Una apreciada amiga me invitó a la presentación
de la obra del pintor Ramiro Llona. Grandes Formatos 1986 – 2016 que se
inauguraba esa noche en el MAC. Lima. Lamentablemente mis asuntos laborales no
me lo permitieron. Perdí la oportunidad de escuchar - de palabras del mismo
artista – algunos comentarios que siempre caen muy bien cuando de arte
contemporáneo se trata, más cuando la tendencia del pintor es expresionismo
abstracto y, más todavía, cuando concurrentes rezagados, como este Escribidor, aprecian
la plástica, ciertamente con una sincera admiración, pero con muy poco
conocimiento teórico.
Y es que observar un cuadro con calma logra –
en un momento dado – capturar al concurrente,
lo incluye en esa magia de colores y formas hasta activar emociones que no
siempre se pueden explicar cabalmente. Sin embargo, claro está, es esa misma
fascinación la que lleva al espectador a
indagar más, a saber el porqué ese cuadro o el otro, o todos en su conjunto, te
han prácticamente embrujado.
La muestra de Ramiro Llona reúne una selección
de veintidós obras. Esta muestra se considera el punto de quiebre entre una etapa de veinticinco
años de producción y el inicio de un nuevo periodo caracterizado por la
exploración de formatos que han ido creciendo hacia tamaños colosales, lo que – por lo que leo – demanda mayores retos en su trabajo creativo.
Inmerso en una región que según la clasificación
general de arte latinoamericano ha sido determinada en parte por el pasado
precolombino, el imaginario milenario y el culto al paisaje real, Llona ha erigido,
a contrapelo, un universo formal sobre la base de una única escenografía, la
mental en la que los modales de construcción visual provienen casi exclusivamente
de las confrontaciones sensibles que se presentan entre un hombre culturalmente
desterritoralizado – desarraigado dirían algunos – y la Gran Historia del Arte.
Esto según opinión
del escritor Jeremías Gamboa.
Fue una buena mañana la que pasé en el MAC.
Antes de entrar me encontré con un apreciado amigo, Fernando Ampuero quien salía
del Museo a trote lento, como cavilando en los cuadros que acababa de ver. Me
pareció entrever que sus retinas aún rebullían aún los colores y formas que
acaba de ver.
La mañana estaba luminosa y, aunque Lima siempre será (un poco más o un
poco menos) siempre gris, yo diría que había tonalidades y matices alegres. Sin
embargo, una vez dentro de la galería, rodeado de los cuadros de Ramiro Llona,
los colores alcanzaron otra dimensión y tomaron el control en complicidad con
las formas.
Yo soy un escritor con una fuerte tendencia
hacia la formalidad del lenguaje, a su precisión léxica, a la búsqueda de la
definición más clara del concepto. En medio de los cuadros de Ramiro Llona, mis
intentos de verbalización perdieron el camino. Por eso transcribo estas
declaraciones del autor y que me rescataron de mi extravío:
En mi caso la búsqueda de un lenguaje propio como
un intento expresionista. Es con el tiempo que los elementos abstractos, que yo
creo en los que sostiene toda propuesta estética, comienzan a ganar autonomía y se va instalando en mi sensibilidad
un rechazo a lo descriptivo en términos del realismo. Es decir ya no es el
paisaje lo que me interesa, sino la
sensación que éste me produce, ya no es la descripción de la figura, sino el
rescate de una presencia. Aquí el uso del color toma su momento principal y
comienza a ser quizás el elemento más expresivo de mi
propuesta.
La abstracción es, a mi parecer, una realidad
paralela, tan exacta y organizada como
es el mundo físico que no nos rodea, gobernando
por leyes físicas
De pronto se me va haciendo claro que mis imágenes
no son otras cosas que mi vida cotidiana, que todo este mundo pictórico es como
una “biografía del alma” y un constante registro de mis sensaciones.
Mi estupenda y aleccionadora visita terminó con
un casual encuentro con la amiga querida que me había invitado. Estaba con su familia cuyo núcleo y felicidad es una
pequeña nena llamada Sol y que – aun siendo una pequeña que no llega a los dos
años, señalaba con sus deditos los cuadros que iba viendo. La sensibilidad y pureza
de los niños los hace siempre más cercanos a la belleza, a la más pura.
Cuando puedan, una visita al MAC de Barranco.
Valdrá la pena.
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