La primera novela que leí de Vargas Llosa fue Conversación en la Catedral y – mis amigos más cercanos lo saben – fue la lectura que alteró el curso de mi vida. Aun esta misma mañana, en que que he tenido que pasar por la avenida Tacna, y después de tantos años transcurridos, las primeras frases del libro me parece que reverberaran todavía nítidamente entre sus grises edificios, y luego: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Claro que las cosas han cambiado, y en este mi país, por fortuna, ya pocos se hacen esa pregunta y, más bien, ahora se dedican a construir un futuro optimista, al menos la mayoría. Sin embargo, cuadros realistas verbales como esa novela, permitieron que entendiéramos que tan al fondo de la desazón estábamos llegando.
A la una de la tarde, entendí que el día iba a ser muy intenso y que no tendría tiempo de escribir nada sobre el tema sino hasta la noche. Eso sí, la noticia del premio estaba en todos lados, y yo diría que en el rostro de la mayoría de personas con las que me crucé había un gesto de orgullo, como tenía que ser.
Después de Conversación en la Catedral, leí la Casa verde y nombres como Lituma, los inconquistables, Bonifacia, Trinidad, Fushía; lugares como Piura, Santa María de Nieva quedaron en mí dando vueltas por mucho tiempo. Con Pantaleón y las visitadoras tuve un descoloramiento inicial porque ahora el escritor planteaba otros recursos narrativos que se alejaban de sus monumentales novelas totalizadoras. Con la Guerra del fin del mundo, para mí, quedó sentado que Vargas Llosa había alcanzado la más alta maestría en la novela contemporánea. Pero, claro, me quedé corto por no entender que el verdadero escritor se reinventa una y muchas veces porque, precisamente, la novela perfecta siempre es la que se está por escribir.
Finalmente, ahora que por fin tengo algo de tiempo y de aliento para masticar la noticia, he tenido ganas de escribir primero esta breve nota en este blog de tantas noches, antes de beberme un café y pasar un par de horas releyendo al Sartrecillo Valiente, como lo llamaban sus entrañables amigos Luis Loayza y Abelardo Oquendo. Entiendo que no todos están tienen la misma admiración por Vargas Llosa. Sus ideas políticas y económicas no siempre han sido bien recibidas por algunos; es más, la manera de defender sus ideas, que en el fondo, es la manera de defender su principio más preciado, la libertad, ha causado más de un resentimiento. No obstante, como dijo Martha Hildebrandt en el diario Perú 21, habría que poner al margen todas las distancias extraliterarias para celebrar, en conjunto, que un peruano ilustre haya alcanzado tan elogioso premio.
No más, este escribidor se va a releer Travesuras de la niña mala por un buen rato.
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1 comentario:
Sabes, a mis alumnos les decía que por su línea política era casi imposible que vaya a ganar un Nóbel. Hoy me emocioné como pocas veces suelo hacerlo en la soledad de la mañana. Me alegra ver como el mundo entero reconoce su trayectoria. No interesa si es peruano o nacionalizado español; importa que ha empleado su capacidad creadora en beneficio de una causa: la búsqueda de la libertad. ¿En qué momento se jodió el Perú? No sé Richar,lo que si sé es que tenemos algo más para soñar despiertos.
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