martes, 6 de febrero de 2007

LA LITERATURA Y LA REALIDAD




Cuando escribo, no pienso en el mensaje valorativo de una historia
...pero, a veces:


ENTRE EL BIEN Y EL MAL


Hace unos días conversaba con una bella persona, alguien que suele acompañarme en esos momentos de antipática indagación en la búsqueda de algún personaje que luego intento incluir en alguna probable historia. La verdad es que las historias muchas veces se quedan incompletas y esos personajes languidecen largo tiempo perturbados y sin memoria entre los borradores de mi escritorio. Esa tarde hablábamos de lo sorprendente que es la bondad y la maldad en la misma persona. Es decir, que un humano es capaz de la acción más heroica y sacrificada en beneficio de otros, para luego - a veces de inmediato - ser el gestor de una maldad estremecedora.
Ahora que leo el artículo de Miguel Ángel Cárdenas en su columna Contracorriente de El Comercio del día domingo sobre la vida del tristemente célebre narcotraficante Pablo Escobar, ahora convertido en una especie de santo por la religiosidad marginal, elevado a la categoría de un nuevo héroe en cuyo epitafio se ha escrito “Cuando veas a un hombre bueno trata de imitarlo; cuando veas a un hombre malo examínate a ti mismo”.Entonces retomo, asombrado, al asunto éste del bien y del mal en la naturaleza humana.
Su tumba – según la crónica de Miguel Ángel – luce amurallada con pinos de forma de velitas. Los sepultureros juntan las manos en el pecho cuando se les pregunta por el santito. Uno cuenta que los turistas más avezados se toman fotos al lado de la tumba y las personas más humildes dejan cartas pidiendo milagros. Por supuesto que nada de eso no es ajeno en la intrincada cultura peruana. Aquí también se dejan cartas y se declaran nuevos santos marginales de mayor arrastre que los oficiales. Aquí como en Colombia y en cualquier parte de esta América Latina, hay un mundo informal, pero mayoritario que camina proponiendo sus propios valores y sus propios íconos. ¿Importa que Escobar haya sido responsable de más de cinco mil muertes, que hubiera sido responsable de la muerte de 300 policías en un mes? O importa que una tarde haya repartido dinero caliente a más de 2,500 familias vivientes en las zonas más deprimentes de Colombia. "Usted no entiende", transcribe Miguel Ángel Cárdenas, la versión de un colombiano de catorce años “él enviciaba a los ricos para darle dinero a los pobres”.
Aun recuerdo haber visto en una calle del Rímac la captura de un delincuente, que al parecer había asesinado sin piedad a varios mototaxistas. El delincuente, en un momento de descuido, alcanzó a darle un beso a su hijo y a mirar con ternura de enamorado sublime a la mujer que cargaba su bebé. Casi de inmediato más de un curioso se sintió conmovido. No podía ser tan malo, aquel asesino.
La escritura de historias me permite exorcizar mis miedos, mis demonios interiores, me libera del mensaje moral que pueda tener algún cuento, pero, luego, en momentos como este me deja anonado la condición humana tanto para juzgar la vida personal como para entender la vida de los demás en función de esas extrañas valoraciones perdidas en el contexto.
“¿Acaso la madre Teresa no hacía los mismo?”, dice un tipo con un tajo que le va de la frente al pómulo derecho. ¿Acaso la gente de dinero no le reza también a la vírgenes para amasar más fortuna, poder y no les importa que la gente muera de hambre?
Chúpate esa” diría mi madre si estuviera viva. Por mientras, mi compañera de café me aclaró que estábamos hablando de un referente demasiado común y que por allí no íbamos a llegar a nada especial porque era un tema trillado y cuyos bordes no podían ser precisados tan fácilmente. Lo recomendable era aceptar que el hombre es así de contradictorio y punto.

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