La envidia, pecado capital, se define en el ser humano como el simple hecho de querer con ciertos tintes negativos lo que otro posee. La envidia ha sido un motor frecuente en la historia de la literatura. Recuerdo como en algunas clases de literatura, en esas veces que me aventuraba a contar sobre lo que había leído sin mayor rigurosidad que el amor por la literatura, les decía a mis alumnos que los celos en la obra Otelo de Shakespeare no se debía entender como solo la pasión amorosa que siente el moro de Venecia, es cierto, la envidia cuando de amor se habla se convierte en celos. ¿Habrá alguna diferencia? Celo se define como el recelo que alguien siente de que cualquier afecto o bien que disfrute o pretenda llegue a ser alcanzado por otro. En cambio, envidia, es el deseo de algo que no se posee. Entonces, ambos poseen algo en común: desear aquello que no se tiene. Otelo monta en cólera, cegado porque otro poseía lo que era suyo. Hyago envidiaba lo que tenía Otelo. Entonces, les explicaba cómo este sentimientro movilizaba la obra. El escritor Jean-Francois Fogel advierte en el estupendo libro El viaje a la ficción de Vargas Llosa los hilos de la envidia que en nuestro escritor se transformaron en tributo.
El ensayo de Mario Vargas Llosa sobre Juan Carlos Onetti (El viaje a la ficción, Alfaguara) pertenece a un género específico: escritores que escriben sobre escritores. Son textos que dicen tanto sobre el autor como sobre su tema. Más allá de la expresión de una admiración hay envidia o desconcierto:¿Cómo puede ser una obra tan potente? En el caso de Vargas Llosa frente a Onetti, veo:
El libro de Vargas Llosa me parece de una lectura imprescindible por los amantes de la literatura. Pero aún más por los que se interesan en América latina, pues Mario Vargas Llosa proclama en una especie de mensaje político obvio (y no solo una vez sino dos veces) la victoria de la ficción sobre la realidad en la política del continente. Después de reconocer a los personajes de Onetti el derecho a la desesperanza, a la frustración y, al final, el derecho a fugarse a lo imaginario, denuncia este mismo comportamiento en los habitantes del continente que optan "por lo irreal" en su vida real, creyendo en revoluciones y lideres locos. La victoria de la ficción sobre la realidad se puede aguantar en una novela pero es insoportable, para el novelista peruano, en la vida diaria. En otras palabras: el mundo real no puedo copiar al arte sin provocar una catástrofe. "La mejor definición del subdesarrollo tal vez sea, escribe Vargas Llosa: la elección de la irrealidad, el rechazo del pragmatismo en nombre de la utopía, negarse a aceptar la evidencia, perseverar en el error en nombre de sueños que rechazan el principio de realidad" (página 231).
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