La primera colaboración a propósito del caso Supa la enlazamos desde Letras del Sur dirigida por Carlos Arturo Caballero. En su blog, podemos leer el pertinente artículo de Mauricio Aguierre, coordinador de los cursos de Lenguaje en la UPC. En sus palabras podemos entender cómo la cultura de la escritura se ha impuesto a las otras al punto de hacer creer que lo superior es lo escrito.
Por Mauricio Aguirre
La mirada europea
Cuando llegaron los españoles, llegó con ellos una manera de ver el mundo; está claro, una mirada europea. A la palta la llamaron “pera”; a la llama, “carnero”; al puma, “león”; al ayllu, “familia”. En 1492, luego de la reconquista de la península, la mentalidad española estaba dominada, fundamentalmente, por la supremacía de la religión cristiana frente a la musulmana, por la seguridad otorgada por el poderío de sus armas, pero, también, por el prestigio literario de su “Siglo de Oro”. Con esta mentalidad, las culturas americanas encontradas, o conquistadas, tenían que ser consideradas como civilizaciones inferiores, puesto que tenían dioses paganos, sus armas eran rudimentarias y, sobre todo, no tenían escritura.
El poder sobre las culturas americanas estuvo fundamentado, entonces, en estos tres mecanismos: la religión, las armas y la escritura. Pero estos tres mecanismos no hubieran funcionado automáticamente si los españoles no hubieran estado convencidos de su superioridad y no se hubieran tomado el trabajo de convencer a los indios de ello. Hoy en día, seguimos absolutamente convencidos de ello.
El poder de la escritura
500 años después de la Conquista española, desde las escuelas se nos sigue enseñando que unos fueron superiores a otros y que, por esa misma condición, los inferiores fueron conquistados. Se nos sigue enseñando que, a pesar de que la cultura inca fue “superior” a todas las culturas de la región, era “inferior” a la española. Con estas ideas, nuestros escolares infieren, fácilmente, que, aún en la actualidad, cualquier persona que profese una religión diferente a la “oficial” pertenece a una secta; que cualquier persona que no sabe leer ni escribir es una persona ignorante y sin cultura, y sin ninguna posibilidad de ser un profesional de éxito. Además, estas ideas no quedan en el pensamiento, sino que, comúnmente, se llevan a la acción con lo cual se pasa directamente a la discriminación.
En efecto, en el mundo actual y en nuestro país, a pesar de que aún existen culturas ágrafas que muestran sofisticadas relaciones sociales y, como producto de ellas, diversidad productiva, creencias secularmente establecidas que brindan noción de unidad, costumbres arraigadas en su relación con el mundo que los rodea y maneras distintas de hacer justicia, se mantiene la idea de que los que saben escribir son seres superiores a los que no lo saben.
Es imposible no reconocer la importancia de la escritura en el curso histórico de las ciencias y de la civilización, pero tampoco se puede desconocer que no es el único medio de transmisión de conocimientos. La oralidad es el medio fundamental de las culturas ágrafas para transmitir sus conocimientos y es tan efectivo como la escritura. Sin embargo, a través de la historia, se ha privilegiado a una y subordinado a la otra. Se tratan solo de formas de comunicar el conocimiento, de herramientas. El conocimiento lo produce el pensamiento y cualquier persona o cultura que pueda pensar, independientemente de las herramientas que utilice, puede desarrollar conocimiento. La naturaleza de estas herramientas impide, desde unos criterios lógicos, una comparación y, menos aún, una jerarquización que deviene útil, únicamente, justamente para ejercer poder y dominio de los letrados sobre los iletrados.
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