jueves, 4 de octubre de 2012

EL DEPARTAMENTO ES CHICO, LOS LIBROS A LAS CAJAS



EL DEPARTAMENTO ES CHICO, LOS LIBROS A LAS CAJAS
He tenido que guardar un aceptable número de libros en algunas cajas. Hubo que desplazarlos de su lugar para albergar a otros elementos importantes para la vida doméstica. La verdad no hubo mucho respaldo para la discusión de prioridades. Sencillamente  ganaron su espacio la lavadora y el secador. Por eso se tuvo que correr los muebles unos metros, se movieron dos aparadores  un tanto hacia la izquierda para ganar un poco más de área y, en algún momento, la estantería  de libros terminó de patitas en la calle. Qué más se podía hacer. Eso de buscarse otro departamento más amplio, en donde podamos vivir todos cómodamente – incluyendo los libros – estaba fuera de discusión y de presupuesto.
Me he pasado largas horas guardando los libros en las cajas, porque no solo era cosa de encajonarlos insensiblemente, sino que había  que buscar criterios para guardarlos con cierta consideración.  Entonces, se me pasó el tiempo buscando una manera de adecuada de acomodarlos en las cajas de manera  que ellos pudieran pasar su tiempo con compañeros de encierro con los que tuvieran cierta afinidad. El primer intento de separarlos por géneros como que luego no me pareció. Eso de pasarla solo entre poemas o entre novelas o entre historiadores por un largo tiempo se presagiaba muy aburrido. Intenté otros criterios como lo temático; por ejemplo, todo lo que se relacionara con el conflictivo tema de la peruanidad, es decir, desde Inca Garcilaso de la Vega, pasando por la Rebelión de Juan Santos Atahualpa hasta  las novelas de Arguedas, sin olvidarme incluso de Aves sin nido de Clorinda Matto de Turner. Y hubiera seguido en esa divagante obsesión si acaso no hubiera arribado   la  noche como aborda la luna los navíos de vela, Marisel. (Del poemario de Juan Gonzalo Rosse que, de paso, reencontré en la mudanza). Finalmente,  con la ayuda de mi querida hija – que para estos menesteres suele ser más práctica – los fui guardando siguiendo la idea de antigüedad y género con la certeza  de que – después de todo – no hay nada mejor que pasarla con los de tu generación. Por supuesto que también hubo que ver cosas prácticas como los del tamaño y calidad de los libros. Esto último, por eso de que la vejez no siempre no nos coge a todos por igual ni las polillas tampoco.
Me he quedado luego contemplándolos en el rincón en donde los hemos apilado de la mejor manera. Con el suficiente abrigo y lejos de los vientos malos y de la corrosiva humedad de Lima, en la espera de mejores tiempos. He escuchado consejos sabios como el que debería donarlos porque, después de todo, los libros como tal, ya estaban por ser historia y que, probablemente, en poco tiempo,  muchos de ellos  iban a convertirse en formatos digitales que iban a caber, fácilmente,  en la memoria de ebook, fácilmente guardable en la gaveta del escritorio.  Tal vez tengan razón. Tal vez lo haga. Aun cuando guardo también la esperanza de devolverlos a su anterior ubicación en la larga estantería a donde se podía llegar y apenas se estiraba la mano – como quien saluda a un amigo –  se podía  reencontrarse con cualquiera de ellos y restablecer una vieja amistad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

I could not resist commenting. Exceptionally well written!
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