el año 2000. ¿Qué habría sucedido si le hacía caso? Y si no le hacía caso esa vez, pero cinco años después, no trataba de reelegirse nuevamente.
Era como si a fuerza de ganar tantas manos, hubieran perdido la noción de la realidad y llegaron a creer que todo era posible. Tanaka opina que no podía dejar el poder porque eso lo llevaría a un terreno en el que no sabía moverse, el de la política democrática, un terreno en el que perdería.
Puede ser. Imaginemos a un Fujimori democrático que hubiera sabido administrar su tiempo retirándose astutamente antes de que todo se derrumbe. "¿Podría haber ganado las elecciones de 2005 y ser ahora mismo presidente?", se pregunta Tanaka.
El segundo campanillazo, más enfático, más persistente, lo despertó sobresaltado. Desde lo alto del estrado, el juez se dirigía a él. Comparado con su pequeño pupitre, el estrado parecía toda una acusación en el lenguaje de los sueños. El paisaje que lo rodeaba no le era desconocido, a juzgar por su acostumbramiento al mobiliario estatal, a la luz de neón, a los vasos de agua y los manteles de franela verde. Una docena de policías, asistentes y bedeles, escuchan en silencio y lo miran desde los rincones de la sala. Durante diez años vivió rodeado por una nube de subalternos, su hijo Kenyi creció entre los guardaespaldas. Lo raro, lo extraño, es que esta vez no obedecían sus órdenes.
En los sueños todas las cosas tienen un realismo absoluto, hasta que comienzan a chorrear, se evaporan, o salen volando. En la sala del juzgado el tiempo transcurre con la lentitud de una pesadilla. Puede ser que Fujimori no estuviera dotado para sentirse parte de una comunidad y así poder creer en las instituciones, pero quizás había algo más básico, más elemental. Su historia personal, su misma carrera política, habían surgido tan a contracorriente que le era imposible formar parte de nada, más allá de su familia y de su pequeño clan. En esa soledad, en ese vacío psicológico, se le acercó Montesinos con un espejo en la mano.
Han tenido que pasar demasiadas cosas para llegar a este otro sueño del campanillazo y el incómodo despertar en una sala iluminada, bajo la mirada de decenas de personas, de miles, si incluimos al camarógrafo de la televisión.
- ¿Le pasa algo Señor Fujimori?-, el parlante con la voz del juez resonó en sus oídos.
Sí, en realidad pasaron demasiadas cosas entre los dos sueños. Su primer gabinete parecía inocente y optimista en comparación con las cenagosas carteras de otras épocas, a cargo de toda clase de filisteos. Pero eso tampoco era lo más llamativo. Cuando se despertó del sueño en el hotel Crillón, ya conocía a un abogado ex militar con el que andando el tiempo iba a sostener una intensa relación. Por supuesto, en ese momento no sabía que las cosas terminarían de este modo. Nadie sabía que esa sustancia intangible pero definitiva que lo investía cuando se despertó de la siesta, la terminaría compartiendo con este sujeto que no sale en las fotografías, que con toda seguridad no se encuentra entre los que lo esperan en la sala del hotel, frente al televisor, para escuchar juntos el comunicado oficial de las autoridades electorales.
Fue una mala elección, seguida de miles o millones de malas elecciones. Durante diez años, la relación con el abogado ex militar fue como la célula oficial de las relaciones humanas en el Perú. La primera célula que se multiplicó millones de veces, en los ministerios, en las oficinas, en las calles, hasta convertirse en el sentido común, en el color natural de toda una época. Todos nos parecíamos un poco a Fujimori y Montesinos en su época, ellos eran nuestra cúspide.
La relación de estas dos personas iba a dar nacimiento a una nueva palabra, una palabra horrible, larguísima, pero necesaria para designar un estado de cosas que llegó a ser dominante en cierto momento, fujimontesinismo. Entre los dos formaron el eje sobre el que giraron los años. Fujimori era el elegido, el que tenía en sus manos el poder para reinventar la historia. Montesinos no era un genio, ni mucho menos, pero si se le daba tiempo era capaz de simular algunos síntomas. Era el más adelantado representante de una casta social y profesional que repleta ciertos barrios y avenidas. Montesinos era la llave que podía poner en movimiento a otros abogados y otros militares, que a su vez activarían a otras autoridades, gerentes, funcionarios, empleados, hasta formar un ejército a sus órdenes.
Pero todavía hubo tiempo para cambiar de rumbo y así poder evitar el terrible campanillazo del juez. El día que se quedó dormido en el Crillón, su hija Keiko Sofía, que entonces era una adolescente, fue a despertarlo para decirle que en la televisión ya estaba adelante. Él le dijo que todavía, que faltaban al menos dos horas, y siguió durmiendo.
Tal vez sí tuvo una segunda oportunidad y pudo despertar en otro sueño. Martín Tanaka ha escrito recientemente sobre una eventualidad contrafáctica, a propósito del consejo que le dio su hermano Santiago en 1995: que mejor no se reelija, que se guarde y prepare para el año 2000. ¿Qué habría sucedido si le hacía caso? Y si no le hacía caso esa vez, pero cinco años después, no trataba de reelegirse nuevamente.
Era como si a fuerza de ganar tantas manos, hubieran perdido la noción de la realidad y llegaron a creer que todo era posible. Tanaka opina que no podía dejar el poder porque eso lo llevaría a un terreno en el que no sabía moverse, el de la política democrática, un terreno en el que perdería.
Puede ser. Imaginemos a un Fujimori democrático que hubiera sabido administrar su tiempo retirándose astutamente antes de que todo se derrumbe. "¿Podría haber ganado las elecciones de 2005 y ser ahora mismo presidente?", se pregunta Tanaka.
El segundo campanillazo, más enfático, más persistente, lo despertó sobresaltado. Desde lo alto del estrado, el juez se dirigía a él. Comparado con su pequeño pupitre, el estrado parecía toda una acusación en el lenguaje de los sueños. El paisaje que lo rodeaba no le era desconocido, a juzgar por su acostumbramiento al mobiliario estatal, a la luz de neón, a los vasos de agua y los manteles de franela verde. Una docena de policías, asistentes y bedeles, escuchan en silencio y lo miran desde los rincones de la sala. Durante diez años vivió rodeado por una nube de subalternos, su hijo Kenyi creció entre los guardaespaldas. Lo raro, lo extraño, es que esta vez no obedecían sus órdenes.
En los sueños todas las cosas tienen un realismo absoluto, hasta que comienzan a chorrear, se evaporan, o salen volando. En la sala del juzgado el tiempo transcurre con la lentitud de una pesadilla. Puede ser que Fujimori no estuviera dotado para sentirse parte de una comunidad y así poder creer en las instituciones, pero quizás había algo más básico, más elemental. Su historia personal, su misma carrera política, habían surgido tan a contracorriente que le era imposible formar parte de nada, más allá de su familia y de su pequeño clan. En esa soledad, en ese vacío psicológico, se le acercó Montesinos con un espejo en la mano.
Este texto lo extraje del diario Perú 21. Conozco a Luis muy poco. Sus crónicas son excelentes tanto como su propia forma de entenderse con los demás. Sin embargo no le he pedido permiso para esto. Sólo que me pareció una crónica excelente.
1 comentario:
un comentario tuyo sería interesante. Lo de Fujimori tiene muchos lados que analizar. Tu comentario sería interesante, como siempre.
Jana R
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