PODER
-Tenemos que inscribirlo como sea –insiste Nelson.
Le explico las dificultades del caso. El documento no reúne un solo requisito legal. Los registros públicos dejaron de ser hace tiempo lo que fueron en otras épocas. Verdaderas ollas de grillos, festines de coimas para incompetentes. El mundo fácil se acabó con las reformas del nuevo gobierno. Todo es ahora más serio, irracionalmente formal. Los funcionarios y empleados están sometidos a una serie de controles y trabajan bajo mayor vigilancia. Su ética personal y profesional, además, ha sido transformada desde las aulas universitarias. Increíble. Y los que mantienen el espíritu torcido, no se atreven a meter la mano por miedo a perder el sustento. No hay forma.
-Habla con tus amigos –prosigue Nelson- Tal vez puedas convencer a uno de ellos que se haga de la vista gorda.
No existen tales amigos. Aquellos que lo eran, fueron oportunamente despedidos. Y tampoco eran amigos; sólo recursos disponibles.
-¿No conoces a alguien que pueda echarnos una mano? –inquiere Nelson.
Los notarios, por supuesto. Sin duda ellos tienen más influencia que yo. Ellos sí que tienen amigos entre los nuevos registradores, los de la nueva clase con filosofía último modelo.
-El documento no ayuda –dice uno de ellos.
-¿Tienes certificado de vigencia? –pregunta otro.
-¿Puedes conseguirlo? –indaga un tercero.
No lo creo. El poder está extendido en Bahamas. Habría que ir hasta allá para obtenerlo.
-¿Algún contacto? –es la curiosidad de otro notario.
Ninguno que yo conozca. O, mejor dicho, ninguno del que se pueda echar mano. Nadie quiere molestar a nadie. Pero todos quieren el resultado. Y rápido. Porque es urgente. El directorio del banco lo exige.
-Tenemos que inscribir el poder como sea, Fernando –repite Nelson.
Qué puedo hacer.
-Confiamos en ti, Fernando –muy cariñoso Nelson- El asunto está en tus manos.
Mis visitas a los notarios no terminan. Busco por dónde entrarle a la pelota. Veo el arco muy lejos. El balón se desinfla. La única solución es rogar. O hacer trampa.
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