miércoles, 16 de julio de 2014

El enigma del convento, de Jorge Eduardo Benavides (Fragmento)


Este viernes 18 de julio, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Lima, a las siete de la noche, en la Sala José María Arguedas, se presenta la reciente novela del escritor Jorge Eduardo Benavides, "El enigma del convento". Novela ganadora del Premio Torrente Ballester, 2013.
La presentación estará cargo de los escritores Fernando Ampuero y Carlos Herrera. Será una reunión muy interesante por la expectativa que ha generado esta novela que, por lo visto, marca un giro en la narrativa de Benavides quien, como es sabido, luego de concluir su trilogía política: "Los años inútiles", "El año que rompí contigo", "Un millón de soles", reorientó su trabajo narrativo con "Un asunto sentimental".  La presenta novela, es otro giro audaz de tuerca y aborda un hecho histórico con un intenso halo de misterio. Ambientada en el siglo XIX entre España y Perú.
Les dejo un fragmento de la novela como motivación. Los invito a leerla y, por supuesto, a asistir a la presentación de esta reciente obra, aquí en Lima


EL ENIGMA DEL CONVENTO (FRAGMENTO) 

DESDE MUY TEMPRANO, CUANDO EL amanecer aún quedaba lejos en el horizonte y por las callejuelas ásperas de Santa Catalina corría un viento frío, las novicias y las monjas aguzaban el oído para escuchar los pasitos raudos de Ana Moscoso, Anita, aquella infeliz que buscaba los rincones más recónditos del convento para llorar, que alcanzaba el huerto detrás de la calle del templo para pasar una escasa media hora solitaria, pobre chica, o que simplemente se convertía para las demás en un rumor de pasos confusos, un rastro de desconsuelo callejeando sin norte de aquí para allá, como huyendo de cualquier contacto humano tanto como de su desdicha. Había entrado al convento hacía menos de un mes y la madre superiora exigió a las alborotadoras monjitas que quisieron darle la bienvenida con frutas y pasteles, con copitas de vino de Vítor, que la dejaran en paz, porque la muchacha, que aún no se había decidido a tomar los hábitos  —y mejor así pues ya sabían ellas que el dolor, el dolor mundano, no era buen consejero cuando se trataba de abrazar a Nuestro Señor— parecía realmente un alma en pena…

la llegada de Ana Moscoso había ocurrido en el peor momento, cuando menos tiempo tenía para atender estas pequeñeces que pautaban el ajetreo trivial y rutinario del convento: que si una discusión regada de llanto por una ofensa de chiquillas, que si la competencia de dos monjas por quién hacía los mazapanes y los buñuelos más dulces, que si el fervor excesivo de aquella hermana durante la misa de sextas, algún pavoneo innecesario durante el domingo de mercado, en fin, nada que una reconvención y una llamada al orden, a las oraciones y a la búsqueda y consuelo de Nuestro Señor no pudieran solventar. Pero ahora —tenías que reconocerlo— además de los quebraderos de cabeza por motivos económicos y al dolor que volvía con fuerza se le agregaba otra cosa, mucho más silente y artera, de la que apenas se había dado cuenta porque era como una incomodidad inidentificable, un malestar y una zozobra que le desasosegaba el alma. Porque de un tiempo a esta parte la madre superiora notaba en la congregación una turbiedad llena de malicia, atufada de rencores y silencios malhumorados, una enajenación oscura que parecía borbotear en una marmita de agravios callados: y es que nuevamente se había levantando entre las monjas aquel rumor nefasto, aquella historia que la madre superiora creyó sepultada bajo el escombral del tiempo, de los tumultos de a principios de siglo, cómo pasaba el tiempo, María, y que la habían devuelto a una sensación de permanente sobresalto, como si el mismísimo Satanás hubiese metido su feo pie de chivo entre las paredes de Santa Catalina...

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