Con una antigüedad de más mil años, con más de 500 millones hablantes y con veinte países en donde se ha convertido en lengua oficial, es decir, idioma, el castellano o español celebra este 23 de abril un año más de existencia y franco crecimiento.
A propósito de ello, encuentro en El Comercio del día domingo una interesante entrevista al presidente de la Academia Peruana de la Lengua Peruana, el apreciado profesor y poeta Marco Martos.
Con vena de maestro, nos recuerda que dos personas con educación básica no usan hoy más de 300 palabras en su diálogo; otras dos con mayor instrucción utilizan 500; los universitarios, unas mil. No mucho si se toma en cuenta que el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) reúne 83 mil términos. Por allí como que me enmendó la plana, pues creí haber leído que llegaba a 88 mil términos. Pero si lo dice don Marco Martos, ni hablar.
De otro lado, acepta que la tecnología en comunicaciones: internet, teléfonos móviles, emepés de toda relea están planteando una dimensión nueva al idioma con la proliferación de códigos simplificados hasta el desbarajuste.
Ahora bien, no solo declara sobre este asunto - cuya discusión tiene para rato -, sino que aborda problemas conocidos, pero no solucionados para nada: que a pesar de hablar una misma lengua, a veces nos damos encontrones idiomáticos entre país y país. Por ejemplo, cuenta el caso de un peruano que fue a comprar ropa interior para su esposa en España. La vendedora le preguntó por la talla, y él, que no lo sabía, dijo con pudor: “Ella es como usted”. Ante la duda, la vendedora le replicó: “¿Tiene las tetas como yo? ¿El culo como mío?”. Carajo, qué nivel, pienso yo que pensó aquel peruano.
Ni modo, los peruanos también tenemos lo nuestro. Nos pasamos la voz, bajamos la luna, llamamos pendejo al vivo y cojudo al tonto. Pasar la voz es una frase peruana que casi nadie en el extranjero entiende. Cómo te voy a pasar la voz, se nos retruca. Otra anécdota para reforzar la dialectalización de esta milenaria lengua. Se ceunta que Iban un peruano y una colombiana en el taxi. ¿Quieres que te baje la luna?, pregunta él. Ella, coqueta, responde: Claro que sí, ¿puedes?. Como muchos amigos ya lo saben, aquí le llamamos luna a lo que otros denominan vidrios.
A propósito de ello, encuentro en El Comercio del día domingo una interesante entrevista al presidente de la Academia Peruana de la Lengua Peruana, el apreciado profesor y poeta Marco Martos.
Con vena de maestro, nos recuerda que dos personas con educación básica no usan hoy más de 300 palabras en su diálogo; otras dos con mayor instrucción utilizan 500; los universitarios, unas mil. No mucho si se toma en cuenta que el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) reúne 83 mil términos. Por allí como que me enmendó la plana, pues creí haber leído que llegaba a 88 mil términos. Pero si lo dice don Marco Martos, ni hablar.
De otro lado, acepta que la tecnología en comunicaciones: internet, teléfonos móviles, emepés de toda relea están planteando una dimensión nueva al idioma con la proliferación de códigos simplificados hasta el desbarajuste.
Ahora bien, no solo declara sobre este asunto - cuya discusión tiene para rato -, sino que aborda problemas conocidos, pero no solucionados para nada: que a pesar de hablar una misma lengua, a veces nos damos encontrones idiomáticos entre país y país. Por ejemplo, cuenta el caso de un peruano que fue a comprar ropa interior para su esposa en España. La vendedora le preguntó por la talla, y él, que no lo sabía, dijo con pudor: “Ella es como usted”. Ante la duda, la vendedora le replicó: “¿Tiene las tetas como yo? ¿El culo como mío?”. Carajo, qué nivel, pienso yo que pensó aquel peruano.
Ni modo, los peruanos también tenemos lo nuestro. Nos pasamos la voz, bajamos la luna, llamamos pendejo al vivo y cojudo al tonto. Pasar la voz es una frase peruana que casi nadie en el extranjero entiende. Cómo te voy a pasar la voz, se nos retruca. Otra anécdota para reforzar la dialectalización de esta milenaria lengua. Se ceunta que Iban un peruano y una colombiana en el taxi. ¿Quieres que te baje la luna?, pregunta él. Ella, coqueta, responde: Claro que sí, ¿puedes?. Como muchos amigos ya lo saben, aquí le llamamos luna a lo que otros denominan vidrios.
Algo más, igual de polémico no solo aquí, sino en toda las naciones de habla castellana es el tema de la ortografía. Aun cuando en casi todos los idiomas, la relación ente letra y sonido es arbitraria y está hecha de inexplicables costumbres, en el castellano peruano tenemos muy enredadas las fronteras fonéticas entre fono y fono. Bien sabemos por aquí los líos que se nos arma con la b, v, c, s, z. La guerra con aquellos que nos insisten en que diferenciemos la "s" aleveolar con "z" interdental, sin mencionar con más amplitud lo de la "ll" y la "y". El yeísmo que se acentúa al punto que ya no solo tenemos que precisar aquello de "pollo" y "poyo", sino que la muchachada ha llegado a "poio" con toda la enjundia posible.
Aun así, o, a pesar de ello, el castellano es una lengua valiosa que una amplitud semántica y una riqueza gramatical lo suficientemente amplia como para permitirnos hacer todos los malabarismos necesarios para contar una historia de muchas maneras.
La imagen ha sido bajada del blog.pucp.edu.pe
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