lunes, 31 de enero de 2011

Cuento de Rocío Silva Santisteban

Rocío Silva Santisteban, talentosa poetisa y narradora, crítica serena de la literatura peruana, periodista de largo ejercicio quien, desde hace un buen tiempo, escribe la ya mítica Kolumna Okupa. Seguidora del acontecer nacional que, como ciudadana, asume sus responsabilidades y por ello ahora se desempeña como Secretaria de Ejecutiva de la Coordinadora de Derechos Humanos (CNDDHH).
Ella me ha permitido publicar un cuento suyo en el blog Escritores Peruanos Contemporáneos y, así, enriquecer la enorme lista de escritores que vienen conformando dicha antología. Los invito a leer un fragmento aquí, y continuar con la lectura todo el relato en la página correspondiente.


EL ESPANTAJO

Mátala— dijo el Espantajo, casi susurrando, acezando, con los dientes apretados, la voz muy dura pero con un tono disipado, deletreando, poniendo énfasis en la “a” del final que redondeaba abriendo los labios cuanto pudiera.

—Mátalaaaaaaa.

Galaor se lanzó con toda la fuerza de su cuerpo formado para la cacería. Primero inclinó el peso hacia adelante, las patas se agazaparon flexibles; en un instante, con un zarpazo rápido, logró coger a la paloma antes de que inicie la huida y le metió un mordisco en la parte más carnosa del cuerpo. Movió la cabeza con violencia, primero hacia la derecha, luego hacia la izquierda. Con otro par de movimientos iguales pudo controlar el pequeño cuerpo mientras caían algunas plumas desde los dientes. La paloma dejó de oponer resistencia. Galaor entonces abrió la boca y la volvió a cerrar, se acercó hacia el Espantajo y dejó caer a la paloma sobre sus botas. Era un amasijo de plumas y baba, apenas se adivinaba la cabeza del animal, los ojos abiertos, como disecados.

— Buena— le dijo el chico al animal, acariciando el pelaje naranja que llevaba sobre el lomo, mientras dejaba suelta la mirada sobre la paloma tendida en la vereda.

El chico sonrió sin ganas y empezó a caminar junto al perro dejando atrás el juego de la cacería inútil.

—Maldito— se escuchó desde el otro lado del parque.

El Espantajo se sacó la cadena que llevaba a la cintura y Galaor paró en seco, olfateando el aire. Una mirada verde se deslizó entre la hierba recorriendo de este a oeste el jardín municipal, con las manos de uñas diminutas —se las comía— se acomodó el cuello de la casaca de cuero, luego metió lentamente una mano en el bolsillo para buscar el último cigarrillo de la tarde.

Se estaba haciendo de noche...

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