martes, 9 de septiembre de 2014

"La casa muerta" de Alina Gadea (comentario)



Una de las muchas virtudes de la novela es la flexibilidad que posee para contar. Se puede narrar desde una pequeña anécdota hasta una monumental historia, de esas que entrelazan diversos momentos y extraña vidas, y que - claro - proponen un mundo ficticio, aunque  muchas veces esa ficción resulte más convincente que la supuesta realidad.
En fin, ya sean complejas o sencillas historias, ambas pueden llegar a ser excelentes novelas.  Es la habilidad del escritor la que consigue otorgarle, al relato,  ese carácter  de universalidad.
La reciente publicación de Alina Gadea, “La casa muerta”, es de aquellas novelas cortas,  de aparente simplicidad,  que ha logrado comprimir – en pocas páginas - una sugestiva historia en donde la búsqueda personal, la soledad, la nostalgia por un mundo que se va carcomiendo indefectiblemente se entremezclan para presentarnos  un lado bastante peculiar  de esta poliédrica  ciudad limeña.
Mariela Ramos es una arquitecta que atraviesa una etapa de recomposición personal y que debe empezar una nueva vida. En esa búsqueda busca un lugar donde recomenzar. Primero se hospeda en un cuarto de una señorial, pero antigua casona cuya arquitectura tradicional la hechiza. Luego debe trasladarse otra vez porque la casona - y toda su magia – va a ser vendida y destruida para construir pequeños departamentos más acordes con los nuevos conceptos  urbanísticos. Sin embargo consigue hospedarse en otra casona, probablemente más señorial, pero que ha entrado en una decadencia más ostensible. Allí entra en contacto con doña Isabel, la anciana dueña de la casona y que, parapetada en uno de los cuartos de su propia casa, va languideciendo igual que toda su propiedad. Hay un personaje más, Doris, a la que se conoce solo por unos diarios y porque la anciana, en algún momento, la rememora.
Mariela Ramos intenta restituirle la antigua belleza a la casona haciendo algunos tratos con al senil Isabel. Sin embargo, en todo ello hay mucho más, algo personal: una subconsciente búsqueda de la armonía personal. Ahora bien,  la realidad, con todas sus bajezas, vuelve a jugarle una mala pasada. No obstante, ya Mariela ha logrado encontrarse y, finalmente,  ha tomado una decisión que señala, sutilmente, cuál es el sentido que tendrá su vida en adelante.

“Casa muerta” es una novela que se lee de un tirón, pero que se recomienda hacerlo con paciencia, saboreando las pinceladas que describen la arquitectura de una Lima – que ya casi ha desaparecido – , como los momentos de  dolorosa ternura que despiertan los diálogos con doña Isabel y las páginas del diario de la enigmática Doris.

martes, 2 de septiembre de 2014

Acerca de la palabra "candidato" - A propósito de las cercanas elecciones municipales y regionales



En estas últimas semanas, las principales ciudades del país están sufriendo el aluvión publicitario de los candidatos que postulan, tanto a las alcaldías como a los gobiernos regionales. Avenidas, parques, fachadas y hasta postes de alumbrado público amanecen recargados de afiches y pintas, cada uno más curioso que el otro. La contaminación visual está alcanzando niveles de asombro, no solo por la cantidad de propaganda, sino por el mal talante creativo de la mayoría de ellos, aunque por allí me dicen que es una cuestión de gustos: que los tiempos cambian, que los gustos varían y que los consejeros publicitarios (¿en serio?) tan solo interpretan el color y sabor de estos nuevos tiempos.
Como sea, puede ser. Ahora bien, esto amenaza con alcanzar un punto más crítico cuando lleguen los mítines. ¡Ah! Entonces ya todo estará consumado. Habrá largas marchas de entusiastas simpatizantes invadiendo todas las calles, las anchas y las angostas. Capturarán los parques y las plazas para que los candidatos, desde armatostes metálicos, puedan vociferar sus discursos. Habrá agitadores que rugirán consignas y otra vez palabras, palabras y palabras. 
En fin, es el precio adicional que demanda vivir en democracia. No queda de otra. Mi madre - en casos como este - decía que la carne viene con hueso. Entonces, ni modo: son cosas de la democracia.

Sin embargo - y en medio de esta batahola propagandística - me he encontrado con una nota en la página de Ricardo Socca, "La palabra del día", en donde se da cuenta de la historia de la palabra "candidato". Nada más acorde en este contexto y que vale la pena compartir.
La nota dice que se denomina "candidato" a la persona que pretende alguna distinción, premio o cargo. Y que, en estos tiempos de espíritu democrático, el uso de  esta palabra se ha extendido rápidamente por el mundo hispano hablante, pero con el grave peligro - digo yo -  de haber perdido, en el camino,  mucho de su verdadero sentido.  Por lo que leo,  este vocablo tiene un significado aún  más claro - aunque solo en el papel -  en el Diccionario de autoridades que explica de esta manera el mentado vocablo: "El que pretende y aspira o solicita conseguir alguna dignidad, cargo o empleo público honorífico". ¿Lo habrán comprendido los candidatos que por estos días asolan las ciudades? 

Así también, candidato procede del latín candidatus  "el que viste de blanco", derivado del verbo candere "ser blanco, brillar intensamente". Una  voz con la que se designaba en Roma a quienes se presentaban como aspirantes a cargos públicos. En el ritual político romano, los candidatos debían cambiar su habitual toga por una túnica blanca (cándida) con la que se exhibían públicamente para manifestar la pureza y la honradez esperables en los hombres públicos. Así es, y puede comprobarlo buscando en las fuentes que señala Ricardo Socca. Ahora, temo que si algún candidato - de los que abochornan nuestro sistema -  se enterara de esta acepción, aparezca al día siguiente totalmente vestido de blanco, sin haber entendido el trasfondo del asunto: pureza y honradez. 

Algo más, candere procede de la raíz europea kand- o kend- que significaba "brillar". De donde vienen palabras como candelabro, cándido, candor, incendio, etcétera. La nota aclara que ningún derivado de candidus llegó hasta nosotros con un significado directamente alusivo al color blanco, pero la blancura deslumbrante que la palabra latina candor expresaba en la lengua de los césares se mantuvo en el español candor, con el mismo sentido de 'sinceridad, sencillez y pureza de ánimo' de la palabra en latín. 

Qué distancia entre el origen del vocablo y el sentido que ha  ido tomando esta palabra en estos tiempos en donde, en lugar de campaña política, más pareciera haberse abierto una feria de promesas, verbalmente mal construidas, y más grave aun, tan poco honestas.