Las primeras lecturas de las novelas de Hemingway las tuve en una etapa muy temprana de mi vida en la que devoraba todo libro que encontraba. Por quien doblan las campanas me absorbió inmediatamente y no tuve ganas de buscarle las razones que la hicieran tan visual, sencilla y, a la vez, tan penetrante en cuanto a la agonía espiritual de Jordan. París era una Fiesta fue otro encuentro intenso con una historia seductora y narrada con una contundente eficiencia, pero que parecía contada con excesiva sencillez.
Confieso que en aquellos tiempos de lecturas desordenadas y de fascinaciones juveniles por las novelas que desbordaban recursos técnicos, claves secretas y construcciones verbales casi de laboratorio lingüístico, Hemingway me pareció peligrosamente sencillo y pasó al segundo nivel en la lista de mis escritores de cabecera. Sí, lo reconozco, en aquel tiempo de adolescente lector, la sencillez se relacionaba con la simpleza y ésta con falta de profundidad. Solo tiempo después, muchos fuimos descubriendo que la sencillez narrativa del autor de El viejo y el mar era resultado de una gran destreza técnica. Quiero decir que, si se es capturado por una historia, de manera que olvidas todo rebuscamiento literario y compartes la vida de los personajes y sus conflictos, entonces se ha hallado una formidable novela.
Encuentro un artículo de Javier Ocaña, en el diario El País, que creo conveniente anotar en esta mi libreta virtual de paso. En dicho artículo, Ocaña explica una de las habilidades narrativas más destacables de Hemingway: las elipsis narrativas.
Meto mi cuchara un poco. La elipsis, en término fríamente gramaticales, consiste en suprimir en la frase una o más palabras que, aunque necesarias para que la estructura esté completa, no lo son para que se entienda lo que se dice. Por ejemplo, “Para casarse, Luis vendió su vieja moto y Ana, su máquina de coser”. En la segunda parte se he suprimido el verbo. Es es la elipsis gramatical.
Ahora bien cuando se trata de asuntos literarios, se habla de elipsis narrativa cuando se suprime una acción en su totalidad o un fragmento íntegro del acontecer de la historia. Hay una parte que no se muestra, no se cuenta, pero debe dejarse las claves para sobrentenderlo porque la importancia de ese hecho suprimido va a ser determinante para el conjunto de la historia. Más fácil es decirlo que trabajarlo en un relato. En esto, Hemingway fue un maestro.
Un hombre sabe que va a morir. Los que muy pronto se van a convertir en sus asesinos están cerca. Sin embargo, la resignación ha ganado la partida definitiva. No intenta huir, tampoco defenderse. "Una vez hice algo malo". Ésa es su respuesta. Lacónica. Sencilla. Es la larga escena inicial de Forajidos, obra maestra del cine negro dirigida en 1946 por el alemán emigrado a Estados Unidos Robert Siodmak, basada en el relato de Ernest Hemingway Los asesinos. ¿Qué lleva a un hombre a dejarse matar? A responder a esa ardua cuestión se dedica el resto de la película, que no el cuento. El texto de Hemingway culmina justo ahí. Es la imaginación del lector la que debe rellenar el vacío argumental. De modo que Siodmak y sus guionistas (oficialmente, Anthony Veiller en solitario, aunque extraoficialmente se sabe que también trabajaron John Huston y Richard Brooks) se apropian del papel de la imaginación y nos sirven el núcleo (prodigiosamente) escatimado por Hemingway.
Meto mi cuchara un poco. La elipsis, en término fríamente gramaticales, consiste en suprimir en la frase una o más palabras que, aunque necesarias para que la estructura esté completa, no lo son para que se entienda lo que se dice. Por ejemplo, “Para casarse, Luis vendió su vieja moto y Ana, su máquina de coser”. En la segunda parte se he suprimido el verbo. Es es la elipsis gramatical.
Ahora bien cuando se trata de asuntos literarios, se habla de elipsis narrativa cuando se suprime una acción en su totalidad o un fragmento íntegro del acontecer de la historia. Hay una parte que no se muestra, no se cuenta, pero debe dejarse las claves para sobrentenderlo porque la importancia de ese hecho suprimido va a ser determinante para el conjunto de la historia. Más fácil es decirlo que trabajarlo en un relato. En esto, Hemingway fue un maestro.
Un hombre sabe que va a morir. Los que muy pronto se van a convertir en sus asesinos están cerca. Sin embargo, la resignación ha ganado la partida definitiva. No intenta huir, tampoco defenderse. "Una vez hice algo malo". Ésa es su respuesta. Lacónica. Sencilla. Es la larga escena inicial de Forajidos, obra maestra del cine negro dirigida en 1946 por el alemán emigrado a Estados Unidos Robert Siodmak, basada en el relato de Ernest Hemingway Los asesinos. ¿Qué lleva a un hombre a dejarse matar? A responder a esa ardua cuestión se dedica el resto de la película, que no el cuento. El texto de Hemingway culmina justo ahí. Es la imaginación del lector la que debe rellenar el vacío argumental. De modo que Siodmak y sus guionistas (oficialmente, Anthony Veiller en solitario, aunque extraoficialmente se sabe que también trabajaron John Huston y Richard Brooks) se apropian del papel de la imaginación y nos sirven el núcleo (prodigiosamente) escatimado por Hemingway.
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