domingo, 12 de mayo de 2013

"La eternidad en sus ojos", obra teatro de Eduardo Adrianzén.


Hay historias que logran sacarte de realidad y otras, en cambio, te regresan hacia ella casi con la contundencia de un choque frontal. La eternidad en sus ojos, de Eduardo Adrianzén,  en un montaje dirigido por Luis Carrillo, que acaba de culminar su temporada en la Asociación de Artistas Aficionados,   tuvo ese efecto de encontronazo en mí y, probablemente, en todos los que vivieron las difíciles épocas de los ochenta y noventa, y que asistieron a alguna de las presentaciones de esta evocadora obra.
En primera instancia, La eternidad en sus ojos es la historia de Nina quien,  ya en la ancianidad, recibe la visita de un joven, Claudio, que resulta ser hijo de un amante que ella tuvo cuando rondaba los cuarenta años y Alejandro, el amante, los veinte. Claudio la ha buscado un poco para conocer a la mujer que tuvo  tanto significado en la vida de su padre y otro poco para hallar consuelo para su pena. Es a partir de ese presente, desde donde se inicia el recuento de aquella  relación secreta que tiene como contexto los años de la violencia  terrorista y el deterioro económico y moral que corroyó al Perú de aquella época. 
Con cuadros paralelos que evocan escenas de ese romance a manera de flashback, se va conociendo las peculiaridades de esa relación: los rasgos de su personalidad, sus temores, sus anhelos y sus contradicciones. Todo siempre en el mismo escenario. Los cambios de cuadros se dan solo con un juego de luces y sombras. La historia está escrita de esa manera: la mayoría de los hechos se da en una habitación de hotel. Hay nota adicional, anecdótica: la gran Sonia Seminario actúa como la Nina anciana,  y su hija, Ximena Arroyo, actúa como la Nina de cuarenta. 
Aun cuando sentí que faltaba pulir un tanto el diseño del personaje Claudio, luego, conforme la historia iba adentrándose en la trama y  la atmósfera sofocante de aquellos años iba adueñándose del escenario, el valor de la obra en general quedó por encima de algún detalle secundario.

Aun cuando ya hay voces afirmando que el tema de la violencia y deterioro de aquellos años ya comienza a perder intensidad por un excesivo manoseo; en este caso, pienso que la obra Adrianzén, está por encima de esa acusación.  Es una buena pieza dramática. Tal vez hubo un leve exceso en la pretensión de narrar la historia en varios niveles, lo que quizás hizo difícil, al final, cerrar tantos frentes y por eso se tuvo que recurrir al discurso en la parte final.  Sin embargo, como dije, la obra de Adrianzén y el acertado manejo del montaje, sumado a las aceptables actuaciones de los artistas, dejó en mí una fuerte sensación de haber visto una buena obra, pieza de teatro que evocó momentos cuya intensidad aún marcan mi vida, como una herida que cerró mal y que todavía duele.

domingo, 5 de mayo de 2013

"Sistema solar", de Mariana de Althaus




Recién esta semana pude asistir a la presentación de esta intensa pieza de teatro escrita por Mariana. Pues bien, se ha ratificado la buena impresión que tuve de su trabajo cuando asistí a la presentación de "El lenguaje de la sirenas". 
Tomé un par de fotos, pero salieron muy mal. Tampoco pude hablar con Mariana pues, fiel a su sencillez y discreción, se retiró unos momentos antes entre la bruma del ahora Miraflores invernal.
No obstante, acabo de encontrar un artículo escrito por Renato Cisneros, para La República, que expresa hábilmente la sensación que deja esta obra.
Mis felicitaciones, una vez más a Mariana de Althaus, tanto por su obra como por su libros, y los invito a leer el artículo de Renato Cisneros cuando puedan.
Atención, aún hay tiempo de verla hasta el 26 de mayo. Por supuesto, en el acogedor "Campo Abierto" de Recavarren, Miraflores.

Copio un fragmento del mencionado artículo:
Lo que vemos es un episodio tenso, angustiante, donde una pareja de hermanos y su padre se empeñan en superar viejas rencillas y cruzar la enorme, pantanosa frontera que existe entre el rencor y la reconciliación. Y aunque la situación que se nos narra es en el fondo penosa, cruda, hiriente, la directora huye del dramatismo con brochazos de un humor negro y corrosivo, subrayando el matiz tragicómico de que suelen estar impregnados los conflictos que sostenemos con quienes nos quieren más.
En varios pasajes, esos giros sarcásticos me aliviaron el esfuerzo de disimular las lágrimas. ¿Por qué lloraba? Varias razones. Porque algo de la reciedumbre de mi padre está en Leonardo, el personaje que tan magistralmente compone Gustavo Bueno; porque los incurables devaneos sentimentales de mi hermana están en los vehementes monólogos de Edurne; porque en el solitario y sabio Puli vi contenido a mi sabio y solitario hermano menor, tan dado a establecer iluminadas interpretaciones de la realidad; porque yo mismo he sido varias veces como el asmático Pavel, inseguro, gallina, incapaz de resolver crisis domésticas cuando faltaba alguien que tomara el mando; y porque mi madre tiene no solo el pragmatismo de Paula sino también su vocación optimista.