lunes, 9 de abril de 2012

UNED y los 50 años de "La ciudad y los perros"




Desde la primera vez que la leí y hasta hace unos días cuando volví a leerla, motivado por una charla a la que asistí, aún sigo encontrando ciertas claves que se me escaparon de alguna lectura anterior: cuadros, escenas, cruces de diálogos, pistas para entender un poco más a los personajes, y sigo admirando la destreza narrativa de Vargas Llosa.
El Jaguar, Alberto, el Esclavo, Cava, el teniente, Teresita, cada uno de ellos tiene la identidad suficiente para seguir existiendo 50 años después, tan vitales como al principio.
Confieso que he leído más veces “Conversación en la Catedral”, y que he usado esa novela casi como un manual para la creación narrativa. No obstante, la publicación de “La ciudad y los perros” – lo sabemos bien – marcó un antes y un después dentro de la narrativa contemporánea latinoamericana.
Quienes escribieron después, tanto los que se declararon sus seguidores y hasta sus necesarios detractores, deberán aceptar que el oficio narrativo tuvo un punto de quiebre a partir de esta novela.
Que este aniversario sea una buena oportunidad para reencontrarse con esa portentosa primera etapa creativa del Vargas Llosa, y que más allá de todas las discrepancias que algunos han jurado mantener, hablemos principalmente del gran escritor.

Los dejo con un video que grabé cuando asistí a una charla organizada por la UNED, dirigida en el Perú por Ana María García. No está muy bueno, porque estaba más concentrado en lo que decía Américo Murugarra; pero al menos es mi primer aporte aunándome a estas celebraciones por los cincuenta años de la novela

domingo, 1 de abril de 2012

1er Festival Internacional de Poesía en Lima - Nos visitó Ledo Ivo

No he podido hablar mucho del reciente Festival Internacional de Poesía que se viene desarrollando en Lima con la participación de más de 25 países. Un evento formidable que está siendo medianamente promovido. Mi hija, que asistió al Festival el primer día, en las instalaciones del MALI, salió grata impresionada y con un par de libros de obsequio que está leyendo con fascinación. Al día siguiente estuve en el bar Queirolo para seguir con la jornada y, aunque vi poco, pues estaba repleto, si sentí ese atmósfera particular que resulta de la combinación del licor (de toda calidad), el cigarrillo y las palabras en forma de poesía.
Los dejo con un poema del excelente Ledo Ivo, gran poeta que mientras más años tiene, se hace más vital y profundo.



Ledo Ivo

Los pobres viajan. En la estación de autobuses

levantan los pescuezos como gansos para mirar

los letreros del autobús.Sus miradas

son de quien teme perder alguna cosa:

la maleta que guarda un radio de pilas y una chaqueta

que tiene el color del frío en un día sin sueños,

el sandwich de mortadela en el fondo de la mochila,

y el sol del suburbio y polvo más allá de los viaductos.

Entre el rumor de los alto-parlantes y el traqueteo de los autobuses

temen perder su propio viaje

escondido en la neblina de los horarios.

Los que dormitan en las bancas despiertan asustados,

aunque las pesadillas sean un privilegio

de los que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas

en consultorios asépticos como el algodón que tapa

la nariz de los muertos.

En las filas los pobres asumen un aire grave

que une temor, impaciencia y sumisión.

¡Qué grotesco son los pobres! ¡Y cómo molestan sus olores aun a la distancia!

No tienen la noción de los conveniente, no saben portarse en público.

El dedo sucio de nicotina restriega el ojo irritado

que del sueño retuvo apenas la legaña.

Del seno caído e hinchado un hilillo de leche

escurre hacia la pequeña boca habituada al lloriqueo.

En los andenes van y vienen, saltan y

aseguran maletas y paquetes,

hacen preguntas impertinentes en las ventanillas, susurran palabras misteriosas

y contemplan las portadas de las revistas con aire espantado

de quien no sabe el camino del salón de la vida.

¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas extravagantes,

esos amarillos de aceite de dendé que lastiman la vista delicada

del viajero obligado a soportar tantos olores incómodos,

y esos rojos chillantes de feria y parque de diversiones?

Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.

Tampoco saben vivir: no tienen noción del confort

aunque algunos de ellos tengan hasta televisión.

Verdaderamente los pobres no saben ni morir.

(Tienen casi siempre una muerte fea y de mal gusto)

Y en cualquier lugar del mundo molestan,

viajeros inoportunos que ocupan nuestros lugares

aun cuando vayamos sentados y ellos viajen de pie.