La primera vez que escribí un cuento fue un acto espontáneo que me atrapó por varias horas y de la que salí agotado, sorprendido y, por supuesto, feliz después de haber colocado el punto final. El vapor de esa experiencia vertiginosa me alcanzó todavía para algunos cuentos más.
Pero mi vida feliz de adolescente escritor en ciernes terminó a los pocos días, cuando volví a mis primeros cuentos terminados para darles algunos toques finales y, también, por qué no, lo confieso, para simplemente para sentirme feliz leyéndolos. Digo que la vida feliz terminó porque mientras iba releyendo esos cuentos, que me habían estremecido cuando los escribía, en ese nuevo momento más bien iba encontrándoles imperdonables errores, incongruencias de las que no me había percatado la primera vez cuando la escritura era, sobre todo, un arrebato divino.
Me quedé por un largo rato abochornado y sin ganas ni de hablarme. La brecha entre lo que había querido contar y lo que aparecía en el papel era, en verdad, abismal. En otros casos, no era solo eso, sino que las mismas historias que, inicialmente, me habían parecido sugestivas, para entonces me parecían insulsas y vergonzosas.
Entonces se fueron al tacho las vidas amorosas de Michael y Katherine porque se parecían demasiado a una telenovela que había estado mirando por culpa de mi mamá. Hice pedazos el original y las dos copias en papel carbón en donde narraba la miseria de un niño pobre. La verdad, más que pena, el personaje incitaba desprecio porque su vida parecía el argumento de una película hindú de esas que aún daban en el cine Tacna de aquellos tiempos. Solo sobrevivió a la masacre El alfa y el omega de un amor, que era la historia de la bella Diana que, en el fondo era Isabel, mi primer amor. No tuve corazón para romper aquella mala historia porque aún tenía la esperanza de que Isabel regresara a mi vida, igualito que lo hacía Diana en la parte final del cuento.
Tal vez desde aquella época, la escritura se volvió un acto muy difícil, se convirtió en una batalla de la que no siempre salía bien librado. Había entendido que un cuento, así como una novela o una obra de teatro, no era el resultado de un acto espontáneo o de un arrebato estimulado por las musas. Era el producto que se obtenía después de arduo trabajo de composición en donde había que mezclar en exactas proporciones las palabras y lo hechos de manera que alcanzara una forma sólida y que lograra una existencia verosímil más allá de las subjetividades de su autor.
Después, el destino de una historia ya depende de otras razones. Por ejemplo, de la posibilidad de darlo a conocer, y aun así, si pudieras darlo a conocer, la consolidación de esa historia está sujeta a muchas otras variables. No obstante, para un escritor lo primordial es haberle dado al relato el suficiente carácter como para que tenga la personalidad suficiente de moverse en el mundo por su cuenta. Digo - haciendo una trillada comparación - un cuento ha de ser como un hijo que seguro tiene mucho de ti, pero que a la vez, alcanza a ser alguien distinto de ti.
Por cierto, soy un escritor que ha escrito muy poco, mis más queridos amigos pregonan que soy un flojo escritor, y tienen razón, pero las razones por las que no he hecho de la literatura una exclusividad en mi vida ya será motivo de otro post.
5 comentarios:
cierto...
Creo que somos más los que escribimos poco por una razón u otra. Personalmente, quizá por lo extenso de la prosa, aprendí a refugiarme entre los versos.
Saludos :)
Interesante punto de vista, una visión única es el reflejo de lo ve de sí mismo
saludos
volveré :)
No sé si Jeremías Gamboa (después de todo, fue alabado por MVLl), pero Ampuero y Niño de Guzmán son narradores absolutamente sobrevalorados dentro del circuito limeño, al igual que Cueto y Roncayulo. ¿Recomendaciones de Ampuero? Me he retorcido de risa cuando leí el título de ese post.
Ay qué verdad...jaja que cruda verdad. A veces me siento así...otras hay textos que me fascinan cada vez que los leos, pero está ese momento en que te avergüenzas de ti mismo. Sé que la literatura es un camino largo, difícil, de muchos desvíos, de mucha locura o más bien, un camino en donde hay que saber de todo. Tengo 17 años pero me estoy dedicando a esto con el alma porque es de lo que quiero vivir en el futuro, buena entrada, me encantó, un abrazo.
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