EGUREN...
Y LA CULTURA EN EL PERÚ
NOTA: El escribidor, como algunos otros hominidos que se dedican en parte a la docencia, tiene mucho trabajo de conclusión e informes que presentar en diciembre. Por esa razón, esta zona está algo floja de post por estos días. Gracias por la preocupación de los amigos.
Ahora bien, entre las documentos que llegan a mi correo, he encontrado un encendido artículo reenviado por un amigo, quien difunde incansablemente las notas culturales que recoge de todos lados. El artículo le pertenece a Jorge Secada y, con las disculpas por los recortes hechos por cuestión de espacio, transcribo parte del documento porque, ciertamente, toca un problema sobre lo que se entiende como protección del patrimonio cultural. Esto a propósito de una campaña para adquirir la casa donde vivió el poeta José María Eguren.
Ahora bien, entre las documentos que llegan a mi correo, he encontrado un encendido artículo reenviado por un amigo, quien difunde incansablemente las notas culturales que recoge de todos lados. El artículo le pertenece a Jorge Secada y, con las disculpas por los recortes hechos por cuestión de espacio, transcribo parte del documento porque, ciertamente, toca un problema sobre lo que se entiende como protección del patrimonio cultural. Esto a propósito de una campaña para adquirir la casa donde vivió el poeta José María Eguren.
Por Jorge Secada:
No existe un archivo con los manuscritos de José María Eguren. Yo tengo dos cuadernos suyos con recortes y algunos apuntes, los que recibí como herencia de manos de una tía mía a quien se los había dejado a su vez una sobrina del poeta. Efectivamente, sus papeles están desperdigados en manos particulares y muchos probablemente ya se han perdido para siempre. Sin embargo, al enterarse que la casa donde vivió Eguren estaba en venta, a varios periodistas, literatos y críticos no se les ocurrió mejor idea que insistir en que el estado a través del Instituto Nacional de Cultura debía gastar doscientosmil dólares y comprarla.
No existe ni una biblioteca en todo el Perú que esté al día con lo publicado en alguna disciplina, ni una sola biblioteca, no importa la disciplina. Ninguna biblioteca peruana puede comprar todo lo que se publica, todo lo importante claro está... sobre historia peruana en el siglo XIX, ni sobre arte colonial peruano, ni sobre la flora y fauna de nuestra amazonía, ... ni mucho menos sobre temas tan elevados y recónditos y distantes de nuestras relevancias como la música de Beethoven, o la mecánica cuántica, o la filología latina.
Tampoco existe en el Perú toda la bibliografía pertinente para el estudio de la poesía peruana de inicios del siglo veinte, los libros y ensayos de teoría e historia literaria que importen para el comentario, el análisis y la interpretación de poetas como Eguren. Y, claro, no hay una sola biblioteca en donde pueda el estudioso encontrar siquiera toda la obra crítica publicada, en libros y en artículos, sobre nuestro primer modernista, como suelen llamarlo. Pero esto no ha impedido que en periódicos y suplementos dominicales se exija que el estado invierta en comprar la casa donde vivió el poeta. Para estos ilustrados es deber del estado velar por nuestra cultura, y en el caso de la literatura velará por ella haciendo de ese lugar un museo, o tal vez un centro cultural en donde realizar recitales.
Semejantes propuestas revelan la peculiar perversión fetichista que subyace a mucho de lo que pasa por la vida del espíritu entre la burguesía intelectual limeña. Cuenta Goethe que alguna vez lo fueron a buscar dos jóvenes a su casa en Estrasburgo. Sin conocerlos pero generoso con la juventud curiosa, el gran sabio los recibió. Los jóvenes se sentaron frente a él sin decir palabra. Como guardaban silencio y apenas si esbozaban una media sonrisa tonta, Goethe les preguntó por el propósito de su visita. “Tan sólo queríamos verlo, ya que es usted tan famoso” respondieron momentos antes de que los despacharan sin ceremonias. Nuestros críticos y periodistas se contentarían con ver estúpidamente la silla vacía de Goethe. Para ellos, honrar a Eguren es contemplar la cama en que durmió, el cuarto por el que andaba, el lápiz que usó, y el plato en el que comió sus guisos. No importa que nuestra Universidad Nacional Mayor de San Marcos no esté en condiciones de tener una hemeroteca literaria, no digamos que de primera, ni siquiera imaginemos que de segunda o tercera, digamos simplemente decentona. No, eso no importa, así no honraríamos a nuestro poeta, para eso tenemos que dar rienda suelta a nuestra imaginación disneificada y pensar en un museo (en este escrito no me refiero, obviamente, a museos de artes visuales o plásticas) o en uno de esos cafetines del intelecto, los centros culturales. Para estos escritores esa es la cultura: museos literarios y espectáculos...
¿Cuánto costaría mantener un archivo con los papeles de Eguren y una mínima biblioteca dedicada a su obra? Un fondo de inversión de medio millón de dólares, administrado conservadoramente como corresponde en estos casos, rendiría lo suficiente para pagarle un sueldo ajustado a un administrador, comprar algunos libros y suscribirse a algunas revistas, y prender, por horas, un deshumedecedor para que no se llenen de hongos los valiosos os documentos del archivo. Pero el actual alcalde de Barranco está invirtiendo sus energías en formar un patronato para juntar doscientos mil dólares y comprar la casa de Eguren dentro de unos meses cuando vuelva a salir a la venta.
Semejantes propuestas revelan la peculiar perversión fetichista que subyace a mucho de lo que pasa por la vida del espíritu entre la burguesía intelectual limeña. Cuenta Goethe que alguna vez lo fueron a buscar dos jóvenes a su casa en Estrasburgo. Sin conocerlos pero generoso con la juventud curiosa, el gran sabio los recibió. Los jóvenes se sentaron frente a él sin decir palabra. Como guardaban silencio y apenas si esbozaban una media sonrisa tonta, Goethe les preguntó por el propósito de su visita. “Tan sólo queríamos verlo, ya que es usted tan famoso” respondieron momentos antes de que los despacharan sin ceremonias. Nuestros críticos y periodistas se contentarían con ver estúpidamente la silla vacía de Goethe. Para ellos, honrar a Eguren es contemplar la cama en que durmió, el cuarto por el que andaba, el lápiz que usó, y el plato en el que comió sus guisos. No importa que nuestra Universidad Nacional Mayor de San Marcos no esté en condiciones de tener una hemeroteca literaria, no digamos que de primera, ni siquiera imaginemos que de segunda o tercera, digamos simplemente decentona. No, eso no importa, así no honraríamos a nuestro poeta, para eso tenemos que dar rienda suelta a nuestra imaginación disneificada y pensar en un museo (en este escrito no me refiero, obviamente, a museos de artes visuales o plásticas) o en uno de esos cafetines del intelecto, los centros culturales. Para estos escritores esa es la cultura: museos literarios y espectáculos...
¿Cuánto costaría mantener un archivo con los papeles de Eguren y una mínima biblioteca dedicada a su obra? Un fondo de inversión de medio millón de dólares, administrado conservadoramente como corresponde en estos casos, rendiría lo suficiente para pagarle un sueldo ajustado a un administrador, comprar algunos libros y suscribirse a algunas revistas, y prender, por horas, un deshumedecedor para que no se llenen de hongos los valiosos os documentos del archivo. Pero el actual alcalde de Barranco está invirtiendo sus energías en formar un patronato para juntar doscientos mil dólares y comprar la casa de Eguren dentro de unos meses cuando vuelva a salir a la venta.
Eguren y Machu Picchu: La cultura en el Perú
Jorge Secada
(Le Monde Diplomatique. Edición peruana, noviembre 2007, año I, número 7)
Jorge Secada
(Le Monde Diplomatique. Edición peruana, noviembre 2007, año I, número 7)
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